Por Germán Ayala Osorio
Creo que nadie discute que el
mundo deviene masculinizado de tiempo atrás. Y que, bajo esa circunstancia, el ejercicio
del poder político contemporáneo ha estado asociado a la presencia de Hombres
(Machos) a los que les correspondió ponerse al frente de Estados y corporaciones,
así como ser responsables de tomar complejas decisiones como declarar las guerras,
o asumir, desde lo más férreo de sus masculinidades, disputas ideológicas y
políticas, casi siempre entre las dos orillas dominantes: la izquierda y la derecha.
La tensión diplomática que por
estos días desató el presidente de Argentina, Javier Milei, constituye un buen
ejemplo de esa condición masculinizada en la que deviene el ejercicio del poder
político. Milei es el típico machito que todo lo quiere resolver a los golpes,
a los trancazos y a los gritos. Hablar duro, golpear una mesa, señalar con el
dedo índice y lanzar amenazas e improperios es propio de estos hombres a los
que la templanza y la sindéresis les parece una cursilería, cosa de hombres
débiles e incapaces de gobernar porque, justamente, gustan de las buenas
maneras al hablar y de referirse a los demás.
América Latina está llena de
ejemplos de políticos a los que les gusta comportarse como bravucones. En
Colombia, tenemos al expresidente y expresidiario, Álvaro Uribe Vélez, un hombre
ordinario, básico, violento y poco leído. Este hombrecillo fue admirado por
millones de colombianos y colombianas a quienes les fascinó tener en la Casa de
Nariño a un macho cabrío, capaz de “dar en la cara marica” y de irse a las
manos con cualquier parroquiano, por defender unas ideas o su cuestionada
honorabilidad o las de sus hijos. No en vano el presidente Juan Manuel Santos
lo llamó “rufián de esquina”.
En Venezuela, Hugo Rafael Chávez
Frías y Nicolás Maduro Moros son buenos ejemplos de esas masculinidades
fundadas en la idea de que ser hombre es sinónimo de hablar duro, de ser y
comportarse como un semental, así como ser valiente, temerario y bravucón. El
primero, un poco más leído que el segundo, emergió como un líder político
valeroso por su condición de militar y por haber estado preso. El segundo, menos
leído, es el típico machito de barriada acostumbrado a retarse a los golpes con
quien fuera capaz de disputarle su territorio y posesiones. Eso incluye a
mujeres, pues estos políticos machitos normalmente asumen a la mujer como un
objeto de deseo al que hay que conquistar o someter. Malhablado y con una inocultable pobreza
lexical, Maduro es el hazmerreír de otros gobernantes del mundo que lo ven como
el típico político y hombre latinoamericano.
Nicaragua cuenta con Daniel Ortega, exguerrillero revisionista que terminó convertido en un machito de derecha, también violento y malhablado. El Salvador tiene al joven Bukele, otro varón que exhibe un discurso violento. Ya veremos en qué queda la tensión diplomática entre Argentina y Colombia. No veo probable que Milei, calificado por el ministro colombiano, Luis Fernando Velasco, como un “matón de pueblo”, sea capaz de morigerar su discurso frente al presidente colombiano.
Imagen tomada de Youtube.com
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