Por Germán Ayala Osorio
Obligado por las circunstancias
políticas derivadas del escándalo de corrupción al interior de la UNGRD, el
presidente Petro le pidió la renuncia a su ministro de Hacienda, Ricardo
Bonilla. La solicitud la hizo el jefe del Estado a través de su cuenta de X, su
trinchera ideológica desde la que viene respondiendo ataques de las empresas
mediáticas que optaron por juntarse y hacer coro con la oposición política en
el Congreso y la desplegada desde gremios como Fenalco y Andi, actores políticos que desde el
7 de agosto de 2022 le apostaron a que al país le fuera mal económicamente para
facilitarle la tarea a los candidatos presidenciales de la derecha de presentarse
en el 2026 como los “salvadores”.
Desde ese particular parapeto, Petro
defendió la gestión de Bonilla y describió las tensiones ideológicas, éticas y
morales que están detrás de las relaciones siempre perniciosas entre el
Ejecutivo y los voraces congresistas-lobistas defensores del Establecimiento
colombiano. Leamos apartes del largo trino presidencial:
“Espero su renuncia, no porque
crea que es culpable, sino porque lo quieren despedazar por ser leal al
programa de gobierno y quieren derribar inconstitucionalmente ese gobierno,
porque quiero que sea un economista como Varoufakis y no como Tsipras, porque
no voy a permitir que se acorrale al pueblo con extorsiones, y porque usaré la
constitución si el congreso se deja llevar de quienes extorsionan y buscan el
golpe inconstitucional, porque mi deber es ayudar con todo a la gente que
trabaja y estudia, y no arrodillarme ante quienes sirven los más poderosos
intereses de la codicia y la insensibilidad
con los humildes. Espero su renuncia porque ahora debe dedicarse
a su defensa sin mancha de usar el poder en su defensa”.
Más adelante recordó al ladino
ministro de Hacienda del gobierno del fatuo mandadero del Iván Duque, Alberto
Carrasquilla, un “experto” economista en afectar las finanzas de las clases
menos favorecidas y aumentar la riqueza de la élite plutocrática y la suya
propia a través de los famosos bonos de agua. El país no olvida que por cuenta
de su lesiva e impopular reforma tributaria, sobrevino el recordado estallido
social. La reforma tributaria que el Congreso no le aprobará al gobierno Petro
va dirigida a que los más ricos paguen más. Y contrario a lo que hizo
Carrasquilla, con ese proyecto de ley de financiamiento, según el mismo Petro “reactivaría la economía, porque le rebaja los
impuestos a todas las empresas y a toda la clase media, y no le sube IVAs al
pueblo. reduciría el pequeñas y medianas empresas Esto dijo Petro:
“Y Bonilla y yo mismo no le
gustamos al presidente del congreso, olvidando él mismo que fue testigo
presencial el desastre de Carrasquilla, el ministro de Duque, que quiso ponerle
impuestos al pueblo trabajador y pobre, y quiso enriquecerse con el agua
potable que no llegó a los niños y murieron por desnutrición en la Guajira,
Cepeda prefirió acompañar al ministro de hacienda que hizo estallar a la
sociedad entera, ese mismo llamado experto por la prensa tradicional, a
quien la señora Benavides sirvió, ese que si no fue denunciado”.
En el extenso trino, el
presidente Petro entrega elementos sustantivos que sirven para confirmar y entender
que en Colombia opera de tiempo atrás una plutocracia que en el pasado se sirvió
de la preparación académica de los ministros de Hacienda, todos defensores a
ultranza del neoliberalismo, para consolidar ese régimen de poder en el que los
más ricos, sean banqueros o empresarios, toman las decisiones macroeconómicas e
inciden en el diseño de políticas públicas con el objetivo de beneficiar a una
diminuta oligarquía, en tamaño, y altura moral.
Paralelo a esas acciones conducentes
a capturar el Estado para hacerlo operar bajo derroteros corporativos, alejado
de sus obligaciones constitucionales con los más vulnerables, los presidentes
de la República financiados por los plutócratas fueron autónomos únicamente en hacerse
rodear en sus gobiernos por los más perversos funcionarios. Y para ello usaron
a los partidos políticos en coalición para llevar al Estado a los más perversos
y dañinos funcionarios, presentados muchos de estos por la prensa como tecnócratas
o técnicos expertos en el diseño de políticas públicas o documentos Conpes. De
estos últimos se escucha decir “que un Conpes no se le niega a nadie”. Al
final, esa premoderna, rentista y codiciosa oligarquía consolidó un régimen de
poder con características similares a las de una cacocracia y cleptocracia. Ese
gobierno de los peores y de corruptos contaron siempre con las acciones legislativas
de congresistas-lobistas que llegaron al Congreso para enriquecerse y aumentar
la riqueza de sus mecenas.
Los miembros de esa élite plutocrática
y mezquina que estaba acostumbrada a poner presidentes como sus agregados en la
Casa de Nariño, se autodenominan capitalistas y creen que pueden desarrollar el
país con costosos peajes, sin trenes y sin reforma agraria; y con millones de
pobres y trabajadores informales. Son rentistas. No les gusta competir, les
fascina concentrar el poder económico y político. Su apuesta es privatizar el
Estado. Por eso somos lo que somos: un maldito platanal.
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