Por Germán Ayala Osorio
La mentira en la que cayó de plancha Geraldine Fernández Ruíz, quien afirmó en redes que había sido la ilustradora de la película japonesa animada El niño y la garza, invita a que cada uno de nosotros, como colombianos, revisemos la práctica social de mentir, simular o engañar con el propósito de buscar reconocimiento mediático o de obtener ventajas en el falaz del ejercicio de la política.
La primera enseñanza que deja este caso es para los
periodistas. En los últimos años, asistimos atónitos al deterioro del oficio,
gracias al olvido de los principios básicos del periodismo: contrastar la
información, confrontar las versiones, exigir documentos o pruebas de lo que
las fuentes aseguran. Fernández de algún modo convirtió en objeto de burla a El
Tiempo y de El Heraldo, dejando en evidencia la falta de rigor en el
tratamiento de la versión que les entregó la susodicha diseñadora.
La lapidación pública de la que fue víctima Fernández Ruiz en
las redes sociales haría pensar que los colombianos “no soportamos engaños”.
Tal actitud debería ser objeto de aplauso, solo si hubiera lugar a
demostraciones de respuesta similar frente a otras mentiras de mayor calado a
la que alcanzó el rollo fantasioso en el que nos metió Geraldine Fernández.
Veamos varios ejemplos de engaños en el ámbito político: el
exalcalde Enrique Peñalosa le mintió al país diciendo que tenía estudios de
doctorado, cuando no era cierto. Las reacciones ante semejante bulo no
alcanzaron el nivel de notoriedad y mucho menos desataron la “rabia colectiva”
que en las redes sociales sí desataron el cuentazo de la barranquillera.
En esa misma línea hay que ubicar al hoy expresidente Iván Duque
que también mintió sobre una supuesta especialización suya en Harvard, cuando
en realidad se trataba de unos cursos aislados que había tomado.
El otro caso es el del excongresista Julián Bedoya, a quien
la Procuraduría sancionó por haber conseguido su título de abogado de manera
fraudulenta, después de que la Universidad de Medellín anuló el título que le
había otorgado.
En los casos de Peñalosa, Duque y Bedoya estamos ante tres
tristes mentirosos, quizás con engaños más más graves que la mentirota que le
contó al país Geraldine Fernández. Los tres políticos, quizá porque son
hombres, no fueron lapidados con el mismo vigor con el que despedazaron a la
joven barranquillera. En los cuatro casos hubo una clara intención de engañar,
quizás por buscar un reconocimiento social y político que no se tenía. Con sus
mentirotas, Peñalosa, Duque, Bedoya y Fernández dejaron ver no solo sus enormes
egos, sino la necesidad de ser reconocidos en una sociedad cuyos miembros
deambulan en la búsqueda incesante de referentes y faros a seguir.
Como parte del castigo que recibió Geraldine, algunos se
atrevieron a señalarla como una mitómana compulsiva, que requería valoración y
acompañamiento psicológico. Pero nunca se dijo lo mismo de Duque, Peñalosa o
Bedoya, a ellos nadie se atrevió a recomendarles sesiones en el diván para que
repararan sus engaños mentiras sobre ciertos títulos académicos.
Si los medios hubieran fustigado así de duro a Duque, Bedoya
y a Peñalosa por sus cuentazos académicos, y en las redes se hubiera hecho eco
de tales trampas, tretas o artificios, seguramente las reacciones contra
Fernández Ruíz no hubiesen sido tan despiadadas y más bien hubiéramos concluido
que la barranquillera, simplemente, es “hija” del mal ejemplo que todos los
días dan políticos como Peñalosa, Bedoya y Duque. Entre muchos otros.
No quisiera pensar que el castigo que recibió Geraldine
Fernández tiene un alto componente de misoginia. Con esto no estoy
“disculpando” a la fantasiosa joven, no. Ahora bien, en buena medida gracias a
los medios masivos afectos al régimen de poder, nos acostumbramos a que los
políticos mientan y nos timen todo el tiempo, pero al menor error de una joven
que buscaba reconocimiento, sacamos toda esa rabia que hemos acumulado por los
años que lleva la clase política engañándonos con sus mentiras y sus tramoyas.
@germanayalaosor
Imagen tomada de EL PAÍS