domingo, 2 de junio de 2024

ESTADO, NACIÓN, DERECHA E IZQUIERDA

 Por Germán Ayala Osorio 

 

Como Nación, Colombia arrastra históricos problemas atados todos a equivocados ejercicios del poder social, económico, eclesiástico y político. A su vez, dichas praxis devienen atadas a erróneas concepciones alrededor de lo que debe ser el Estado, la ciudadanía, la civilidad e incluso del valor que deberían de tener los procesos de socialización, así como el significado que tiene estar, como especie, en lo más alto de la cadena trófica.  

El tránsito de la Colonia hacia la consolidación de la República se hizo traumático porque no hubo ideas revolucionarias que permitieran pensarnos como pueblo autónomo, como una Nación con un relato unificador, basado en el respeto a las diferencias; una Nación guiada por una narrativa inclusiva que sirviera para reconocer y respetar nuestra diversidad étnico-cultural, así como la inquietante biodiversidad con las que nos tocó vivir, no se sabe si por suerte o por maldición divina. Es más, hemos crecido de espaldas y en contra de esa biodiversidad como expresión clara de la confluencia de todos los problemas aludidos.    

Nos ha dominado una pobreza cultural enorme, solo vencida por algunos eruditos, tímidos intelectuales y solitarios literatos; en esa precariedad cabe que nos avergonzamos de nuestros procesos de mestizaje porque creímos de manera temprana que ser civilizado era vivir en ciudades en medio de un desarrollo económico pensado para segregarnos territorialmente: allá los pobres, los negros, los campesinos, los indígenas y en otro lado, distante, los que siempre se creyeron blancos o de mejor familia. Hemos crecido odiándonos, despreciándonos, y viviendo de triunfos de deportistas o de reconocimientos de artistas y escritores, que los asumimos con orgullo, pero que no nos alcanza para superar la pobreza cultural que nos impide superar esos atávicos problemas.   

Y cuando las ideas liberales emergieron, entonces los conservadores sacaron su visión premoderna de la vida y de lo que debía ser el país, la Nación y la impusieron como un derrotero a seguir con la bendición de Dios. Entonces, extendimos en el tiempo la dominación y transformación de los ecosistemas, y de la mano, el sometimiento de la Mujer a disímiles formas de violencia, simbólica, psicológica y física. La godarria como actitud de vida y el ser godo como modo de estar en el mundo son quizás las más grandes taras que arrastramos como sociedad, de ahí nuestra condena a vivir en la premodernidad, en la oscuridad.   

Bajo esas circunstancias, las élites citadinas, en particular la bogotana de los siglos XVIII, XIX y XX, coadyuvaron en gran medida a consolidar un país sin un proyecto de Nación. Más bien, con sus espejos regionales, construyeron el país de regiones pobremente autonómicas, ancoradas todas a ese relato que les sirve a muchos para ocultar la histórica incapacidad para edificar una Nación moderna, fruto del actuar ético y moralmente correcto de una verdadera República.   

La educación fue, ha sido y es aún el gran factor con el que insistimos en la segregación cultural, étnica, territorial e identitaria. Eso sí, con una salvedad, esa educación hace referencia al prestigio, a los altos costos y al relato excluyente y violento de quienes por arte de birlibirloque se convirtieron en la élite por el solo hecho de ser los dueños de los medios de producción, incluidos en estos a las empresas mediáticas, universidades, colegios y la iglesia católica como factor clave para validar la mezquindad y la ruindad de los procesos de socialización echados a andar.  

Entonces, de prestigiosas universidades privadas de Bogotá egresan los que llegarán con el rótulo de “técnicos expertos” que harán parte de una tecnocracia enemiga de la diversidad cultural y de la biodiversidad. Las decisiones en torno al tipo de desarrollo económico que conviene a comunidades y ecosistemas alejados de los centros de poder político y económico las toman desde la arrogancia y la estulticia que les impide salir de sus oficinas a conocer a la Colombia que su costosa educación les negó reconocer.  

La llegada del primer gobierno de izquierda y de la mano de un exguerrillero del M-19 podría hacer pensar que hemos crecido y “madurado” como sociedad civilizada, moderna y preparada para semejante cambio de paradigma. Por el contrario, los viudos del poder de la enquistada derecha dejaron salir su naturalizada aporofobia, indicador claro de que solo les sirven los pobres en elecciones, pero no empoderados e inquietos políticamente como desea dejarlos el presidente de la República, Gustavo Petro.  

Lo más probable es que si la derecha recupera el Estado en las elecciones de 2026, asumido previamente como su botín, sus más retorcidos representantes se dediquen a “reestablecer el orden” en aquellos territorios urbanos y rurales en los que haya calado el relato reivindicante que el progresismo y la izquierda democrática vienen consolidando.  

La crispación ideológica que se advierte desde el 7 de agosto de 2022 tiene en la historia de la Nación colombiana a su más fuerte y prístina fuente. Hay un evidente cansancio de millones de colombianos con las maneras como las élites, bogotana y regionales, vienen ejerciendo el poder social, económico y político. Hay una toma de conciencia que difícilmente podrá ser combatida con los mismos dispositivos ideológicos del pasado.  Eso sí, resulta quimérico pensar que en cuatro años se pueda construir un relato de Nación. Por el contrario, quizás necesitemos la mitad del tiempo que le llevó a la derecha y a la godarria consolidar una democracia restringida, un Estado privatizado y criminal y una sociedad dividida y atropellada con el ejemplo de una élite que ostenta una incontrastable pobreza cultural, fruto de su individualismo, clasismo, racismo y su auto proclamación como referentes morales y éticos, en medio de una confusión generalizada en esas dos dimensiones humanas.  

Y lo peor de todo es que no vale de nada gritar “Dios salve a Colombia” porque fue en su nombre que unos pocos impidieron e impiden aún la consolidación de una Nación moderna, altiva, orgullosa, responsable y sostenible desde una perspectiva sistémica.




Imagen tomada de Vatican News


viernes, 31 de mayo de 2024

DONALD TRUMP Y LA VULGARIZACIÓN DE LA POLÍTICA

Por Germán Ayala Osorio 

 

Resulta curioso y quizás aleccionante que, en medio de la xenofobia selectiva de Donald Trump, sea justo un juez de origen colombiano, Juan Merchán, quien haya liderado su enjuiciamiento y la declaración de culpabilidad por 34 delitos graves que la justicia americana le imputó de tiempo atrás.  

Por supuesto que las acciones legales emprendidas por Merchán contra el magnate americano terminarán por fortalecer al candidato republicano en su carrera por volver a la Casa Blanca para cumplir con su amenaza de echar a patadas a cientos de miles de latinos ilegales y terminar de construir el muro fronterizo con el que pretende evitar la llegada de más inmigrantes latinos que usan la porosa frontera con México para buscar el “sueño americano”.  

La globalización económica tiene en Donald Trump a la figura que mejor representa los efectos negativos de ese proceso histórico de empequeñecimiento del planeta por cuenta de la migración de millones de seres humanos venidos del sur empobrecido, para instalarse en un norte opulento que los empezó a ver como una amenaza étnico-racial y cultural. Ese señalamiento se dio en virtud de los perfiles de aquellos que lograron llegar a los Estados Unidos y países de Europa no con el ánimo de generar vínculos y echar raíces lingüísticas a través del aprendizaje de las lenguas nativas, sino de consolidar sucios y violentos güetos que sirvieron para que ciudadanos como Trump empezarán a criminalizar a quienes llegaron de un sur esquilmado por un norte desarrollado.  

La condena contra Donald Trump da cuenta de la lumpenización de la política americana, en la medida en que varios de los delitos por los que fue procesado y hallado culpable el expresidente americano no guardan relación directa con el ejercicio del poder político. Por el contrario, hacen parte, unos, de la racionalidad económica que domina el carácter del magnate y otros, de la crisis de masculinidad por los años que ya pesan sobre su piel envejecida, aunque anaranjada, que lo fueron convirtiendo en un viejo putero. Su similar en Colombia sería Rodolfo Hernández, otro anciano putero que apareció en un video departiendo en un yate con mujeres jóvenes, al parecer dedicadas a la prostitución costosa que solo unos pocos pueden costear. 

Esa vulgarización de la política naturaliza la violencia electoral y las ideas conservadoras más retardatarias de todo el ideario conservador que defiende Trump: sus seguidores se oponen al aborto, no ven con buenos ojos la llegada de las mujeres a cargos y empleos tradicionalmente desempeñados por hombres; creen ciegamente en que el poder seduce a las mujeres y se oponen a las manifestaciones de las comunidades LGTBIQ. 

La llegada a la política de hombres patanes, violentos y con perfiles de machos puteros o machistas tiene en Donald Trump en los Estados Unidos y en Colombia a Álvaro Uribe Vélez, Federico Gutiérrez y Rodolfo Hernández a sus más visibles ejemplos. 

El caso del expresidente y expresidiario Álvaro Uribe Vélez se parece mucho al de Trump: está acusado de tres graves delitos y tiene señalamientos por delitos como paramilitarismo y crímenes de lesa humanidad por las masacres de La Granja y el Aro. Además de esas características, resultan operar como populistas de derecha y agitadores de las masas igualmente violentas, iletradas y poco dadas a dialogar y discutir con argumentos. Sus seguidores más fervientes suelen repetir el modelo y el perfil de macho cabrío que cada uno de estos políticos exhibe y ostenta sin pudor alguno.  

Es probable que Trump gane las próximas elecciones en la Unión Americana. Contradictoriamente, esa victoria estará soportada en el voto de aquellos latinos que lograron integrarse culturalmente a la vida americana, y que reconocen que a los Estados Unidos han ingresado cientos de miles de colombianos, mexicanos, venezolanos, brasileros, argentinos y centro americanos que afectaron las actividades desempeñadas, regalando el trabajo o dedicándose a prácticas ilegales.  

Esos latinos que votarán por Trump saben que el expresidente los odia, discrimina y persigue, terminarán dándole la razón al viejo putero porque ante todo están defendiendo su integración cultural y los beneficios de haberse adaptado a la vida americana. Bajo esas circunstancias, no es posible esperar que latinos defiendan a los otros latinos en la tierra del Tío Sam puesto que primero está la defensa del individualismo, bandera y único camino para alcanzar el deseado “sueño americano”. No hay tiempo para defender ideologías, compadrazgos, himnos, banderas y nacionalidades.  




Imagen tomada de las 2 Orillas


“VAMOS A RECUPERAR EL PAÍS”

  Por Germán Ayala Osorio   En el ejercicio de la política suelen aparecer frases que bien pueden servir como eslogan de futuras campañ...