Por Germán Ayala Osorio
El corrupto exsenador Bernardo
Miguel 'Ñoño' Elías fue recibido como una celebridad por cientos de habitantes del
municipio de Sahagún, Córdoba. Con las cornetas y la gritería de los lugareños,
las conductas punibles por las que pagó poco tiempo este político quedaron
sirviendo para nada, porque en este caso, como en otros, la sanción social no
llegó.
El excongresista condenado por el
escándalo de Odebrecht recobró su libertad en virtud de la decisión tomada por
un juzgado de Sincelejo, Sucre. Aunque condicionada, el putrefacto político muy
seguramente salió a hacer campaña electoral para las venideras elecciones regionales.
Una comunidad que vitorea
corruptos se convierte en cómplice de las prácticas mafiosas y sucias que
rodean a todos los que hicieron parte del escándalo de Odebrecht en el que
estuvo implicado este personaje de ese Caribe tan mágico y folclórico, que es
capaz de convertir en fiesta lo que en otros departamentos se condena: la corrupción.
Es simplemente vergonzoso. Las imágenes son deprimentes.
En reciente columna hablé del
fracaso de la lucha contra la corrupción. Los lugareños que festejaron el
regreso del condenado Ñoño Elías confirman que, en Sahagún, como en otras zonas
del país, sus habitantes conviven en medio de una evidente confusión moral, de
ahí el recibimiento que le dieron al condenado.
Aplaudir a un político corrupto se
explica por la enorme complacencia con aquello de “ser vivo”, valor y expresión
colombiana atada al individualismo que se conecta muy bien con el ethos mafioso
que guía a buena parte de la clase empresarial y política del país.
El político corrupto es un héroe
en muchas localidades del país porque él es quien “trae el progreso” ante el
fracaso del Estado en su tarea civilizadora y construcción de nación. Hacerse elegir congresista constituye un acto de “rebeldía”
contra el centralismo, porque quienes votan por personajes como Ñoño Elías
esperan que su elegido gestione recursos para el desarrollo del pueblo. Así sea
para construir un acueducto, una escuela, un parque o un puente.
En pueblos como Sahagún (Córdoba)
ser ciudadano está alejado de cualquier forma moderna de concebir lo público y
la política. A juzgar por la fiesta que armaron para recibir al putrefacto
político, ese ejercicio ciudadano está viciado. Estamos ante un ejercicio
denigrante de eso de ser ciudadano.
Cuando los ciudadanos aplauden al
corrupto, de inmediato se convierten en sus cómplices. Y con esa actitud, a
todas luces inmoral, le mandan un mensaje claro al resto del país: no es posible
construir una ciudadanía nacional moderna porque las diferencias regionales o la
regionalización del país están soportadas en sentimientos de rechazo hacia ese
centralismo bogotano que se intenta matizar con la visita de los presidentes
cachacos a los festivales vallenatos.
Eso sí, se trata de una “rebeldía”
mal concebida por cuanto está ancorada al comportamiento inmoral, corrupto,
sucio y criminal que se aúpa desde las entrañas del poder bogotano y el congreso.
Imagen tomada de las 2 Orillas
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