Por Germán Ayala
Osorio
Hoy 18 de septiembre dejamos
ir al Papo, al Niño, al Vago, al Papanatas; o también, a Pasquinai,
Pasquinea o Pasquino, un labrador de 13 años. Ese “dejamos ir”
es el más bello eufemismo con el que médicos veterinarios y tenedores de
animales no humanos (otros los llaman mascotas) dan cuenta del procedimiento eutanásico
con el que logramos que nuestro amado Pasquino descansara de sus dolencias en
la columna, en su cadera. Se hizo lo humanamente posible por garantizarle calidad
de vida y calmar su dolor. La médica veterinaria que lo trató puede dar fe de
lo ocurrido. A ella, infinitas gracias por las palabras de aliento y ese cariño
hacia Pasquino. Muy pocos y pocas doctoras veterinarias como Mireya Zamudio, de eso estoy completamente seguro.
A pesar de la belleza de la señalada
frase, irrumpe con fuerza un sentimiento de culpa no porque se hubiese tomado una
decisión apresurada y equivocada, sino por el poder en el que está soportada la
dolorosa decisión. La ciencia médica y veterinaria entregan ese poder a los
seres humanos para disponer de la vida de seres queridos como Pasquino. Y claro
que detrás del dejamos ir a Pasquino hay un acto de amor,
de profundo amor por quien por 13 años acompañó, brindó sosiego, alegrías y
arrancó risas en propios y extraños, cuando en momentos muy particulares fungió
como “ladrón” de carne, pan o cualquier manjar “mal ubicado”. No quisiera pensar
que, en otra vida, Pasquino fue un político colombiano.
Para quienes conocieron en vida a
Pasquino, sabrán recordar sus pilatunas, sus robos de pan y carne; incluso,
aquella vez que tomó entre sus fauces una cerveza mal ubicada debajo de
un asiento. Aquella escena es inolvidable: Pasquino se acercó al asiento con
suma cautela, agarró la lata y salió caminando entre risas, mientras que el
dueño de la bebida mandaba su mano debajo del asiento, intentando asirla para
beber un sorbo. El sorbo jamás sucedió, pero sí la risotada. Pasquino había
logrado llamar la atención y de qué manera.
“Dejar ir” a
un perro como Pasquino debe de tener la misma trascendencia cuando el mismo
procedimiento eutanásico se aplica a animales humanos. Como en la película Yo,
antes de ti, la eutanasia es un acto de amor y de profundo respeto por aquel
animal sintiente, humano y no humano, que sufre y que extraña correr,
levantarse por sus propios medios, comer; conversar, compartir, escuchar…
Que sirva esta columna como reconocimiento
público a un labrador hermoso, noble, macho alfa; dominante, travieso, pero
jamás peligroso. Un eterno cachorro. Pasquino nadó en el río Jamundí y en
varias piscinas a las que se lanzó sin permiso, porque nadie tan voluntarioso
como él.
A eso de la 1:30, dos extraños ayudaron
a cavar su tumba. Allá quedó junto a Yuco y Simón, dos labradores con los que
muy seguramente se encontrará para seguir alegrando la a veces pesada vida
humana. Pasqui, te dejamos ir, pero jamás te olvidaremos. Te
llevó tatuado en mi brazo y en mi adolorido corazón. Adiós, bacán.
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