jueves, 25 de julio de 2024

DUELO PELUDO

 

Por Germán Ayala Osorio


El proyecto de ley con el que se reconocerían tres días de duelo  a los tenedores de mascotas por la muerte de los "peludos", hace parte de esa fe ciega en las normas y el afán de legislar sobre asuntos o problemas que se podrían tramitar y resolver con mínimos de empatía y procesos de "animalización" de los seres humanos, en particular de aquellos que se sienten superiores a perros y gatos por aquello de la capacidad humana de razonar, de pensar. Aunque a juzgar por las guerras, las violencias cotidianas, o lo que llama Galtung violencias simbólica, física y estructural, la racionalidad humana viene siendo más peligrosa que la incapacidad de los animales no humanos para razonar y crear cultura. De hecho, la condición humana, al devenir aviesa, hace que seamos hoy la  especie más peligrosa sobre la Tierra.  

Quienes  se quejan y hasta se preocupan por quienes "humanizan" a caninos y felinos se oponen rotundamente a que se reconozcan días de asueto para que los tenedores de mascotas hagan el duelo por la pérdida de sus "hijos" peludos. No nos caería mal a una sociedad como la colombiana que arrastra años de violencia política y callejera, pensar en la necesidad de adelantar un proceso sostenido de "animalización", es decir, dejar atrás la mirada antropocéntrica que cientos de miles de compatriotas hacen sobre gatos y perros para dar rienda suelta a un ridículo sentimiento de superioridad frente a aquellos que con  un movimiento de cola y su atenta mirada nos enseñan que la vida humana podría ser más llevadera con la compañía de los "irracionales". 

Quizás al bajarle un poco a esa mirada antropocéntrica, aquellos que se sienten superiores acepten la existencia de la familia multiespecie. En particular los miembros de la iglesia católica, institución que se opone a reconocer esa forma de familia y a legitimar los derechos de los animales no humanos. A los curas sí que les hace falta demostrar un poco de empatía y respeto hacia los animales. La Biblia es el relato cruel en el que se desprecia la vida de perros y gatos. Bueno, si esa misma institución es responsable de las Cruzadas, de la Santa Inquisición y de la persecución a las mujeres, realmente no podemos esperar mucho de la estupidez que arropa a sus miembros y fieles. 

Qué tiene de malo que quienes comparten sus vidas con perros  o gatos manifiesten dolor, pesar y sufrimiento por su fallecimiento y que incluso lleguen a comparar que dichas pérdidas, en términos del pesar y el dolor, son casi igual o similares a los que producen la desaparición del padre, la madre, de un hijo o una hermana. Y peor aún les parece a esos típicos antropocentristas que se establezcan rituales de despedida y duelos. Lo de los cementerios para mascotas los ha de confrontar hasta el límite de pensar que se trata de una exageración casi sacrílega. 

Volvamos a la iniciativa legislativa. Hay que reconocer que tiene un espíritu loable, pero tendría impactos económicos en los empleadores, al momento de cuantificar los días de descanso. Insisto en que bastaría con que los empleadores se sensibilicen y entiendan que los empleados que comparten sus vidas con estos animales no humanos generan lazos fuertes de dependencia emocional. Cuando la muerte los rompe, los animales humanos sufren la pérdida porque supieron darle un lugar importante a esos seres sintientes que muchos consideran que son "ángeles". 

Y si los tenedores de mascotas creen y expresan que sus fallecidos "hijos" peludos van al cielo, qué hay  de malo en que así lo sientan. Quizás es tiempo de caminar hacia el biocentrismo, idea en la que el ser humano, o el animal humano, hace parte de ese todo llamado naturaleza de la que también hacen parte los animales domésticos. Hemos avanzado en reconocerles derechos a los animales no humanos. Reconocer el dolor que generan los fallecimientos de estos "ángeles" vuelve a darle una oportunidad al lenguaje jurídico. En este caso, para beneficio de los adoloridos tenedores, dueños, responsables o "padres o madres" de estas hermosas criaturas. Vuelvo a insistir:  no es necesario una norma para reconocer que tenemos el derecho a llorarlos en la intimidad del hogar. Bastaría un poco de empatía.


 

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