Por Germán Ayala Osorio
Cali y Medellín, urbes en las que las culturas traqueta y paraca se naturalizaron, vivirán en pocas horas la tradicional fiesta de la alborada con la que se da la “bienvenida” al mes de diciembre. Disímiles formas de violencia hacen parte de las alboradas de las señaladas ciudades capitales, cunas del ethos mafioso con el que se confirma la debilidad e incluso la alcahuetería de instituciones estatales que operan como testigos mudos de una fiesta en la que reaparecen los comportamientos de los “lavaperros y traquetos” de los carteles de Cali y Medellín y de las estructuras paramilitares que operaron en particular en la capital antioqueña, tierra paramilitar por excelencia: tiros al aire, licor, riñas, matoneo y pólvora que aunque prohibida y regulada completa el escenario en el que afloran la patanería y la estupidez de quienes llevan 11 meses esperando ese momento para dejar salir esas conductas nocivas e incivilizadas propias de matoncitos.
Para el caso particular de Medellín,
Juan Mosquera
nos recuerda el origen de la estúpida celebración: “Después de que el Bloque
Cacique se desmovilizara el 1 de diciembre del 2003. Don Berna dio la orden de
llenar de pólvora la ciudad. Aquí no llega la navidad, aquí estalla. En
Medellín el comienzo del último mes del año truena como el estruendo del final
de todas las cosas. Esto que se vive aquí no es una Noche de Paz como invita el
villancico, las detonaciones en la ciudad encuentran, justo por ser un valle
entre montañas, la caja de resonancia perfecta para el desasosiego. A esto
ahora le llaman La Alborada. Pero no es la alborada del pacífico y otras
regiones que reciben con cantos y fiestas el cambio de tiempo religioso, sino
una alborada que incluso se roba esa palabra para disfrazar de tradición lo que
realmente no es más que una mala costumbre”.
Hacia la medianoche de hoy 30 de
noviembre, Cali y Medellín y otras ciudades vivirán las alboradas en las que las
autoridades poco o nada pueden hacer frente a un comportamiento colectivo que
arrastra las masculinidades violentas y primitivas de los traquetos y patrones que en los años 80 y 90 hacían en las dos ciudades lo que les venía en
gana.
Las alboradas en dichas urbes son expresiones y formas de resistencia al cambio cultural que urge hacer en los sectores
societales en los que se mantiene viva la admiración hacia traquetos, paracos y
a las conductas violentas de unos “nuevos machitos” dispuestos a echar plomo,
tirar pólvora y espuma, pero sobre todo a consolidar el imaginario colectivo
que nos identifica como un pueblo ignorante, violento, estúpido e incivilizado.
La fauna silvestre y las familias multi especie sentirán
los rigores de la estupidez humana encubierta de un “espíritu navideño” que de
todas maneras deviene atado a la violenta historia que construyeron los carteles
de Medellín y Cali y los paracos. Perros y gatos sufrirán por la pólvora. Se
espera también los tradicionales reportes de menores de edad quemados que demandarán
servicios médicos en plena crisis del sistema de salud y el inicio de procesos
de responsabilidad sobre los padres de los niños víctimas de los fuegos
artificiales. Los medios masivos harán el registro noticioso de los quemados.
Una historia sin fin, un eterno y vergonzante déja vu.
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