La final del fútbol colombiano entre Santafé y el Atlético Bucaramanga tiene acaparada la atención de los hinchas de ambos equipos y la preocupación de las autoridades, que dispusieron de 3000 policías para cuidar el antes, el durante y el después del suceso deportivo.
Como deporte espectáculo, el fútbol suele ser la expresión de los problemas, frustraciones y anhelos de la sociedad. Para el caso colombiano, el balompié representa con sorprende claridad lo que somos como nación: división, violencia, desigualdad, pobreza, pero sobre todo, procesos de socialización truncos que hacen posible que la violencia surja como vía para dejar salir frustraciones, miedos y la pasión desmedida de hinchas que previamente le entregaron a los jugadores la responsabilidad de hacerlos felices. Quizás ahí esté la semilla y la razón de la violencia en los estadios. Se trata de un error mayúsculo: no podemos depender de un tercero para alcanzar la felicidad.
Pero más allá de ese factor que es la génesis de nuestros mayores problemas, los periodistas deportivos suelen pasar de agache al momento de asumir responsabilidades cuando las pasiones se desbordan. Y es así porque desde las propias pasiones de sus periodistas-hinchas, se alientan las confrontaciones y se activan las pasiones, en particular en partidos en donde se define un título. Para el caso que nos ocupa, se nota el favoritismo en los periodistas del noticiero Caracol Noticias. Alfredo Vargas aparece vestido de rojo y no puede disimular que en ese momento actúa más como hincha, que como periodista. Error garrafal. Aunque él mismo y sus colegas invitan a que la "fiesta del fútbol" transcurra en paz y que "gane el mejor", sus preferencias deportivas vuelven sus invitaciones, frases de cajón que solo sirven para intentar matizar sus tendenciosos tratamientos informativos.
En las notas dan cuenta del dispositivo de seguridad, pero jamás hay una invitación a reflexionar en torno a la necesidad de que la Policía disponga de 3000 hombres para cuidar la "fiesta del fútbol". Si fuera una fiesta de verdad, en una sociedad civilizada, educada y formada para gozar del deporte espectáculo, esa estrategia policial sobraría. Todos sabemos que "la fiesta del fútbol" es un eufemismo. Claro que los periodistas deportivos no están formados para hacerse este tipo de preguntas y mucho menos para cuestionar a los hinchas-oyentes que deben ser vigilados por la policía porque no se saben comportar o porque pueden ser víctimas de los bárbaros que siempre aparecen en los estadios para ensuciar el espectáculo.
Los periodistas deportivos saben manipular muy bien las pasiones de los hinchas. Son ellos los que invitan a que se llenen los estadios, pero jamás los confrontan porque muy seguramente temen que los hinchas no los vuelvan a escuchar o ver en la televisión. Los reporteros deportivos no pueden quedarse narrando y comentando los goles y las incidencias de los partidos. Tienen la obligación ética y moral de hacer recomendaciones y de confrontar al aire a las hinchadas, en particular a aquellos miembros de las barras bravas que asisten a los estadios anclados a ese error original del que hablé líneas atrás.
Igual responsabilidad deben asumir los dirigentes de los equipos, técnicos y líderes de las barras bravas. Es evidente que a la dirigencia de los clubes en Colombia solo les interesa el recaudo de dinero por cuenta de la venda de las boletas y jugadores. Poco o nada les importa la ansiedad de cientos de miles de hinchas que cometieron el error, por ignorancia y algo de estupidez, de entregar la tarea de ser felices, a lo que hagan 11 deportistas en una cancha, durante 90 largos minutos.
Ya veremos qué sucede en esta esperada final. No siempre gana el mejor y en el fútbol, como en Colombia, cualquier cosa puede suceder. Una veces por la suerte, el destino y otras por la estupidez, la ignorancia y los nocivos tratamientos periodísticos de unos periodistas deportivos que hablan e informan como hinchas.
Imagen tomada de EL PAÍS
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