Por Germán Ayala Osorio
El cruce de mensajes entre el
presidente de la República, Gustavo Petro y el “traqueto vestido de
revolucionario”, alias Iván Mordisco, puede terminar en una ruptura definitiva
del diálogo de paz que se adelanta entre el Estado y las disidencias de las
Farc, también conocidas como estado mayor central (EMC).
Un levantamiento de la mesa de
paz significaría el fracaso de la idea maximalista de la Paz Total planteada por
el presidente Petro. De igual manera, serviría para confirmar que ninguna de las
partes estuvo realmente comprometida con el proceso de paz. Mientras que las
disidencias usaron el cese bilateral al fuego para reclutar menores indígenas y
consolidarse militarmente, el presidente Petro estuvo más interesado en
deslegitimarlos políticamente, al tiempo que atacaba con decisión sus economías
ilegales.
Por el lado del gobierno, el presidente
Petro lanzó su idea de la Paz Total con el loable deseo de proteger a la
población civil, poniéndola en el centro de la discusión política de las mesas
instaladas con el ELN y las disidencias de Iván Mordisco. Eso sí, de manera paralela
y en diferentes escenarios, Gustavo Petro, fungiendo más como analista político,
que, como jefe de Estado, deslegitimó la lucha armada. En una ocasión, en
reunión con el generalato, Petro ancló la lucha subversiva en una etapa en la
que el factor económico se puso por encima del factor político, pensado este como
factor original y motivacional para alcanzar el poder y lograr las transformaciones
que el país reclama de tiempo atrás. Incluso, en el mismo escenario de
instrucción histórica con la cúpula militar, Petro puso en duda la legitimidad
de los viejos comandantes del ELN, preguntándose si los “guerrilleros” más
jóvenes realmente obedecían a sus otoñales líderes.
En por lo menos dos ocasiones el
presidente Petro emparentó, con toda razón, la operación armada y los proyectos
políticos de las disidencias de las Farc y al ELN, con las economías ilegales
de las que obtienen enormes ganancias, lo que claramente, para el jefe de Estado,
constituye una contradicción ideológica y política que hace que pierdan
legitimidad social y política. Es decir, Gustavo Petro instaló unas mesas de diálogo
más para enrostrarles a la nueva “guerrillerada” lo que significa realmente ser
revolucionario: aceptar que militarmente no se podrán tomar el poder, dejar las
armas, firmar la paz y luchar, sometiéndose a las reglas de la democracia. Esto
explica el calificativo que usó en contra de Iván Mordisco: “traqueto vestido
de revolucionario”.
Al haber militado en el M-19, guerrilla
urbana diferente a los perfiles históricamente exhibidos por las Farc y el ELN,
Gustavo Petro creyó posible hacer la paz con quienes tiene irreconciliables
diferencias ideológicas y políticas, las mismas que le permitieron jugar el
doble rol de presidente interesado en hacer la paz, y de analista político, proclive
a quitarles legitimidad a la lucha armada que sostienen aún esas agrupaciones. Al
final, y gracias al propio carácter confrontador del presidente, el rol que
terminó por imponerse fue el de analista político.
Entre tanto, por el lado de las
disidencias dirigidas por Néstor Gregorio Vera, alias Iván Mordisco, “le
cogieron la caña” a Petro de hablar de paz, a sabiendas de que tendrían que
soportar las lecturas “desobligantes” del analista político, Gustavo Petro y
las decisiones militares del presidente de la República de golpear las
economías ilegales que alimentan la operación militar de todas las “guerrillas”.
Así entonces, siempre hubo ruidos y mutuas desconfianzas, asociadas estas al
doble rol que jugó Gustavo Petro.
En los tiempos del proceso de paz
de La Habana, el entonces presidente Santos conformó un equipo plenipotenciario
de gran altura académica y dejó que fueran los voceros militares los que libraran
la eterna “confrontación discursiva” cada que ocurría un hecho de guerra. Hay
que reconocer que para la época casi todos los frentes de las Farc-Ep llegaron
convencidos de que era el momento de parar la guerra y firmar el armisticio. Por
el lado del Estado, pero sobre todo del Establecimiento colombiano, hubo la decisión
casi unánime de apostarle a la paz.
Se pudo pensar que al venir de la
lucha armada el presidente, iba a hacer más fácil negociar con los grupos
armados ilegales que aún operan en el país. Pero no. Todo lo contrario, el M-19
siempre fue la guerrilla diferente. El largo tiempo que ha pasado Petro jugando
con las reglas de la democracia, su carácter confrontador y su interés en consolidar
su perfil académico e incluso, de intelectual, lo alejó de la pragmática
política con la que actuó Juan Manuel Santos Calderón, apoyado por gran parte
del Establecimiento colombiano, para firmar el Acuerdo Final y poner fin al
conflicto armado con las Farc-Ep.
Así las cosas, el fracaso de la
Paz Total se podría explicar por la confluencia de todos los elementos arriba
expuestos, a los que, por supuesto habría que sumar el interés de agentes de
poder político, social y económico del Establecimiento que, al verse afectados por la llegada de
Petro al poder, le vienen apostando al fracaso de la Paz Total, por cuanto de llegar a darse ese escenario, la izquierda se volvería una opción electoral atractiva para los millones de colombianos que anhelan la paz, pero que no necesariamente votaron por Petro en el 2022.
Adenda: la
respuesta de Iván Mordisco al señalamiento del presidente Petro confirmaría la
confianza que representó la llegada del primer exguerrillero a la Casa de
Nariño, pero también podría servir para ratificar que el líder de las
disidencias jamás leyó y mucho menos entendió el origen y la lucha del M-19.
Esto dijo Néstor Gregorio Vera: “Gustavo Petro me acusa de traqueto y de
usar la memoria de Manuel Marulanda. Cuando lo apoyamos en campaña no éramos
traquetos”.
Imagen tomada de Semana.com