Por Germán Ayala Osorio
Ver la dicha de la senadora del
Centro Democrático, Paloma Valencia, por haber roto el quorum de la plenaria en
la que se iban a discutir los proyectos de reforma a la salud, pensiones y
laboral constituye, sin ambages, una grotesca burla al carácter democrático del
Congreso. No creo que se pueda considerar una afrenta a sus electores, porque muy
seguramente quienes votaron por su curul piensan y actúan de la misma manera. Y
a lo mejor, comparten la misma pobreza discursiva de la senadora caucana.
Firmar la asistencia, abandonar
el recinto y evitar que la discusión de las propuestas se dé al interior del
Congreso se explica porque la curul de Valencia, como la de los otros
congresistas de la derecha, está asociada a los intereses privados de sus
patrocinadores y por supuesto, a su pobreza argumentativa que se extiende a compañeros
como Miguel Uribe Turbay y María Fernanda Cabal, que han exhibido una
incontrastable pobreza discursiva y argumentativa, solo superada por el
excongresista Ernesto Macías, un verdadero homúnculo e ignaro.
Huirle al debate de las ideas
políticas y las razones técnicas que rodean la discusión de las reformas presentadas
por el gobierno Petro es propio de legisladores pusilánimes, cuya capacidad
oratoria es limitada. De esa manera, lo que van consolidando es una clase parásita
al interior del Congreso, cuyos miembros ni siquiera son capaces de confrontar,
con argumentos sólidos, las apuestas legislativas del Ejecutivo. El camino más
fácil es salir corriendo. Prefieren esa vergüenza, a verse derrotados discursivamente.
El congresista vallecaucano, Wilson
Arias Castillo criticó con vehemencia la actitud asumida por Paloma Valencia y
sus compañeros de bancada. Arias señaló en su cuenta de X: “Ver a los
congresistas del @CeDemocratico orgullosos y felices de no cumplir con
sus funciones legislativas, ilustra por qué de allí sale tanto corrupto y por
qué no debería sorprendernos que los enaltezcan como “héroes”.
Ese comportamiento, validado
internamente, tiene un contexto y unas circunstancias que lo explican y lo
hacen posible. Y tiene que ver con la privatización del Estado y su operación sectorial
e interesada.
La captura del Estado empieza a
concretarse con la operación del Congreso. La tarea de continuar con ese proceso
de cooptación depende en buena medida de los congresistas, en particular
aquellos que llegan a dicha corporación legislativa financiados por grupos
económicos y empresas que los necesitan para que torpedeen proyectos de ley que
los puedan afectar por su carácter colectivista o conducente a paliar problemas
graves como la desigualdad, exclusión y la pobreza, o, por el contrario, para sacar adelante iniciativas legislativas
que los beneficien, ampliando así privilegios de clase.
Los proyectos de reforma laboral,
pensional y a la salud que presentó el gobierno del presidente Gustavo Petro al
Congreso de la República avanzan a paso de tortuga por cuenta del rechazo que
generan dichas iniciativas en empresarios y en los propios fondos de pensiones
privados (que poco pensionan). El problema está en que el carácter y el sentido
de esas reformas terminarán por afectar los mezquinos intereses de aquellos
sectores de poder que están cómodos y felices con las condiciones laborales
precarias existentes, las mega pensiones subsidiadas por el Estado a un grupo pequeño
de privilegiados y la posibilidad de que congresistas y excongresistas pierdan
el control del negocio de la salud, porque son dueños de IPS o hacen parte de
las juntas directivas de EPS que vienen manejando los billonarios recursos económicos,
que les entrega el Estado, sin auditoría alguna, lo que derivado en corrupción y
la quiebra de un centenar de EPS.
Así entonces, la euforia de
Paloma Valencia sirve para constatar su pobreza discursiva y el terror que le
tiene a escuchar a quien podría tener la razón. Valencia le tiene pavor a reconocer
que sus posturas están fundadas en equívocos ideologizados, alimentados por su
origen de clase. Su llegada al Congreso no estuvo mediada por el ánimo de servir
a la ciudadanía, sino para cumplirle con creces a quienes la pusieron en el
Congreso, a pesar de su evidente pobreza discursiva.
Imagen tomada de W radio