martes, 25 de junio de 2024

JULIÁN ASSANGE, LIBRE: ¿VALIÓ LA PENA?

 

Por Germán Ayala Osorio


Con la puesta en libertad de Julián Assange, su caso debería de convertirse en un emblema para la humanidad porque logra conectar a dos actores de poder social y político que, en sus ejercicios diarios, se sirven el uno del otro para legitimarse y auto proclamarse como formas civilizadas que el ser humano creó para estar en el mundo. Eso sí, de ambos actores sabemos que guardan, al mismo tiempo, los más oscuros intereses de los seres humanos, así como las más sublimes acciones y deseos. Esos actores son el Estado y el periodismo. 

Lo que hizo Assange fue develar los siempre oscuros informes militares de Estados comprometidos en guerras internacionales, actividades de espionaje y mensajes cruzados entre embajadores, políticos y presidentes  de varias Repúblicas. Assange conmocionó al mundo con las revelaciones conocidas como Wikileaks porque expuso el poder político de los Estados Unidos, dejando clara la vileza del ejercicio del poder de la potencia militar. 

"Entre los documentos filtrados por WikiLeaks, se encuentran informes militares que detallan operaciones en las guerras de Irak y Afganistán, así como cables diplomáticos que revelan actividades de espionaje y política exterior de EEUU. Estos documentos expusieron operaciones secretas y tácticas cuestionables empleadas por el gobierno estadounidense. Además, se filtraron detalles sobre las condiciones de los prisioneros en Guantánamo, incluyendo prácticas de tortura y detenciones sin juicio. Estas revelaciones generaron una fuerte crítica internacional y demandas de reformas en la política de derechos humanos de EEUU". 

Más allá de los cables y de las interpretaciones y los efectos internos en los países comprometidos en la información que circuló ampliamente, lo que hizo Assange fue poner en la picota pública mundial a los Estados Unidos y por ese camino, dejó muy claro que el Estado como forma de dominación no puede jamás asumirse como un actor político moralmente superior a cualquier otra forma de consolidación del poder político, económico y militar dentro de un territorio nacional y mucho menos superior a sus asociados.  

No hay, ni habrá jamás un Estado en el mundo del que sea posible esperar acciones con niveles superlativos en lo moral y en lo ético porque su diseño y operación están atados a la siempre aviesa condición humana. Insisto en que el gran aporte de Assange es que logra conectar la operación de los Estados con el periodismo, otra actividad humana cargada de buenas intenciones como aquella de "buscar la verdad", pero también sujeta a la mezquindad de los propios periodistas y la de los propietarios de las empresas mediáticas que se sirven de estas para legitimar al Estado en el que "informan" de manera interesada. 

Assange es un defensor radical de la libertad de prensa. Es un hombre que creyó que con exponer las guarradas del poder político en los Estados Unidos el mundo podría ser mejor. Doce años pasó Julián Assange encerrado y perseguido por el poder político mundial comprometido en los hechos revelados en los Wikileaks. Siete de esos años, los pasó al interior de la embajada de Ecuador en Londres de donde fue sacado a la fuerza y cinco en una prisión en el Reino Unido. 

Ese poder, sucio y criminal que este defensor radical de la libertad de prensa le expuso sus vergüenzas al mundo, lo sometió hasta obligarlo a aceptar cargos. La pregunta es: ¿valió la pena el sacrificio cuando hay periodistas en todo el mundo que defienden a dentelladas al Estado bajo el que ejercitan el oficio, y que a diario lo legitiman como forma de dominación, a pesar de la inmoralidad de sus acciones? 

Quizás no haya actividad humana en la que haya más mezquindad y ruindad que en el oficio del periodismo. Bueno, la política le compiten en honores. Hay periodistas capaces de ofrecer sus vidas por defender al Estado y en particular a los gobiernos que los usan como estafetas y "cajas fuertes" en las que guardan secretos e intimidades de presidentes, empresarios, militares, embajadores y políticos. En Colombia, por ejemplo, hay un sinnúmero de reporteros, presentadores de televisión, directores de medios  y conductores de programas radiales a los que les encanta que agentes de poder económico y político los manoseen y los usen como mandaderos. A esos colegas les fascina ir a cocteles y reuniones para luego ufanarse de que están "bien relacionados", a pesar de saber que esos amigos poderosos actúan a diario bajo un inocultable ethos mafioso. 

También hay otros que evitaron la tarea de confrontar a estructuras guerrilleras y paramilitares por simpatías ideológicas, pero también, para obtener beneficios económicos. Unos y otros son periodistas indignos. Hay también columnistas que, amparados en la libertad de expresión, legitiman a diario a agentes del Establecimiento responsables de haber convertido a Colombia en un insufrible platanal con bandera.  

Aunque sectores de la opinión pública formada en criterio ya sabían de antemano de la presencia de estos periodistas-estafetas, con la llegada del primer presidente progresista a la Casa de Nariño, estos mismos colegas se encargaron de mostrarse al país tal cual son: defensores de los agentes de un Establecimiento criminal y mafioso que lleva operando el Estado más de 50 años. Sin vergüenza alguna estos "perros rabiosos de la democracia" mienten, tergiversan los hechos, esconden verdades y actúan como opositores políticos. Estos periodistas odian a Assange porque lo que hizo los confronta ética y moralmente.

La libertad que hoy obtiene Assange es demasiado costosa para él y para un mundo que jamás valorará el haber desafiado a semejante poder. Las mentiras y la ruindad del poder siempre tendrán al periodismo y al Estado como sus más insignes formas de dominación. 



Imagen tomada de El Mundo. 

  

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