Por Germán Ayala Osorio
El fútbol, como deporte
espectáculo, es el escenario en el que política y lo político suelen llegar en sus
maneras más rastreras, insolentes, vulgares y violentas, aunadas siempre al
nivel de formación ciudadana y democrática de aquellos que confluyen en un
estadio investidos de hinchas, trinchera desde la que se dejan salir todo tipo
de frustraciones individuales y colectivas y se validan la trampa y el juego
sucio.
El matoneo y el hostigamiento que
soportó Antonella, la hija menor del presidente Petro en el estadio Metropolitano,
da cuenta de las más innobles versiones de la política y de lo político. La primera,
entendida como las formas de organización y manejo del poder, en las que
sobresalen, por supuesto, las relaciones humanas, en particular aquellas entre
gobernados y gobernante; y el segundo, en tanto discurso que nace atado a las
maneras naturalizadas en las que se vienen dando las interrelaciones humanas.
Para el caso colombiano, comunicativamente hablando, tanto la política, como lo
político comparten el irrespeto, los resquemores y disímiles formas de
violencia simbólica (cultural) que la sociedad colombiana supo entronizar y
naturalizar.
La arenga “fuera Petro”, que una
parte de los hinchas asistentes al partido Colombia vs Brasil gritó y coreó,
bien pudo estar atada a un descontento social con la gestión del jefe del Estado,
pero también pudo ser el resultado de un plan diseñado por poderosos detractores
del presidente que estaban en el estadio y que sabían de la presencia de la primera
dama y de su hija Antonella. Me refiero a los alcaldes electos, Alex Char,
dueño de la ciudad de Barranquilla y del estadio y Federico Gutiérrez, quien
regresa a dirigir a la capital de Antioquia, de la mano de su patrón, Álvaro
Uribe Vélez. Ambos, detractores y quizás enemigos declarados del presidente de
la República.
Lo acaecido en la gloriosa noche
futbolera sirve para probar varios asuntos: el primero, que fútbol y política
jamás andan separados, así algunos “ingenuos” periodistas deportivos insistan
en decir que jamás se encuentran estas dos actividades humanas en las que el
ejercicio del poder lo comparten plenamente. La conexión es tal, que los goles
de Lucho Díaz fueron asumidos y presentados por los periodistas del Gol Caracol
como un “grito de libertad y paz”, en alusión directa al secuestro del que fue víctima
don Luis Manuel Díaz, progenitor del autor de los dos golazos con los que, por
primera vez en una Eliminatoria al Mundial, Colombia derrota a Brasil.
El segundo asunto que se probó esa noche es que el fútbol, como deporte espectáculo, puede ser un escenario igual o más irracional que los que asumen la política y lo político, con la pasión, el fervor, la ceguera y la estupidez tradicional en los hinchas del fútbol. Y, por último, quedó probado que el repudio al ethos mafioso y a la corrupción es selectivo cuando en un estadio confluyen políticos con el suficiente poder económico y político para convocar a quienes gritaron “fuera Petro” como parte de un plan perfectamente orquestado. Para los que lo hicieron desde un genuino sentimiento de malestar social con la gestión del gobierno, olvidaron que ni Verónica Alcocer y mucho menos, Antonella Petro, tienen responsabilidad alguna con esos sentimientos de frustración. Al final, unos y otros, genuinos críticos del gobierno y los bufones que nunca faltan pusieron en evidencia que como sociedad tenemos problemas en las maneras como concebimos la política y lo político.
Imagen tomada de Youtube.com
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