Por Germán Ayala Osorio
En reciente columna la periodista
Diana Saray Giraldo dijo que Petro es un “presidente que nunca dejó de
pensar como insurgente”. Con la contundente frase la columnista
expresa su aprobación del oprobioso orden establecido en Colombia al que Petro
intentó cambiar cuando hizo parte del M-19 y años después de firmar la paz con
el Estado, desde la Casa de Nariño. En su etapa de guerrillero, fracasó con
rotundo éxito y en la de presidente quedan los intentos de reformar el corrupto
sistema de salud,
las condiciones de un mercado laboral en el que sobresalen algunos señores
feudales y esclavistas y las de un sistema pensional oneroso y clasista.
Realmente Petro es un
revolucionario, populista,
insurgente y un político que disfruta jugar a tratar de subvertir un orden que
jamás cambiará porque deviene anclado a un asunto cultural y en específico a un
ethos mafioso compartido por millones de colombianos, incluidos por supuesto
los miembros de la élite social, política y económica que defiende Saray.
Creo que el concepto que mejor
define a Petro
es el de subversivo, esto es, un agente político, armado o no, que intenta
subvertir un orden al que considera ilegítimo, violento y anacrónico porque
está fundado en las actitudes, ideas, acciones y posturas clasistas y racistas
con las que suelen realizar esos viajes de superioridad moral sus más
reconocidas figuras y voceros. Y claramente, el orden establecido en Colombia
tiene esas características. Otra cosa es que Saray, y en general la derecha
colombiana se sientan a gusto con lo construido en 200 años en este territorio
en el que aún estamos lejos de consolidar una verdadera República. Esos viajes
de superioridad moral les permite aceptar que hay “guerrilleros del M-19 que
son buenos, mientras que el único malo es Petro”.
Saray lo dice así: “Gustavo
Petro tiene una necesidad profunda de subvertir el orden establecido. Necesita
el caos. No le importa que la dignidad de su cargo encarne la
unidad nacional y que ser presidente le implique ser la cabeza de una nación,
sin importar la orientación política de sus habitantes. Petro nunca lo
entendió. Jamás dejó de pensar como un ideólogo de izquierda;
nunca pudo hacer la transición de opositor de gobierno a presidente de la
república”.
Me detendré en el párrafo citado
para decir que en parte la columnista tiene razón, en particular cuando dice
que Petro jamás entendió cuál era su lugar y la dignidad que representa como
presidente. En este punto se parece mucho a lo que hizo Uribe en sus ocho aciagos
años como jefe del Estado: Uribe fungió
como un capataz, un vulgar y violento mandamás y un montañero que a pesar de
haber estudiado en Oxford apeló a todos los instrumentos y artificios
ideológicos para mantener y extender en el tiempo las condiciones ignominiosas a
las que Saray y millones de colombianos se acostumbraron a soportar porque
jamás nadie les mostró, como lo hizo Petro, que había otras maneras de superar
los conflictos, entender nuestro devenir como sociedad, así como a asumir los
problemas estructurales de Colombia, una Nación a pesar de sí misma como dijo David Bushnell.
El mismo autor, al recordar a
López Pumarejo con su “Revolución en Marcha” nos permite acercar lo hecho por
el entonces presidente a las buenas intenciones del Petro subversivo del que no
habla Saray: “la principal contribución de López Pumarejo no consistió
en haber entregado unos beneficios concretos a las masas, sino más bien en
haber hecho que Colombia se enfrentara por primera vez a sus problemas
sociales. Incluso aquellos que rechazaban las políticas y métodos de López ya
no podrían ignorar tales problemas. Como parte de la misma
contribución, hizo que amplios segmentos de la población trabajadora tomaran
conciencia por vez primera del hecho de que no tenían que continuar ganándose
la vida a duras penas, sino que podían mejorar su situación”.
El Petro que no entendió aquello
de ser presidente como lo señala Saray rompió con la tradición de los jefes de
Estado en Colombia, acostumbrados todos a dejarse manosear por los grandes
magnates del país para mantener las afrentosas condiciones del orden
establecido. En su proyecto populista Petro se puso del lado del poder
constituyente para “echarle encima al pueblo” a esa misma élite a la que se
enfrentó López Pumarejo.
A Petro lo acusan de fomentar el
odio entre clases sociales y en alentar al caos, pero pocos hablan y mucho
menos reconocen que los voceros y líderes de Establecimiento colombiano
desdicen del proceso de mestizaje del que son hijos, de ahí la fuerte
animadversión hacia las comunidades indígenas y negras.
Le cabe razón a Saray cuando dice
que Petro en “su fantasía rebelde, decidió arengar
contra el Gobierno de Estados Unidos en el corazón de Nueva York y pedirle a su
Ejército que se alce contra su presidente, sin importarle por un solo segundo
las repercusiones que esto tendría para Colombia”. Sin duda alguna, Petro
se equivocó.
Con todo y errores y aciertos, el
paso de Petro
por la Casa de Nariño sirvió para exponer las pérfidas intenciones y
ejecuciones que durante 20 años de uribismo sirvieron para consolidar la
necesidad de seguir apostándole a subvertir el deshonroso, violento y
anacrónico régimen de poder que defiende la columnista. Eso sí, para seguir con
esa tarea con el noble y urgente objetivo de llevar a la Nación colombiana a
verdaderos estadios civilizatorios hay que saber llegar a acuerdos. En eso
fallaron Petro y la clase política tradicional. Para lograrlo, todas las partes
involucradas deben deponer egos y bajarle al clasismo y al racismo. Y ahora que
Petro insiste en una Constituyente,
hay que recordar lo dicho por Bushnell: “El establecimiento colombiano no
va a consentir que lo hagan a un lado por medio de la violencia. Todo lo demás
queda sujeto a negociación, y de hecho se negoció en la pasada Asamblea
Constituyente”.
Que buen articulo, para un gran debate, hablando de una gran nación y de un buen hombre!!!
ResponderEliminargracias german
ResponderEliminarGracias a quienes dejaron sus comentarios.
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