Por Germán Ayala Osorio
La iglesia católica es una
institución universal, toda una multinacional, en gran medida responsable de
las insostenibles relaciones que el ser humano consolidó en el tiempo con los ecosistemas
naturales. Daré dos ejemplos: el primero, creó la narrativa con la que se le impuso
a la mujer el rol exclusivo de reproducir a la especie humana, lo que generó la
sobrepoblación del planeta y las crisis climáticas asociadas a las ideas de
desarrollo y progreso, también reproducidas y aplaudidas desde los púlpitos; y
el segundo, con ese mismo discurso, coadyuvó a que los humanos vieran como inferiores
a los animales, lo que desató largos procesos de dominación, domesticación y
control poblacional de acuerdo con las necesidades humanas. Es decir, evitó la
discusión alrededor de la coexistencia entre animales no humanos y el animal
humano, especie dominante sobre las demás.
Estamos pues, ante una
organización históricamente conservadora, goda, homofóbica y antropocéntrica y
por ello, enemiga de los animales no humanos. Fernando Vallejo ya lo había
advertido al explicar su distanciamiento con la iglesia católica y con su dios:
“la infame Iglesia no quiere a los animales y se las da de buena y
misericordiosa habiendo sido cruel y asesina hasta donde pudo…”.
Lo anteriormente dicho sirve de
marco cultural y circunstancial para entender la postura que recién asumió la
iglesia católica alrededor de la familia multiespecie. La discusión de fondo
está en si los animales no humanos, en particular perros y gatos, no pueden considerarse
como miembros de la familia humana y mucho menos, reconocerlos como “hijos”.
En el periódico EL COLOMBIANO, godo
de tradición, se lee lo siguiente: “Porque la familia está conformada por
humanos, los padres, los hijos, que corresponde a ese nivel de especie, ya
cuando son integrados animales no hay necesidad de llamar familia multiespecie,
simplemente son animales que son queridos, respetados, se les brindan los cuidados
esenciales, pero sin necesidad de atribuirles la personalidad humana”, señaló
el padre Raúl Ortiz, director del Departamento de Doctrina de la Conferencia
Episcopal de Colombia (CEC)”.
La postura de la iglesia católica,
además de anacrónica, es fruto del discurso antropocentrista con el que
validamos el rol dominante del ser humano. No se trata de “humanizar” a los
animales no humanos de compañía. De lo que se trata es de bajarle un poco a la
arrogancia que se desprende de esa narrativa antropocéntrica que pone al ser
humano en el centro del universo, a pesar de las evidencias de su estupidez y
de su perversa inteligencia. Baste con mirar el genocidio contra el pueblo
palestino, para entender que solo el animal humano es capaz de crear los
escenarios más ignominiosos y aberrantes. Más bien lo que debemos es hacer es
dedicar más tiempo a observar los comportamientos de los animales no humanos, para
ver si superamos, por ejemplo, la homofobia, el clasismo y el racismo, problemas
surgidos de las entrañas del humanismo que la iglesia católica promueve.
La creciente convivencia con animales
no humanos debería de concitar la discusión no alrededor de si aceptamos o no considerar
a perros y gatos como miembros de la familia, sino en torno a la soledad y por
supuesto, a todo lo que positivamente se reconoce del compartir nuestra
existencia con la nobleza, la mansedumbre y la buena vibra de perros y gatos.
Por esta postura y otras es que
millones de seres humanos (animales humanos) abandonaron a la iglesia católica,
convertida en una sinuosa multinacional en la que se recrea y valida, entre otras
conductas, la pederastia y la pedofilia, así como la corrupción, el tráfico de
influencias y la aceptación de la crueldad de las guerras y los conflictos alimentados
desde los púlpitos.
Qué tiene de malo considerar como
hijos a perros y gatos, cuando conviven bajo un mismo techo, logran comunicarse
y hacerse entender; estos mismos maravillosos seres generan momentos de alegría
y sosiego; muchos de ellos son el soporte emocional para cientos de miles de
seres humanos, labor que bien se equipara a lo que pueden brindar amigos o familiares.
Muchos de los adjetivos que
Fernando Vallejo usó en la introducción a su libro, La Puta de Babilonia, con
el firme propósito de cobrarle a la iglesia católica “sus cuentas pendientes”, sirven
para advertir que dicha multinacional, como creación humana, no constituye de ninguna
manera, un faro moral y ético para reestablecer nuestras relaciones con la
naturaleza.
Imagen tomada de Caracol noticias.