Por Germán Ayala Osorio
La innecesaria polémica entre Gustavo
Bolívar y Roy Barreras, a propósito del lanzamiento de la serie Griselda, en
Netflix, invita a reflexionar sobre los responsables de la mala imagen que hay
de Colombia en el extranjero, asociada esta a la existencia de sicarios, prostitutas, políticos mafiosos y narcotraficantes.
Pablo Escobar Gaviria y las
novelas y series como la que pronto se estrenará de la narcotraficante Griselda
Blanco, protagonizada por la actriz Sofía Vergara, en las que se alude al
narcotráfico, representan sin duda alguna a una parte del país y de la sociedad
colombiana. Eso no se puede negar. Avergonzarse o sentirse maravillado por las
disímiles formas de violencia que rodean ese mundo de mafiosos, lavaperros y
mujeres sumisas y sometidas al poder de los traquetos es también propio de una
sociedad variopinta que, en su conjunto, históricamente, deviene confundida
moralmente por haber permitido difuminar los límites entre lo correcto y lo
incorrecto.
Entre los que se maravillan por
las historias que rodean la vida del Gran Capo o ahora con la vida de Griselda Blanco
están, por supuesto, extranjeros y connacionales que se sienten atraídos por
los relatos que dan cuenta del poder político, social y económico que alcanzó
el asesino antioqueño y mecenas de una extensa lista de políticos paisas que naturalizaron
el ethos mafioso que guió la miserable vida de Pablo Escobar. Ya veremos en la
señalada serie cuál fue la “relevancia” de Griselda Blanco en el mundo de la
mafia y cuántas niñas y mujeres querrán emularla. En Cali también se vivió el mismo fenómeno con los señores Rodríguez Orejuela.
Y claro, en otras ciudades y pueblos, como Pacho (Cundinamarca) con Gonzalo
Rodríguez Gacha.
Que las novelas y series se hayan
universalizado no son responsabilidad de los libretistas y mucho menos de los
actores que encarnaron al gran asesino y a la inquietante Griselda Blanco. Esa
discusión es irrelevante y no tiene sentido darla. Y mucho menos pueden ser
culpados por la “mala” imagen del país. Quizás el problema está en que nos
preocupamos demasiado por esa perversa idea que tienen en el extranjero de nosotros, pero
poco hacemos dentro y fuera del país para superar el ethos mafioso que
entronizamos y naturalizamos a diario.
También juega en todo este asunto
que nos sentimos inferiores y quizás minimizados porque jamás encontramos la
senda de un desarrollo económico que garantizara procesos civilizatorios y por
ese camino, la consecución de una esquiva modernidad. Por eso quizás, el
periodismo busca a diario destacar a los deportistas colombianos, en particular
a los futbolistas que ganan títulos internacionales, para borrar la mala imagen
que nos dejaron Pablo Escobar y que nos dejará en adelante la serie de Griselda
Blanco. Afanosamente los periodistas buscan a los colombianos que “dejan en
alto” al país. Se trata de una carrera infinita, de nunca acabar, por borrar
nuestras propias vergüenzas.
Cambiar esa mala imagen tampoco
se logra proscribiendo el turismo que alrededor de Escobar Gaviria existe en
Medellín, con la ruta que lleva a extranjeros y nacionales a conocer los
relatos que dan cuenta de la perversidad y también del “buen corazón” del criminal
con su programa “Medellín sin tugurios”. En Cali, que se sepa no existe práctica
turística semejante. Imagino que en la capital antioqueña su existencia está
asociada a eso de ser “emprendedor y vivo” para aprovecharse de la curiosidad y
la admiración que propios y extraños sienten hacia el más grande criminal del
país.
Quizás para mejorar nuestra propia
percepción del país lo que debemos hacer es conocer muy bien nuestra historia
política y en particular los hechos que hicieron posible la fusión entre
política y crimen, gracias al narcotráfico. La ñeñepolítica es la más reciente demostración de esa mixtura. Pero ello implica leer, estudiar y
analizar. Y de eso, muy poco en nuestra sociedad, aunque los índices de lectura
de libros al parecer han mejorado en los últimos años. Luego, actuar en
consecuencia, esto es, negarse a votar por los políticos que Escobar patrocinó
y enriqueció, que son los mismos que se oponen hoy a la legalización o al control
estatal de la producción de marihuana y cocaína. Esa clase política es la responsable
en gran medida del atraso económico, social y cultural del país y el de los
colombianos. Y es así, porque son políticos violentos, básicos, machistas y
poco leídos. Y las mujeres que también hacen política al lado de esos, son
sumisas y gustan de los “machos cabríos” que, como Pablo Escobar, manoseó y
violó menores de edad. Esas mismas mujeres, guardan silencio frente a poderosos
hombres señalados de violar mujeres adultas.
Baste con recordar al narco
paramilitar, Hernán Giraldo, convertido en un “depredador sexual” para entender que la figura del gran macho sigue vigente en nuestra cultura. O el caso del poderoso político que violó a la periodista Claudia Morales. Según ella, fue ultrajada sexualmente por un “hombre
poderoso al que lo oyen y lo ven todos los días, a quien ningún escándalo lo
afecta… Es capaz de muchas cosas… Ha demostrado que nada de lo que ocurra a su
alrededor le puede hacer daño, ya que tiene todo el poder para salirse con la
suya”.
Las novelas de narcos dan cuenta
de hombres como Giraldo y del agresor de Morales, que exhiben grandes fortunas
mal habidas, así como los ímpetus de machos acostumbrados a ver a las mujeres
como objetos sexuales de libre adquisición y mercadeo. Cuando dejemos de admirar a esos mafiosos y de votar por esa clase de políticos, entonces tendremos todo el derecho a
criticar las narconovelas que venden muy bien la imagen de lo que somos, por
nuestra propia culpa.
Imagen tomada de Daily Mail.