Por Germán Ayala Osorio
El atentado
sicarial perpetrado contra Miguel Uribe Turbay viene siendo aprovechado política
y moralmente por la derecha para culpar al gobierno Petro y consolidar la
narrativa que indica que el ataque armado tiene una indiscutible connotación
política asociada por supuesto a un sentimiento de “venganza”
de la izquierda y el progresismo por los ataques políticos que efectuaba el
senador uribista contra la figura de Petro y sus reformas sociales como la reforma
laboral, pensional y a la salud.
Con el denodado apoyo de la
prensa hegemónica ese sector del espectro ideológico viene construyendo una
especie “protomártir” de nuevo cuño, ambientado por la fe de cientos de miles
de orantes-votantes que llegan a la clínica Fundación Santa Fe para pedir por
su pronta recuperación y el regreso a la “vida política y electoral” por
aquello de que el país lo necesita.
La “Carrera
por la vida” convocada para pedir a Dios que Miguel Uribe Turbay supere los
efectos de las heridas recibidas fue ante todo una actividad política atada a
los sentimientos de la comunidad de creyentes que, camándula en mano, rechazan
la violencia política y creen a pie juntillas que en este caso habrá un milagro
y la consecuente consagración de Uribe
Turbay como un “bendecido” por la gracia divina, condición suficiente para convertirse
en presidente de la República en el 2026.
La revista Semana registró así el
hecho: “La Carrera por la Vida nació como una respuesta ciudadana al
atentado que dejó herido al precandidato presidencial Miguel Uribe, quien
actualmente permanece en proceso de recuperación en la Fundación Santa Fe. El ataque
armado generó una ola de indignación en todo el país, al tiempo que encendió
las alarmas sobre el nivel de violencia política en Colombia”.
Los rezos, plegarias y la
Caminata por la Vida son los mecanismos políticos y morales con los que la
derecha y en particular el uribismo necesitaba para despejar el camino electoral
que hasta antes del atentado estaba enredado al interior de las mesnadas uribistas
por cuenta de las simpatías populares que viene despertando el gobierno Petro. A
dichos mecanismos se suma ahora la encuesta realizada por las firmas Guarumo y
EcoAnalítica, que muestra a Uribe Turbay, del partido Centro
Democrático, en el primer lugar de las preferencias de los eventuales
votantes con el 13,7 %.
Lo interesante de la situación es
que Uribe
Turbay ya no sería el candidato o el títere de Uribe como lo fue Iván Duque
Márquez, sino el enviado de Dios para “salvar al país de las garras del castrochavismo”.
En las huestes uribistas aspiran a que ningún creyente-votante, de los cientos
de miles que oran todos los días por la pronta recuperación del precandidato presidencial,
se atreva a contradecir la voluntad divina, lo que inexorablemente se traduciría
en millones de votos que asegurarían el triunfo electoral a la derecha. Los
riesgos de meter a Dios en la política gravitan alrededor de la ética, de la
libertad de cultos y del Estado laico por cuenta del regreso milagroso de Uribe
Turbay a pesar de la gravedad de las heridas producidas por una pistola 9mm
accionada a poca distancia. El riesgo es mayúsculo cuando al invocarse la
protección de Dios en el Preámbulo de la Constitución Política de Colombia, la
salvación de Uribe Turbay motivaría el rechazo de los agnósticos y ateos, entre
otros. Sería un país distinto: más a la derecha, intolerante, de la mano de renovados
fanáticos religiosos.
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