Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Ser de Centro en Colombia puede
ser el resultado de una confusión política e ideológica, debido en gran parte a
que la cultura política y el ejercicio del poder político garantizó la supremacía
de la derecha y la proscripción de la izquierda como una opción de poder legítimo
y viable. Sucedió así, justamente, porque la derecha ejerció el poder sin
contraste alguno de parte de la izquierda, pero sí contó con la anacrónica
oposición armada de unas guerrillas que se quedaron atornilladas en los años 60. Me
pregunto: ¿Cuál es el ideario de aquellos políticos y ciudadanos del común que
expresan públicamente que son de Centro o que militan en ese espectral lugar
desde donde creen posible pensar lo público y enfrentar los graves problemas que
arrastra el país?
La aparición del espectral Centro
político se da cada cuatro años, gracias en gran medida a la narrativa mediática
que expone, como problema político y social, la ya manida “polarización política” con la
que se evita discutir a fondo de los problemas del país, para quedarnos gravitando
en los miedos al cambio que se ventilan desde la derecha, macartizando a los de izquierda.
En el Centro confluyen varias
figuras públicas que, en lugar de plantear soluciones de fondo a los graves
problemas sociales, institucionales, económicos, culturales y ambientales que
arrastra Colombia, los minimizan o aplazan su discusión y por esa vía,
logran esconder las responsabilidades políticas y económicas que deben asumir quienes
han aportado, por acción u omisión, a que Colombia sea hoy el tercer país más
desigual de América Latina. De esa manera, buscan la aprobación de los agentes
de poder que manejan los hilos del régimen político: el banquero Sarmiento
Angulo y grupos de empresarios regionales siempre dispuestos a invertir en los
partidos políticos y en patrocinar a obsecuentes candidatos al Congreso y a la
presidencia que defiendan a dentelladas el capitalismo salvaje y la captura
mafiosa del Estado.
Los medios masivos de
información, voceros y estafetas del banquero y del empresariado nacional,
registran con alborozo el surgimiento de esas figuras que, al instalarse en el
Centro, quieren evitarse el desgaste de discutir con los dueños del
país, salidas y soluciones reales dentro del marco constitucional, a los
problemas de una sociedad que ya exhibe síntomas de cansancio, expresadas en un
creciente malestar social.
Y vuelven los
periodistas-estafetas del Régimen político a señalar que los que se ubican en
el Centro, lo hacen para superar la polarización política,
cuando a lo que asistimos en Colombia es a la radicalización del discurso y de
las acciones violentas, simbólicas y físicas, de los sectores de Derecha y
ultraderecha que vienen haciendo todo lo posible para “hacer invivible la
República”.
En un país con los niveles de
pobreza, concentración de la tierra y de la riqueza en pocas manos, de
desigualdad y altos grados de corrupción público-privada, presentarse como una
opción de Centro resulta cómoda y facilista, y se corre el riesgo de hacerle el
juego al Régimen de poder, en parte responsable de las oprobiosas condiciones
en las que transcurre la vida societal en Colombia.
En el juego propagandístico con
el que se viene insistiendo de cara a consolidar ese Centro político, aparecen
figuras carismáticas con las que se evita hacer la tarea de presentar un
proyecto político conducente a superar la desigualdad y los demás problemas que
agobian al grueso de la población colombiana. De esa manera, aparecen estampas
como Carlos Fernando Galán, Claudia López Hernández y Juan Daniel Oviedo, quienes
simulan ser de Centro y se presentan como políticos capaces de cambiar todo,
sin tocar nada. Es decir, cambiar para que todo siga igual.
Antes de los señalados líneas atrás,
estuvieron Sergio Fajardo y Alejandro Gaviria como agentes del asustadizo Centro
para terminar de distraer y engañar al electorado que en el 2026 verá cómo se
afianzará la narrativa de ese medroso Centro. Los arriba nombrados, desde los
lugares de poder que ocupen, le apuestan a evitar la construcción de un proyecto
de país que confronte a quienes convirtieron a Colombia en un platanal con bandera. Al final, les
suena mal que el actual presidente logre con los “cacaos” un Pacto Político Nacional
con el que sea posible abordar y superar los graves problemas del país. Si
Petro logra modificar en algo lo que ha estado mal por más de 50 años en
Colombia, los del Centro lo ven desde ya como un peligro, pues la izquierda se
consolidaría como espectro ideológico capaz y legítimo no solo por los avances
sociales y económicos que se logren de aquí al 2026, sino porque habrían muerto
para siempre los miedos a “convertirnos en Venezuela”, al “castrochavismo” y al
“comunismo”.
Ese Pacto Político Nacional debe
partir de un diálogo entre operadores políticos, políticos y todos los agentes
de la sociedad civil, incluyendo por supuesto a los gremios económicos, que
permita a los dueños del capital en Colombia entender y comprender que están
parados y viviendo encima de una olla a presión, que en cualquier momento puede
volver a explotar como sucedió en el 2021.
De ese diálogo político deben
participar aquellos posibles precandidatos presidenciales, aspirantes a otros
cargos de elección popular, intelectuales y la Academia que, ubicados en la
izquierda y el progresismo, expliquen a los dueños del país sus ideas y
proyectos.
Todo lo anterior exige, de parte
y parte, bajarse del pedestal en los que cada uno está montado, para que el
diálogo fluya. Colombia es un país de ególatras que creen que todo gira en
torno a su microcosmos. Cuán equivocados están. Del lado de la Derecha y la
ultraderecha, para que ese diálogo prospere, se requiere que Uribe
Vélez, ficha clave del Banquero, ganaderos y agroindustriales, dé un paso
al costado y reconozca que su tiempo ya pasó. Su cuestionada ética pública y ciudadana
es suficiente argumento para exigirle que se retire y abandone la vida pública.
Su tóxico liderazgo impide la posibilidad de dialogar para alcanzar un Pacto
Político Nacional con el que sea posible salvar a Colombia de caer en el
abismo.
De no lograrse ese Pacto Político
Nacional – propuesto en el Acuerdo de Paz de La Habana-, y de regresar la
derecha en manos de falsos centristas o de graduados derechosos, Colombia
aplazaría por otros 4 años más las reformas de fondo que necesita para
edificar, de una vez por todas, un país decente, digno y viable; esto es, una sólida
democracia, un eficiente Estado social de derecho y una verdadera República.
Imagen tomada de Portafolio