Por Germán Ayala Osorio
El cansancio de la ciudadanía frente a los ladrones callejeros naturalizaron la venganza y el castigo como instrumentos propios de una especie de "parajusticia" peligrosamente vindicativa. A diario se suben a las redes sociales videos en los que se aprecian ciudadanos, en particular hombres, sometiendo a las "ratas" (rateros) a violentos castigos que hacen llamar "paloterapia, recalibración cognitiva, masajes terapéuticos, cerebros reseteados o reprogramación cerebral". Todos, llamativos eufemismos que producen hilaridad y por momentos nos distraen de su real significado y del impacto que generan en el resto de la sociedad: se trata de reacciones primitivas de aquellos que, en gavilla y de manera cobarde, golpean salvajemente a los pillos. De esa manera se legitima la venganza, la justicia por mano propia y en varios casos, el asesinato de los "dueños de lo ajeno".
Esas cobardes y primitivas reacciones se producen antes de la llegada e intervención de la policía. Incluso, cuando ya los victimarios están en manos de los policiales, el castigo continúa con la anuencia de los uniformados que se ven superados en número por la horda de salvajes que hacen presencia en el lugar de los hechos, para participar de la masiva y pública "paloterapia". Se escuchan gritos de "dale duro, en la cabeza, maten a ese hp, maten a esa rata asquerosa". Todos adjetivos y tenebrosas arengas con las que claramente se busca despojar a los maleantes de su condición humana, para darles el lugar preciso con el que se facilita la "recalibración cognitiva" y su muerte: es que se trata de una "rata asquerosa" y por lo tanto, no merece vivir.
A pesar de los llamados de las mismas autoridades para que la gente no tome la justicia por su propia mano, los violentos espectáculos continúan. Por cuenta de los "masajes terapéuticos", la calle y el espacio público se convierten en espacios en los que se lucha por la sobrevivencia, en una selva en la que siempre triunfará el más violento, el más macho. Del lado de los atracadores, sus vidas corren peligro porque saben que si caen en manos de los "furtivos y violentos jueces", pueden sufrir graves lesiones y morir; y del lado de los usuarios permanentes de la calle, saben que el valor de sus vidas depende, básicamente, del alto valor comercial del reloj, pulsera, anillo o celular que portan y de la "buena vibra" de los bandidos convertidos también en "jueces", cuyos fallos están soportados en la razón que esgrimen los cacos: tengo hambre y a Usted le sobra la plata.
Víctimas y victimarios son hijos de la misma sociedad y de los mismos sistemas cultural, político, social y económico que reproducen los problemas y las virtudes de una comunidad que se acostumbró a la ausencia del Estado como referente moral de un orden que aún no se consolida.
La justicia por mano propia se justifica porque los cleptómanos recuperan su libertad a las pocas horas o días de haber cometidos los ilícitos. La policía explica que cumple con ponerlos ante los jueces, pero ante un delito menor y el hacinamiento en las cárceles, entonces se ordena la libertad de los pillos que regresan a las calles a rebuscarse la vida, así sea exponiendo la propia y determinando cuáles de sus víctimas podrán seguir respirando. Bajo esas circunstancias, entonces, cobra vida el "derecho a hacer justicia por mano propia". La sumatoria de ese derecho permite que los violentos espectáculos públicos llamados "paloterapia" se legitimen por la inacción de los congresistas y de los jueces que transitan protegidos por esas mismas calles y por las rabias acumuladas de cientos de miles de ciudadanos que saben que el espacio público en Colombia es el lugar en donde todo está en juego.
Aquellos que participan de las crueles "paloterapias" deben de saber que con sus acciones terminan pareciéndose a los ladronzuelos. El desprecio por la vida de los cacos no los hace mejores ciudadanos. Por el contrario, los pone en la misma cima de la inmoralidad en la que hace rato los pillos se instalaron.
Imagen tomada de Alerta Bogotá
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