Por Germán Ayala
Osorio
La irrupción de un grupo de indígenas
Misak a las instalaciones de la revista Semana sin duda alguna es un hecho de
intimidación que bien puede calificarse como violento. Eso sí, esa misma acción
no constituye una amenaza contra la libertad de prensa, como tampoco un acto de
constreñimiento a los periodistas como lo calificaron políticos como De la
Calle Lombana y el uribista pura sangre y nieto del inefable expresidente Julio
César Turbay Ayala, Miguel Uribe Turbay. Este último dijo a Semana que “la
libertad de prensa está en riesgo en Colombia. Indígenas entran a la fuerza a
SEMANA. Este es el resultado del lenguaje violento de Petro en contra de los
medios y periodistas que no lo aplauden ciegamente”.
Sin duda alguna, exageran quienes
hacen esa lectura del violento reclamo que hicieron los indígenas al periodismo
de Semana y en general a la labor informativa de medios como El Tiempo, El Colombiano,
El País de Cali; la FM, Blu radio y la W, así como noticieros de televisión
como Caracol y RCN, convertidos de tiempo atrás en instrumentos políticos y
mediáticos de la derecha colombiana, al servicio de la élite que hoy le hace oposición
al gobierno de Gustavo Petro. Reclamo que tiene que ver con un sistemático
proceso de estigmatización de la lucha popular, de la izquierda democrática y
de la constante publicación de noticias falsas o de tratamientos periodísticos sesgados
ideológicamente.
Insisto en que la libertad de prensa
jamás se puso en riesgo porque en ningún momento se impidió la labor
informativa y se detuvieron “las rotativas” como podría suponerse cuando de
verdad se afecta el libre ejercicio de informar, bien por parte del Estado o
por la acción intimidante de un grupo de terroristas o en este caso, por un
grupo numeroso de indígenas Nasa. Por el contrario, los indígenas le dieron un hecho
noticioso que ya Semana usó para victimizarse internacionalmente y sobredimensionar la incursión y
de paso, usarlo para descalificar al gobierno. Usarán la acción de los indígenas para insistir en la narrativa, falsa por demás, que señala que Petro es un dictador porque los confronta desde su cuenta en la red X.
En lo que hay que poner el foco
es en las motivaciones de los representantes de los pueblos indígenas que por
estos días hacen presencia en Bogotá, porque participaron en las marchas del 27
de septiembre, en apoyo al gobierno. Y el foco es claro: Semana, junto a los medios arriba mencionados, estigmatizaron y
descalificaron a los indígenas calificándolos de borregos y sugiriendo su
cooptación por parte del gobierno, lo que supone el abandono de una lucha histórica
de estos pueblos ancestrales por su autonomía territorial y alimentaria.
La intrusión de los indígenas se da en respuesta a la violencia discursiva ejercida contra ellos por parte de la revista y en particular por quien funge como la directora: Victoria Eugenia Dávila de Gnecco. Desde esta tribuna rechazo la acción intimidante de los Misak, y hago un llamado a la familia Gilinski para que le ponga límites a la señora Dávila, porque el ejercicio periodístico que orienta y hace, afecta negativamente la imagen de la publicación, le hace daño al periodismo como oficio y lo que es peor, consolida los enfrentamientos ideológicos y políticos que se acrecentaron durante el estallido social. Semana dejó de ser un referente de revista, para convertirse en un portal amarillista y sensacionalista. Si esa es la apuesta de la familia Gilinski, entonces se confirma que su interés no era mantener el prestigio de la publicación, sino convertirla en un actor político y a sus periodistas en agitadores y estafetas de los sectores de poder social, político y económico que a todas luces le están apostando a que, al gobierno actual, le vaya mal y a todos los sectores populares que eligieron a Gustavo Petro, incluidos a los indígenas.
Foto de Guillermo Torres, tomada de Semana.
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