Por Germán Ayala Osorio
En una anterior columna
hice referencia a la existencia del estudiante-cliente, fenómeno que en mayor
medida se expresa en universidades privadas, pero que varios corresponsales
consideran que su presencia ya hace parte de las dinámicas de los colegios.
Otros de los lectores de la columna El estudiante-cliente (I) ubicó al
neoliberalismo como doctrina responsable de esa clientelización del
estudiantado.
Otra de las voces que
reaccionaron apuntaron a la necesidad de caracterizar a los docentes que están
sometidos a las dinámicas que genera esa condición del estudiante visto como
usuario, cliente o consumidor de los servicios educativos ofrecidos por las
universidades privadas. Esta columna es un intento en ese sentido.
Hay un primer grupo de profesores
que, frente a dicho fenómeno, optan por guardar silencio, aunque tratan en el
aula de modificar los nocivos efectos de esa clientelización de los estudiantes.
Estos profes soportan con estoicismo esas nuevas circunstancias en las que
deben operar como orientadores de cursos a los que asisten estudiantes-clientes
que pagaron costosas matrículas para “consumir y desechar” discursos, posturas,
conceptos, fórmulas y hechos que en el pasado suscitaban discusiones acaloradas
entre los docentes y aquellos estudiantes política y académicamente formados
para entablarlas y sostenerlas en el tiempo. A esos estudiantes-clientes no les
interesan los rollos y mucho menos debatir las ideas del profesor. Es
suficiente con que los entretenga y mucho mejor si los hace reír.
En un segundo grupo se ubican
aquellos que acatan sin chistar esa nueva realidad académica no tanto porque
estén convencidos de que es lo mejor para la academia y para los clientes, sino
porque su carácter sumiso los obliga a mantenerse del lado de quienes para el
caso ostentan el poder: las directivas. Estos profes son una especie de
obsecuentes manzanillos que aprendieron a reptar. Le apuntan a un cargo
directivo para librarse de la pesada carga académica.
Y en un tercer grupo podemos
ubicar a los que se atreven a cuestionar los listados de estudiantes-clientes
que la Universidad asume como “especiales” y que les entrega para que coadyuven
a evitar que deserten, es decir, que el estudiante-cliente abandone la carrera.
Estos profes corren el riesgo de ser señalados por el colega que ostenta un cargo
directivo de “no tener la camiseta puesta”. Estos docentes suelen somatizar el
cansancio que les produce enfrentar la mediocridad, las incoherencias y la irresponsabilidad
de los estudiantes-clientes.
En los tres grupos hay diferenciadas
apuestas éticas. Los que se ubican en el primer grupo exhiben una eticidad
responsable en la medida en que creen aún que en el aula es posible poner en
crisis esa condición de estudiante-cliente que tanto daño le está haciendo a la
academia y a quienes, muchas veces sin saberlo, padecen esa condición que
deviene sistémica. En cuanto a los que hacen parte del segundo grupo, la ética
practicada resulta acomodaticia y cercana a las maneras como opera la Política
en la que los intereses están por encima de las relaciones de amistad e incluso
de la responsabilidad académica frente a los estudiantes-clientes, víctimas y victimarios
de un sistema cultural y de unos procesos civilizatorios en crisis.
Finalmente, en el tercer grupo,
sus profesores exhiben una ética ciudadana forjada en el cuestionamiento del
poder y de las realidades. Estos profesores, cada vez más escasos, perseguidos
y estigmatizados al interior de las universidades responden de manera clara al
carácter genuino que acompañó a la Universidad como institución moderna durante
siglos. Es decir, antes de que la doctrina neoliberal se asumiera como plan de
vida individual y como parte de una nuevo “ordenamiento cultural”. Bajo este “ordenamiento
cultural” se debilitan proyectos
comunitarios o colectivos, se apunta a la atomización de la sociedad y se
desprecia la lectura crítica; al final, lo que se impone es la lógica individual
de unos estudiantes infantilizados desde sus hogares y aceptados así por la
universidad que da continuidad a ese proceso que termina con la graduación de
estudiantes-clientes.