Por Germán Ayala Osorio
La victoria político-electoral de
Donald Trump es legítima, pero arrastra el peso de la inmoralidad que acompaña
al expresidente republicano al ostentar la condición sub judice por los delitos
de conspiración para defraudar al gobierno estadounidense, obstrucción de un
procedimiento oficial y conspiración para violar derechos civiles.
A esa impudicia se suman la
xenofobia, el racismo y la misoginia, actitudes y formas de pensar propias de un
hombre blanco y rico que al saber que es un faro (in) moral para millones de ciudadanos
norteamericanos, se siente en el derecho y en la libertad de deshumanizar a los
inmigrantes, en particular a los latinos y de insistir en los procesos de
dominación masculina sobre el cuerpo de las mujeres.
El regreso de Trump a la Casa
Blanca es el triunfo de los conservadores arios que al asumirse como “víctimas”
de los migrantes “salvajes”, olvidan que la política exterior estadounidense y las
intromisiones en los destinos de los países del sur global generan las odiadas migraciones
hacia el territorio americano. Esos inmigrantes sobreviven en sus países martirizados
por una globalización económica que naturaliza la obscenidad de un sistema
capitalista que se alimenta de la fuente inagotable desde donde brota la inmoralidad:
la condición humana.
Las necesidades y los sueños de “salir
adelante” de esos millones de migrantes sirven a los propósitos de un sistema
migratorio corrupto que se sostiene por los costosos “perdones” que deben
solicitar ante las autoridades migratorias. Las autoridades migratorias de los
Estados Unidos son el comodín burocrático de republicanos y demócratas.
El triunfo de Trump termina por
validar la inmoralidad de un proyecto civilizatorio universal que, a pesar de
sus evidentes daños y efectos socioambientales y ecológicos producidos a la Casa
Común, se seguirá extendiendo en el tiempo hasta que los desarrollos técnicos,
científicos y tecnológicos pongan a los países desarrollados como los Estados
Unidos en estadios de post naturaleza en donde las crisis éticas y las confusiones
morales se asuman como las ruinas de un ser humano ya no sometido por las arcaicas instituciones
disciplinantes y de control modernas,
sino por la Inteligencia Artificial (IA) y los dispositivos asociados a la
creación de esos nuevos ciudadanos que “evolucionaron” porque fueron capaces de
dejar atrás las disquisiciones éticas y morales que aún hacen posible que millones de seres
humanos cuestionen a quien volverá a la Casa Blanca para seguir jugando a ser el
gran Sheriff del planeta.
La derrota de Kamala Harris la
sufren las mujeres en su dimensión universal, pues sobre sus cuerpos aún tienen
potestad los aparatos de justicia, las iglesias y los hombres poderosos que les
ordenan qué hacer con ellos y bajo qué circunstancias. La garantía de la reproducción humana
seguirá atada a los deseos de dominación y a las valoraciones morales de un sistema
patriarcal fundado sobre la inagotable inmoralidad de la condición humana. Los
códigos morales y éticos terminan siendo insuficientes manuales de buena
voluntad para una aviesa condición humana que no termina de sorprendernos.
Adenda: el socialismo es también
un sistema inmoral porque al igual que el capitalismo, bebe de la misma fuente
de la inmoralidad: el ser humano.