Por Germán Ayala Osorio
En una democracia formal y
procedimental como la colombiana, los ciudadanos participan de las jornadas
electorales bajo disímiles motivaciones, de las que se destacan el voto por
conveniencia económica y política (voto clientelista y por lo tanto, corrupto),
el voto de opinión, el útil, como también el voto en contra. Quienes se abstienen
de ejercer el voto lo hacen también por diversos motivos: desconfianza en la
institucionalidad democrática, rabia, pereza o simplemente, porque se ignora cómo
opera el Estado y qué es eso de una democracia participativa.
En la jornada electoral del 29 de
octubre, para el caso del Valle del Cauca y Cali, el voto en blanco y la
abstención se hicieron notar. En la capital del departamento, la abstención fue
del 54,86, guarismo no despreciable al momento de intentar entender qué razones
hubo para que se diera ese comportamiento de los caleños. De un potencial electoral
de 1.816.828, tan solo se acercaron a los sitios de votación 820.266 ciudadanos.
Es decir, casi un millón de personas desconocieron el deber de participar.
El voto en blanco alcanzó el
31,04% lo que equivale a 235.037 votos. Para que nos hagamos una idea, el ganador
de la contienda electoral, Alejandro Eder, obtuvo 315.599, es decir, 80.562
votos más que el voto en blanco. Roberto Ortiz, el segundo candidato, obtuvo
220.404 sufragios, esto es, 14.633 votos menos que el voto en blanco.
Desde la sociología política y
electoral, ese 31,04% que votó en blanco, lo hizo, sin duda alguna, como expresión
de un evidente descontento y desconfianza hacia los candidatos que disputaron
la alcaldía. También se puede hacer esta lectura de ese guarismo: el
agotamiento social de la política y en particular de la política electoral en
una ciudad que atraviesa una evidente crisis social, cultural, política y
económica, ancorada, clara está a dos fenómenos: la pandemia del Covid 19 y el
estallido social.
Al no tener rostro ese 31,04%, el
alcalde electo no podrá acercarse para conocer las motivaciones de quienes
votamos en blanco. Lo que sí está obligado a hacer el señor Eder es a
devolverle a la ciudadanía la confianza en sus instituciones locales a través
de un ejercicio del poder político lo más transparente posible. Sabemos que será
difícil que Eder lo haga porque lo acompañan contratistas y políticos de Cambio
Radical y del Centro Democrático, dos colectividades que la opinión pública
asocia con corrupción público-privada.
Entre los votos nulos (24.071) y
los no marcados (39.203) suman 63.274 votos (7,7%), cifra no despreciable de la
que no hay explicación que satisfaga los análisis, pero sí dejan varios
interrogantes: ¿Los que marcaron mal, lo hicieron a propósito o porque desconocen
la lógica de los formularios?; los no marcados se pueden entender como un voto
rabioso y la desconfianza que produce el voto en blanco, por considerarlo poco
efectivo?
Para el caso de la gobernación,
el voto en blanco fue también significativo: alcanzó 459.031 sufragios, esto
es, el 27,61%. Dilian Francisca Toro Torres, gobernadora electa, alcanzó apenas
265.169 votos (el 35,02%), lo que políticamente da por “ganador” al voto en
blanco, pero jurídicamente no tiene validez porque no alcanzó el 50%. Que el
voto en blanco haya superado a todos los aspirantes es un indicador claro de
desconfianza en la democracia electoral en la región, sumida en el desprestigio,
justamente, por el poder hegemónico del clan Dilian. Su triunfo, a la luz del
voto en blanco, le permitirá un ejercicio del poder con una baja legitimidad
social y política, asunto que muy poco le importará a la baronesa de Guacarí. Es de tal dimensión lo acontecido en el Valle
del Cauca, que sumando los porcentajes de los candidatos derrotados por Toro
Torres, apenas suman el 33,88%, esto es, el 6,27% más que el guarismo del voto
en blanco que fue del 27,61%.
Se advierte un cansancio en vallecaucanos
y caleños y un agotamiento de la democracia como régimen de poder sobre el que
recaen demasiadas demandas y aspiraciones del colectivo. Mientras el ethos
mafioso siga guiando la vida privada y pública de operadores políticos, judiciales
y de los ciudadanos que venden su voto por un contrato millonario, un puesto en
una alcaldía o unas tejas, la desconfianza en la democracia electoral seguirá
creciendo hasta que llegue el día en el que el voto en blanco gane jurídicamente
y se tengan que repetir las elecciones con candidatos diferentes.
Imagen tomada de Kienyke
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