Por Germán
Ayala Osorio
Parece haber
consenso en torno a que somos una sociedad clasista, machista, homofóbica y
racista. Cuando uno o dos de estos factores o características confluyen en un hecho
delictivo, llámese atraco, homicidio o feminicidio, el clasismo aflora como
determinante para descalificar a quienes participaron de los hechos delictivos o
por el contrario, para tratar de proteger a un “hijo ilustre” de la sociedad, cuya
responsabilidad en uno o varios de esos hechos punibles siempre se asociará a
la comisión de un error, a una equivocación, pero jamás a una acción
premeditada o repetida.
Si quien roba o
asesina es un afrodescendiente, entonces surge el racismo y las narrativas
que lo consolidan: los epítetos, en estos casos, siempre llevarán consigo la frase
“negro tenía que ser”. Si se trata de un mestizo pobre, podrá aparecer el
siempre deshumanizante adjetivo de “monstruo”, con el que legitimaremos la posibilidad
de hacer justicia por nuestra propia mano, pues se trata de una “rata, de una
bestia, de un animal”.
Cuando se trata
de hechos crueles como el recordado crimen de la niña indígena, pobre y
desplazada, Yuliana Samboní, vuelve el clasismo a hacer presencia en la
valoración individual y colectiva de los hechos. Recuérdese que el autor
material fue un “hombre de bien”, es decir, “blanco, de clase alta, adinerado”.
Una parte de la sociedad, incluidos los medios masivos, se cuidaron de
descalificar al homicida o feminicida por tratarse, justamente, de un miembro
del selecto grupo “gente de bien”. Los feminicidas con dinero suelen ser
protegidos por los sectores sociales y económicos desde donde se legitima el
machismo y reproduce el régimen patriarcal. De esa cofradía suelen hacer parte
jueces y médicos que se prestan para consolidar cuartadas y estratagemas para
evitar el “ajusticiamiento” social y la acción de la justicia que sí sufren los
que a diario roban en las calles o aquellos que asesinan mujeres. Estos últimos
suelen ser sometidos a los ya comunes “masajes o paloterapia” que lo único que
confirman es que llevamos el gen paramilitar en nuestro ADN.
Esos sectores de
poder económico, social, político y mediático, en los que cobra sentido la
manida frase “gente de bien”, necesitan mantener en el tiempo esas características
y circunstancias sobre las cuales se construyeron castillos, emporios, sectas o
logias; es por eso por lo que el clasismo brota con sus fuerzas centrífuga y
centrípeta para insistir en que siempre habrá una clase y cultura dominantes,
lo que significa, para el caso colombiano, que de ese exclusivo grupo hacen
parte realmente, gente decente. Habría que empezar por revisar qué entendemos
hoy en Colombia por decencia.
Frente a los
feminicidios hay que reconocer que las reacciones de rechazo crecen, síntoma de
una tardía toma de conciencia frente a las reclamadas relaciones de respeto de
los hombres frente a las mujeres. Pero aún falta mucho por hacer.
El reciente
feminicidio de Luz Mary Tristán constituye un buen ejemplo de lo que aquí estoy
exponiendo. Varios medios de comunicación entraron en el juego de cuidar la imagen
del presunto homicida, hombre que entra en la peligrosa subcategoría “gente de
bien”. Aunque aún la justicia no definió calificar así el crimen de Tristán, todo
indica que se trata de un feminicidio. “la conducta consiste en causar la
muerte por la condición de ser mujer. Esta expresión introduce un elemento
subjetivo del tipo, el cual se fundamenta en la motivación que debe llevar al
sujeto activo a privar de la vida a una mujer. El móvil comporta no solo
una vulneración al bien jurídico de la vida, sino también la lesión a la
dignidad humana, la igualdad, la no discriminación y el libre desarrollo de la
personalidad de las mujeres.” (Ámbito Jurídico).
La manida frase
que sirvió en el pasado para encubrir la vida criminal de mafiosos, también es usada
para persuadir a las autoridades ante cualquier requerimiento por cuanto son
muy pocos los que pueden auto llamarse “gente de bien”. Como diferenciador socio
económico funciona a la perfección a quienes siempre estarán dispuestos a
excluir a los demás, esto es, los que no tienen los bienes suficientes para ostentar
y ubicarse en un siempre inmerecido plano moral superior.
Quizás lo
sucedido en Cali durante el estallido social, sirvió para que una parte de la
sociedad empezara a sospechar de esa “gente de bien” o los “camisas blancas”
que salieron a darle bala a los indígenas y marchantes. Bueno, esa “gente de
bien” ya existía desde los tiempos de los carteles de la droga.
Recuerde
entonces evitar a toda costa auto definirse o auto proclamarse como “gente de
bien”, porque a lo mejor lo que usted está tratando de ocultar es un crimen,
tomar distancia para parecer mejor persona, o quizás, sin quererlo, reconociendo
que pertenece a una casta superior de la que se puede esperar lo peor.
Al final, lo que
debemos entender todos es que los riesgos de vivir juntos estarán siempre ahí,
por una razón natural y fundamental: de todos nosotros se puede esperar lo
peor, seamos pobres, acomodados, o ricos. Y es así, porque la condición humana
deviene aviesa y llena de pulsiones.
Adenda: no se alude de manera directa a la identidad del presunto asesino de la deportista por una razón fundamental: exhibirlo, en una sociedad que deviene confundida moralmente como la colombiana, en lugar de exponerlo al escarnio, puede servir de ejemplo a quienes desde el poder económico y el reconocimiento social, se puedan sentir identificados.
Imagen tomada de Blu radio
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