Por Germán Ayala
Osorio
Conmemorar los 30 años de la
acción policial que terminó con la miserable vida del criminal Pablo Emilio
Escobar Gaviria debería de servir para mirar qué pudo haber ocurrido dentro de
la sociedad colombiana para que de sus entrañas naciera, se consolidara y
triunfara este cruel narcotraficante.
Imagino que los especiales periodísticos
y documentales volverán sobre los mismos aspectos que suelen abordarse cuando
se trata de contar la historia del mafioso antioqueño: sus excentricidades, su
poder económico, las menores de edad que violó, su poder intimidante y su “guerra”
contra el Estado y su posterior muerte en el tejado de una casa cualquiera, cual
escurridizo “apartamentero”.
En esos especiales sobre la vida
de este asesino poco o nada se hace referencia a las circunstancias culturales (ethos
mafioso) que permitieron su consolidación como capo del narcotráfico y su
llegada al Congreso de la República.
Como sociedad hemos legitimado al
“avispado”, pero, sobre todo, al que concentra poder económico y político, a
pesar de las sospechas que recaen sobre las maneras en las que se logró
acumular dinero, prestigio y legitimidad social y política.
¿Qué diferencia habría entre un
banquero como Sarmiento Angulo que paga coimas para hacerse con contratos
millonarios en obras civiles como la Ruta del Sol II, o que prestó sus bancos
para lavar
dinero y Pablo Escobar Gaviria, quien logró hacer su fortuna enviando droga
al exterior, con la ayuda de las autoridades estatales como la Aerocivil, la
policía, alcaldes y del propio sistema
económico, político y financiero?
En ambos casos la codicia y el hambre
de poder emergen como valores morales y motivaciones éticas que alimentan y
estructuran el ethos mafioso que guía la vida de millones de colombianos que a
toda costa piensan en amasar una fortuna para poder gritar a los cuatro vientos
que “triunfaron en la vida”, lo que significa aparecer en revistas famosas,
asistir a cócteles, rodearse de políticos que les facilitaron sus actividades y
gente de la farándula, siempre presta a vivir el “sueño” de compartir con gente
rica, sin que importe de dónde salieron sus fortunas; o hacer parte de
documentales, investigaciones de las autoridades americanas y colombianas y al
final, ser recordados, por unos, como “gente de bien”, echados para adelante y
muy capaces; y por otros, como criminales y agenciadores del ethos mafioso y
por tanto de la corrupción público-privada que les facilitó a ambos la
consolidación de sus fortunas.
Pablo Escobar Gaviria y Sarmiento
Angulo son hijos del sistema cultural que, asociado al capitalismo, envilece a
diario la vida en sociedad. Con sus acciones, ambos aportaron a que el vil
dinero y su consecución a cómo dé lugar, redujeran la experiencia de vivir a ir
tras su búsqueda, en una frenética carrera por conseguirlo. Que no vaya a
entenderse, entonces que en el socialismo no existen mafiosos legales e
ilegales. No. Cualquier forma de dominación es el caldo de cultivo para que emerjan
estos tipos de personajes, que solo sirven para comprender que la condición
humana es aviesa.
¿Cómo hizo Pablo Escobar Gaviria
para amasar esa fortuna en la cara de la DIAN, de la Policía, del Ejército y
del resto de la sociedad? ¿Cómo hizo para “importar” hipopótamos de los Estados
Unidos y cómo llegó a la Hacienda Nápoles una jirafa y las otras especies que
hicieron parte de su zoológico privado?
Conmemorar la muerte de Pablo
Emilio Escobar Gaviria hace parte de las maneras en las que la sociedad y el
periodismo validan el sistema cultural en el que estamos todos inmersos. Unos,
entonces, gritan que triunfaron las autoridades y por tanto el Estado, cuando
fue el mismo Estado el que permitió la consolidación del capo. Otros lo asumen,
como ocurre en Medellín, como un referente a seguir y atractivo turístico.
Otros, como el exsenador Roy Barreras, fustigan el hecho de recordar al asesino
serial.
Barreras espetó lo siguiente: “sinceramente
creo que la “conmemoración” de los 30 años del peor asesino de la
historia de Colombia sólo sirve para alimentar su estigmatizante mito,
cuando a este hombre cruel que asesino a miles de inocentes con sus balas y
bombas indiscriminadas solo debería otorgársela su peor castigo que más
que el repudio es el olvido. No mereció existir ni merece existir
ni en la Memoria”.
No podemos olvidar lo que vimos
salir de las entrañas de la sociedad en la que vivimos, señor Barreras. Y menos
podemos olvidarnos de quienes buscando fortuna, dentro o por fuera de la ley,
coadyuvaron a la confusión moral y ética en la que deviene la sociedad colombiana.
El problema de la conmemoración no está en sí misma en la celebración, sino en
los tratamientos de los hechos que rodearon la vida de Escobar Gaviria, pero
sobre todo, en evitar mirarnos el sucio ombligo al que está atado nuestro mayor
problema: el ethos mafioso que nos guía como sociedad.
Imagen tomada de EL TIEMPO.com
Para la mujer entre adolescente y joven que llegó a Bogotá cargada de un mundo de sueños, encontrarse con tanta violencia me hacía cuestionar si la decisión de estar ahí era la adecuada. Pablo Escobar no merece ser recordado jamás y que los jóvenes de ahora dejen de idealizarlo porque su maldad jamás tuvo límites y lo que es peor, es que la dichosa cultura traqueta se quedó arraigada como una buena costumbre en las cabezas de muchos colombianos.
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