Por Germán Ayala Osorio
En el agrio enfrentamiento verbal
entre Trump y Petro aparecen varios conceptos que complejizan el conflicto
entre estos machos alfa: dignidad
y soberanías popular y estatal. Se trata de tres conceptos políticos
que la mayoría de los colombianos no entiende y que poco les importa su aplicación
o exigencia en la vida práctica porque están resolviendo el día a día bajo condiciones
de precariedad salarial y las incertidumbres, rabia y desazón que generan múltiples
formas de violencia urbana y rural.
Al defender el presidente Petro esas
tres categorías y al hacer un uso ideologizado de las mismas, de inmediato los
periodistas afectos al Establecimiento colombiano reducen esa mamertizada defensa
a las “rabietas” propias de un exguerrillero,
comunista, nacionalista
y antiimperialista con las que busca ser recordado como el político que se le
plantó al hostil, bravucón y pederasta presidente de los Estados Unidos. Por supuesto
que ese reduccionismo mediático termina consolidando la narrativa que señala que
al enemistarnos con los Estados Unidos el miedo ya no es convertirnos en
Venezuela, sino en ser una segunda Cuba por las sanciones económicas con las que
amenazó el presidente estadounidense.
Con ese relato, la derecha aspira
a recuperar la Casa de Nari (no la de Nariño) con dos objetivos claros: el primero,
revertir las decisiones adoptadas por
Petro en varios ámbitos, como sus acercamientos a la “China
comunista” que tanto molestó al anaranjado huésped de la Casa Blanca y el
segundo, regresar a la indigna
relación de sometimiento al país norteamericano, fruto de la connivencia de varias
autoridades
estadounidense con la naturalizada corrupción en Colombia en su lucha contra el
narcotráfico y en el manejo discrecional de las ONG de la “ayuda” gringa. La
complicidad de los gringos, republicanos y demócratas con la Colombia mafiosa
es una forma efectiva de sometimiento político y económico con la que se
configura la imagen de que el país es el “patio trasero” de USA.
A Trump solo le sirve que a la
Casa de Nariño
llegue un presidente que lleve incorporadas las “rodilleras”,
símbolo de sometimiento al capricho norteamericano de mantener la fracasada e
hipócrita lucha contra el narcotráfico de la que se benefician agencias como la
DEA, el sistema financiero internacional y los bancos gringos que le lavan el sucio
dinero a los narcos que según Petro viven plácidamente en Miami.
Con la crisis diplomática entre Washington y Bogotá la prensa colombiana revivirá el sempiterno miedo al comunismo y al castrochavismo con el que el uribismo logró por largos 20 años ocultar toda clase de crímenes, privatizar el Estado para el beneficio de unas pocas familias e inhumar esos tres conceptos que sus más visibles voceros los atan a la histórica relación de sometimiento a los intereses de los norteamericanos. Y ahora que varios congresistas republicanos expresaron su felicidad por la absolución del expresidente Uribe Vélez, estos mismos “virreyes” se encargarán de meter más miedo a los colombianos. Carlos A. Jiménez, congresista gringo, dijo recién en su cuenta de X que “nosotros apostamos por un hemisferio libre de dictaduras narcoterroristas, libre de comunismo y libre de miseria”.
El hambre, la pobreza, las múltiples
formas de violencia, la ignorancia, la desinformación y los 20 años de uribismo
impidieron que esos tres conceptos hagan parte de la vida cotidiana de los
colombianos. No se necesita ser petrista para defender y exigir su respeto y aplicación
efectiva. Bastaría con sentirse ciudadano del mundo, quitarse las rodilleras, abrir
los ojos y retirarse la venda que el uribismo, con la ayuda de la prensa, les
pusieron a millones de colombianos que siguen creyendo en lo que dice Uribe,
el político más mañoso y dañino que ha parido esta tierra.
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