Por Germán Ayala Osorio
Se equivocan quienes proponen
revivir la reelección para que el presidente Gustavo Petro se quede cuatro años
más en la Casa de Nariño y afianzar así su proyecto político, en particular la aplicación
sistémica y sistemática de su plan nacional de desarrollo.
Manosear nuevamente la estructura
de los pesos y contra pesos de la democracia y someterla a los caprichos de un
presidente constituye un exabrupto político que no se tapa con la posibilidad jurídica
que se abre ante la facilidad de cambiar un articulito.
No me imagino lo que pueda pasar
en el país si ese escenario reeleccionista llegare a darse (es improbable
porque no hay las mayorías en el Congreso) en medio de semejante crispación
ideológica y política, atada a la “ruptura institucional” que denuncia el
presidente de la República.
Proponer la reelección de Petro
es meterle más candela a la encendida hoguera de las vanidades, incertidumbres,
miedos y taras que evidenció y despertó en el establecimiento la llegada de
Petro a la presidencia. En el 2026 Petro debe dejar el cargo para que, en unas
elecciones libres y democráticas, se valide o se castigue en las urnas lo que hizo
o dejó de hacer en sus cuatro años.
Lo que si hay que dejar claro es
que 4 años es poco tiempo para que un mandatario como Petro logre modificar
sustancialmente lo que ha estado mal por doscientos años. Tratar de cambiar en algo a este maltrecho
país es una tarea titánica que amerita por lo menos 12 años continuos de
políticas públicas de Estado, diseñadas para favorecer a las mayorías y no a las
sempiternas élites que se han servido de la captura mafiosa del Estado. El
escritor Julio César Londoño lo explica magistralmente: “este gobierno
no nos sacará del foso (tiene dos siglos de profundidad) pero los
cambios propuestos -las reformas, la descarbonización, el proyecto hídrico, la
justicia legal y la justicia social- tienen que ser políticas de Estado si
queremos ser un país viable algún día”.
En lugar de estar pensando en
modificar otra vez la constitución para permitir la reelección de Petro, en lo
que tienen que concentrarse el presidente y sus seguidores más cercanos es en
formar cuadros y líderes políticos que recojan las banderas del progresismo
para dar continuidad al proyecto político, revisando eso sí, lo que en estos
cuatro años se haga mal o de manera deficiente.
Es deleznable el argumento que señala que como la derecha pudo reelegirse, ahora la izquierda tiene derecho a hacerlo. No. Por el contrario, lo que hay que tratar de hacer es no parecerse a la derecha, pues sus miembros más visibles son los responsables de los graves problemas que el país soporta y exhibe al mundo.
Propongo más bien que se discuta
en el Congreso modificar el periodo presidencial, pensando en un periodo de
seis años, eso sí, con cambios profundos en la cultura política y en las
maneras como operan hoy la Contraloría, el Ministerio Público y la Fiscalía. Más
claro: no puede volverse a dar que la procuraduría esté en manos de una ficha
de un clan político como es el caso de la procuradora Cabello Blanco, defensora
de los intereses de la familia Char. Eso es vulgar y asquea. Y mucho menos, que
un presidente de la República terne a un amigo suyo, para que este ponga el
ente investigador al servicio de un expresidente con el firme propósito de no
procesarlo por sus cochinas andanzas, como es el caso de Barbosa, que viene
promoviendo la preclusión del proceso penal por manipulación de testigos y
fraude procesal que se sigue contra Uribe Vélez (está en calidad de imputado).
Hay que insistir en un pacto nacional
para sacar adelante al país. Para ello, urge que de cada clan político señalado,
investigado y procesado por corrupción, por lo menos uno de sus miembros, pague
cárcel en prisiones del Estado. Y lo mismo para las familias ricas cuyos hijos
hayan incurrido en delitos graves. Si Usted leyó hasta aquí y esbozó una sonrisa
o quizás exclamó “cuánta inocencia en este columnista”, entonces hace parte del
grupo de colombianos que ya aceptaron que a Colombia no la cambia nadie. Que seguiremos
siendo un platanal con bandera y que continuaremos gobernados por reyezuelos
que solo se crían en repúblicas bananeras.
Para que siga Usted riendo, le digo
que hay que acabar con las prácticas clientelistas en las altas cortes y esa
perniciosa relación entre el fiscal general y los magistrados de aquellas, que deviene
atada a la entrega de cargos públicos a familiares de los togados.
Termino con esto: ya el país vivió
los perversos efectos sociales, económicos y políticos que dejaron la reelección
de Álvaro Uribe Vélez y Juan Manuel Santos Calderón, dos dañinos neoliberales.
En particular, durante los 8 años del caballista y latifundista antioqueño, la
institucionalidad democrática sufrió en materia grave, hasta quedar sometida a
la insolencia, al patrioterismo y a los caprichos de Uribe Vélez, quien al
final quedó convertido en un sátrapa que mandó a chuzar a los magistrados de la
Corte Suprema de Justicia, convirtió el DAS en su policía política para perseguir
a sus críticos y detractores y convirtió al Ejército en una temible fuerza que
terminó asesinando civiles para inflar las cifras de la perversa política de
seguridad democrática.
Los perversos ejemplos reeleccionistas
en Nicaragua, Venezuela y El Salvador deben hacernos pensar en que reelegir a Petro
bien podría llevarlo a perder su talante democrático y traicionar así el propio
ideario del M-19.
Hasta tanto no logremos como
sociedad proscribir el ethos mafioso que guía de tiempo atrás la vida de empresarios,
militares, policías, rectores de universidades privadas, decanos, profesores, políticos
y clanes políticos, toda reelección presidencial solo servirá para hundirnos en
el clientelismo y la corrupción público-privada.
Lo que usted escribe no produce risa, quien ríe de esta radiografía del país, en realidad está llorando por dentro de su estupidez.
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