Por Germán Ayala Osorio
Falta poco para que se acabe el
gobierno Petro y tres escenarios jamás se consolidaron: el primero, la apocalíptica
sentencia de periodistas, empresarios y políticos con la que decían que nos convertiríamos en
Venezuela y que el castrochavismo nos dejaría igual o peor que Cuba; el
segundo, el cacareado Acuerdo Político Nacional entre el presidente Petro y las
fuerzas políticas tradicionales que asumieron la pérdida del control de la Casa
de Nariño como una verdadera catástrofe; y el tercero, la disminución de la
pugnacidad política y la violencia verbal. Así las cosas, es apenas lógico suponer
que el ambiente electoral de 2026 podrá ser de los más caldeados de los últimos
años pues hay expresiones de odio que circulan en las redes sociales y que podrían
concretarse en riñas callejeras y atentados criminales.
Los reportes de billonarias
ganancias de los bancos y de otros sectores económicos anulan cualquier asomo
de veracidad de aquellos actores políticos que insisten en que hay que derrotar
al “socialismo, al comunismo, al narco comunismo o narco socialismo”, nomenclaturas
que suelen usar desde los hijos del expresidente y expresidiario Álvaro Uribe,
la ignara precandidata Vicky Dávila y otros tantos que solo saben decir la insulsa
frase “vamos a recuperar
al país” con la que ocultan que sus reales intereses están exclusivamente
en reconquistar la casa de gobierno.
En lo que toca al segundo escenario,
el único acuerdo que parece que sí se va a consolidar es el de Todos Contra
Petro o la Selección
Antipetro creada recientemente por la campaña al Senado de Ingrid
Betancur. Llama la atención el uso de los mismos colores y la tipografía de la
gaseosa Colombiana, marca que pertenece al grupo empresarial de Ardilla Lulle. ¿Acaso
el empresario está financiando la campaña de la excongresista que cada cuatro años
deja la fría París y regresa a su patria para ver cuántos votos logra alcanzar y
qué transacciones burocráticas logra concretar con la derecha?
La atomización de la derecha en
virtud de la explosión de precandidatos presidenciales da cuenta de un fenómeno
sociopolítico: la naturalización de la política como negocio de
la que se desprende el hambre burocrática de varios aspirantes que, sin maquinaria,
propuestas y carisma, mantienen el “cañazo” de sus precandidaturas para ver si
de pronto en el 2026 les ofrecen una embajada, unos contratos o un ministerio.
Y en lo que corresponde al tercer
escenario, quedará para la historia política y mediática los llamados a bajarle
el tono y a la violencia verbal de agentes económicos y políticos. El país
recordará que el presidente de la Andi, Bruc Mac Master propuso una “paz
verbal” por allá en agosto de 2023 durante el Congreso gremial al que no
fue invitado el presidente Petro. Y no podemos olvidar los buenos oficios de la
Conferencia Episcopal
cuando convocó a varios actores políticos a una reunión a la que asistieron el
jefe del Estado, Gustavo Petro, el presidente del Senado, Efraín Cepeda, así
como la fiscal general, la defensora del pueblo, el registrador nacional, el
procurador y los presidentes de las altas cortes. Dicha reunión se dio el 16 de
junio de 2025 y el mensaje de la Curia fue claro y contundente, pero ignorado: “invitamos
a todo el país a valorarnos y respetarnos como hermanos, a desarmar y armonizar
la palabra, y a rechazar todo tipo de violencia como forma de resolver los
conflictos políticos y sociales”.
Al final, no hubo consenso
político porque todos los sectores enfrentados asumen la Casa de Nariño como un
botín que cada cuatro años convoca a verdaderas “guerras electorales”. Y porque
las diferencias entre unos y otros son irreconciliables entre quienes le apuestan
a veces con algo de “ingenuidad cultural” a que vivamos bajo las condiciones de
un Estado de Bienestar; y otros que insisten en mantener los ya aceptados Estados
de Cosas Inconstitucionales, resultado de su visión neoliberal del Estado.
Y no nos convertimos en
Venezuela y no llegó el comunismo porque quienes pintaron ese escenario se
aprovecharon de la ignorancia de cientos de miles de colombianos que creen a
pie juntillas lo que dice la prensa hegemónica, responsable en gran medida de
la pugnacidad política y la crispación ideológica.
No se bajó el tono, no hubo “paz
verbal” y mucho menos reconciliación porque no es posible reconciliar políticamente a
una sociedad clasista, racista, aporofóbica, misógina, homofóbica, pacata,
farandulera, morbosa, mojigata, gazmoña, puritana, morronga, machista,
atontada, mafiosa, corrupta, goda, ignorante, violenta, incivilizada y a veces
con altos e incontrastables visos de estolidez.
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