Por Germán
Ayala Osorio
Para la familia
Gilinski comprar medios de comunicación se le volvió una práctica cotidiana. Es
como salir de compras un fin de semana. Ya tienen en sus manos a Semana y a El
País de Cali y van tras El Heraldo de Barranquilla. Se dice en los mentideros
políticos y mediáticos, que la señalada familia terminó comprando “dos muertos”.
Muertos o no, tener un medio de comunicación, así sea para perder dinero, siempre
será importante para aquellos magnates que tienen intereses políticos o que
deciden ponerse al servicio de las fuerzas que confluyen en lo que se conoce
como el uribismo y que a toda costa buscan que al gobierno de Petro le vaya
mal, para recuperar el poder en el 2026, sin olvidar las elecciones regionales
que se avecinan.
Los Gilinski,
junto a Sarmiento Angulo y Santodomingo controlan un importante segmento de la
opinión pública que aún lee medios impresos y se acerca con avidez a medios
digitales amarillistas y sensacionalistas. La pauta para ese tipo de periodismo
la está dando Semana. La otrora revista seria en sus investigaciones se
convirtió en un portal desde donde el uribismo ataca a diario al gobierno, con
fines claros de deslegitimarlo y de aportar su grano de arena, a lo que desde la
misma Casa de Nariño se considera como un Golpe de Estado Blando.
María Jimena Duzán
recientemente describió el presente de Semana: “Semana, a falta de una
oposición real que sea capaz de tener una voz potente, se ha convertido no solo
en una máquina digital sino en la única oposición que hay en Colombia. Su
objetivo no es publicar noticias veraces sino escandalizar, alimentar la
indignación y darle municiones a esa oposición hambrienta de poder para que se
fortalezca. El usuario típico de Semana está más dispuesto a ratificar sus
prejuicios que a informarse de hechos que los contradigan”.
Con sus
millonarias compras, los Gilinski están afectando la democracia, al concentrar
entre sus manos a tres medios de comunicación. Ante la inexistencia de una ley
que prohíba la concentración privada de empresas mediáticas, estos magnates
prácticamente tienen entre sus manos a una parte importante de la opinión pública,
en particular a unas audiencias poco formadas para el debate razonado y que creen
a pie juntillas en hechos por el solo hecho de estar publicados.
Aunque es tarde
ya para echar para atrás la concentración privada de los medios masivos, le corresponde
al Ministerio de Educación sentarse a pensar estrategias para enseñarle a las
audiencias a consumir contenidos periodísticos e incluso, otros productos
culturales como series, novelas y películas. En cuanto a los jóvenes de
colegios y universidades, les cabe la responsabilidad de buscar alternativas
informativas en redes sociales que por fortuna existen. Hablo, por ejemplo, de
blogueros, influenciadores y medios como El Unicornio, la revista Cambio (a
veces), La Nueva Prensa y Vorágine, entre otros más.
Para el caso de
la información periodístico-noticiosa, urge la implementación de una Cátedra de
Análisis Crítico de los Medios Masivos que contrarreste en algo el poder casi
incontrastable que vienen concentrándose en medios como Semana, El Tiempo, La
W, La FM y Blu Radio, convertidos en actores políticos de sus propietarios y del
uribismo.
Lo curioso de
todo este panorama político-mediático es que los periodistas de estos medios se
sienten confrontados por el presidente Petro, pero poco o no nada reflexionan
en torno al daño que a diario le hacen a la democracia, cuando todos, al
unísono, imponen a las audiencias únicas formas de leer e interpretar los hechos
políticos que se producen desde la Casa de Nariño.
Es claro que
estamos ante un proceso de construcción de lo que se conoce como unanimismo
político y mediático al servicio de la causa uribista. Ya lo vivimos entre 2002
y 2010 cuando muchos de los medios aquí señalados, cerraron filas en favor del entonces
presidente Álvaro Uribe Vélez. A pesar de su decadencia moral, él sigue siendo
para muchos magnates y periodistas un referente a seguir.
Ese unanimismo
ideológico que los Gilinski y Sarmiento Angulo están tratando de consolidar con
sus empresas mediáticas constituye una afrenta grave a la democracia. Ese unanimismo
es el correlato de lo que en otras partes del mundo se conoce como el
pensamiento único. La clase alta y una parte de la clase media de Colombia están
sintonizados con ese pensamiento único, que no es otra cosa que la imposición
de un discurso, de una verdad que, aunque amañada o falseada, los señalados
medios la presentan como válida e incontrastable. En este punto, a los reporteros
de estas empresas mediáticas no les interesa cubrir hechos derivados de
políticas públicas exitosas o de los buenos indicadores macroeconómicos que rodean
la gestión del gobierno central. No. El único interés es generar incertidumbre y
miedo, así sea a punta de mentiras, verdades a medias, escándalos, suposiciones
e inquinas.
La democracia,
como régimen de poder, necesita de medios alternativos y de audiencias formadas
para discutir asuntos públicos. Y a juzgar por las circunstancias
político-mediáticas, la democracia en el país no va bien y no por cuenta de un
ejercicio arbitrario del poder de parte del presidente. No. Por el contrario,
el régimen democrático va mal, por cuenta de la concentración en pocas manos de
las empresas mediáticas.
Imagen tomada de La República.
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