Por Germán Ayala
Osorio
El exitoso regreso de los cuatro menores indígenas permitió
que la formación militar y el conocimiento ancestral se unieran, dejando atrás
viejas rencillas, estigmatizaciones y persecuciones que la doctrina del enemigo
interno generó entre uniformados y pueblos indígenas. Ahora que las tres niñas
y el niño se recuperan en el Hospital Militar, los ojos del país se posan sobre
la suerte de Wilson, el comando canino que tuvo contacto con las menores
rescatadas y que coadyuvó a que la Operación Esperanza resultara exitosa.
Sea que regrese o no Wilson, es tiempo de revisar la
necesidad de usar a estos animales no humanos en actividades riesgosas como el
desminado o, para el caso, para la búsqueda de animales humanos desaparecidos
en selvas. La discusión hay que darla. El desarrollo tecnológico debe llevar a
las fuerzas militares y de policía a proscribir la inclusión de perros en ese
tipo de actividades. Podrían servir como respaldo emocional de los comandos
humanos que combaten a las guerrillas y no como instrumentos para obtener
resultados operacionales. Esa misma discusión cobija a las empresas de
seguridad que usan caninos para vigilar centros comerciales.
El habernos posado en lo más alto de la cadena trófica nos
obliga, desde una ética ecológica, a cuidar las selvas del Yarí y otros
ecosistemas similares. Pero también, a evitar que animales no humanos como
Wilson y tantos otros que no alcanzaron el estatus de héroe que ya alcanzó este
precioso pastor belga malinois de seis años de edad, resulten siendo víctimas
de decisiones y acciones humanas.
Quizás el episodio del rescate de los niños indígenas nos
esté haciendo un llamado a revisar las relaciones establecidas con la
naturaleza. Y por supuesto que, con todo
y las manipulaciones genéticas propias del mundo de los perros, estos
preciosos seres también hacen parte de esa naturaleza. Y por tanto, merecen
respeto, consideración y cuidado.
Dirán que hay perros que, por sus características, pueden
prestarnos esos servicios de vigilancia y rescate. Insisto en que el país puede
dar el salto para remplazar a los comandos caninos por robots que puedan
cumplir las funciones que hoy cumplen perros como Wilson.
Quienes compartimos la
vida con perrunos y al margen del entrenamiento de Wilson, imaginamos la
angustia cuando se pierden o pasan mucho tiempo sin ver a sus cuidadores.
Supongo, entonces, que nuestro querido Wilson está sufriendo en una selva
inhóspita, plagada de peligros y amenazas para su supervivencia.
No sé si los Duendes que cuidaron a los cuatro menores
indígenas estén en la capacidad y el interés de hacer lo mismo con Wilson. Como
tampoco sé si los espíritus que reinan en la selva del Yarí alcancen a sentir
el dolor que debe sentir el comando cuidador, es decir, el animal humano
parcero de Wilson.
Si regresa Wilson, como cientos de miles de colombianos
esperamos, estaríamos ante un 5to milagro. Si al final el comando Wilson es
abandonado por sus comandos humanos y no es hallado, muerto o vivo, su pérdida
debe impulsar la discusión que aquí propongo. Ojalá Wilson sea el último
comando canino en cumplir con misiones riesgosas. Los perros no están para
cumplir misiones, pero nosotros, como animales humanos si tenemos una muy
clara: protegerlos y amarlos.
Imagen tomada de El Pais de Cali
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