Por Germán Ayala Osorio
Resulta curioso y quizás aleccionante que, en medio de la xenofobia selectiva de Donald Trump, sea justo un juez de origen colombiano, Juan Merchán, quien haya liderado su enjuiciamiento y la declaración de culpabilidad por 34 delitos graves que la justicia americana le imputó de tiempo atrás.
Por supuesto que las acciones legales emprendidas por Merchán contra el magnate americano terminarán por fortalecer al candidato republicano en su carrera por volver a la Casa Blanca para cumplir con su amenaza de echar a patadas a cientos de miles de latinos ilegales y terminar de construir el muro fronterizo con el que pretende evitar la llegada de más inmigrantes latinos que usan la porosa frontera con México para buscar el “sueño americano”.
La globalización económica tiene en Donald Trump a la figura que mejor representa los efectos negativos de ese proceso histórico de empequeñecimiento del planeta por cuenta de la migración de millones de seres humanos venidos del sur empobrecido, para instalarse en un norte opulento que los empezó a ver como una amenaza étnico-racial y cultural. Ese señalamiento se dio en virtud de los perfiles de aquellos que lograron llegar a los Estados Unidos y países de Europa no con el ánimo de generar vínculos y echar raíces lingüísticas a través del aprendizaje de las lenguas nativas, sino de consolidar sucios y violentos güetos que sirvieron para que ciudadanos como Trump empezarán a criminalizar a quienes llegaron de un sur esquilmado por un norte desarrollado.
La condena contra Donald Trump da cuenta de la “lumpenización” de la política americana, en la medida en que varios de los delitos por los que fue procesado y hallado culpable el expresidente americano no guardan relación directa con el ejercicio del poder político. Por el contrario, hacen parte, unos, de la racionalidad económica que domina el carácter del magnate y otros, de la crisis de masculinidad por los años que ya pesan sobre su piel envejecida, aunque anaranjada, que lo fueron convirtiendo en un viejo putero. Su similar en Colombia sería Rodolfo Hernández, otro anciano putero que apareció en un video departiendo en un yate con mujeres jóvenes, al parecer dedicadas a la prostitución costosa que solo unos pocos pueden costear.
Esa vulgarización de la política naturaliza la violencia electoral y las ideas conservadoras más retardatarias de todo el ideario conservador que defiende Trump: sus seguidores se oponen al aborto, no ven con buenos ojos la llegada de las mujeres a cargos y empleos tradicionalmente desempeñados por hombres; creen ciegamente en que el poder seduce a las mujeres y se oponen a las manifestaciones de las comunidades LGTBIQ.
La llegada a la política de hombres patanes, violentos y con perfiles de machos puteros o machistas tiene en Donald Trump en los Estados Unidos y en Colombia a Álvaro Uribe Vélez, Federico Gutiérrez y Rodolfo Hernández a sus más visibles ejemplos.
El caso del expresidente y expresidiario Álvaro Uribe Vélez se parece mucho al de Trump: está acusado de tres graves delitos y tiene señalamientos por delitos como paramilitarismo y crímenes de lesa humanidad por las masacres de La Granja y el Aro. Además de esas características, resultan operar como populistas de derecha y agitadores de las masas igualmente violentas, iletradas y poco dadas a dialogar y discutir con argumentos. Sus seguidores más fervientes suelen repetir el modelo y el perfil de macho cabrío que cada uno de estos políticos exhibe y ostenta sin pudor alguno.
Es probable que Trump gane las próximas elecciones en la Unión Americana. Contradictoriamente, esa victoria estará soportada en el voto de aquellos latinos que lograron integrarse culturalmente a la vida americana, y que reconocen que a los Estados Unidos han ingresado cientos de miles de colombianos, mexicanos, venezolanos, brasileros, argentinos y centro americanos que afectaron las actividades desempeñadas, regalando el trabajo o dedicándose a prácticas ilegales.
Esos latinos que votarán por Trump saben que el expresidente los odia, discrimina y persigue, terminarán dándole la razón al viejo putero porque ante todo están defendiendo su integración cultural y los beneficios de haberse adaptado a la vida americana. Bajo esas circunstancias, no es posible esperar que latinos defiendan a los otros latinos en la tierra del Tío Sam puesto que primero está la defensa del individualismo, bandera y único camino para alcanzar el deseado “sueño americano”. No hay tiempo para defender ideologías, compadrazgos, himnos, banderas y nacionalidades.
Imagen tomada de las 2 Orillas