Por Germán Ayala Osorio
La democracia, como régimen de
poder, tiene en los partidos políticos a una parte importante de sus cimientos,
por lo menos desde el punto de vista institucional (electoral). En una democracia
formal y procedimental como la colombiana, dichas colectividades han servido
para confirmar que operan - vaya contradicción- alejadas de principios
elementales de un régimen democrático: elecciones libres, discusiones públicas con
la participación de las bases sociales, respeto a los estatutos o reglamentos
construidos colectivamente y la generación de una opinión pública cualificada y
defensora de las libertades de prensa y de opinión.
La crisis globalizada de los
partidos políticos de la que no escapa Colombia allanó el camino al
debilitamiento de históricas colectividades como los partidos Conservador y
Liberal, responsables y auspiciadores de las estructurales debilidades de la “democracia
más antigua de América” y por supuesto de la violencia partidista; con ese
imaginario colectivo se ha querido ocultar los violentos y antidemocráticos periodos
presidenciales protagonizados por los gobiernos de Turbay Ayala, Álvaro Uribe Vélez
e Iván Duque Márquez. Baste con recordar el Estatuto de Seguridad y la Política
de Seguridad Democrática para señalar que se acercaron en violencia política a las que ejercieron las dictaduras de Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay.
Después de la captura mafiosa del
régimen democrático que perpetraron conservadores y liberales durante el Frente
Nacional, los sueños por ampliar la democracia que durante 16 años secuestraron
los líderes de los partidos Liberal y Conservador fueron recogidos por
colectividades que nacieron de negociaciones de paz entre el Estado y agrupaciones
guerrilleras y paramilitares, unas atadas al ambientalismo y otras tantas a divisiones
y disidencias marcadas muchas por rebeldes líderes carismáticos que decidieron
montar tolda aparte. Por supuesto que esa explosión de partidos jamás ayudó a
superar los problemas estructurales que arrastra la formal y procedimental
democracia colombiana.
Por el contrario, los más de 50
partidos y movimientos[1]
creados después del Frente Nacional dan cuenta de una especie de gamonalización
de la política ancorada en liderazgos de políticos profesionales
interesados exclusivamente en capturar el Estado, usando sus colectividades
como plataformas ideológicas y burocráticas para lograr ese cometido.
Ahora que se avecinan las elecciones
presidenciales y parlamentarias en Colombia, la crisis de los partidos y de la
democracia se agudizan gracias a que por lo menos 100 candidatos se inscribieron
con movimientos por firmas, una de las estratagemas con las que el sistema
electoral alimenta los problemas de la democracia colombiana. Otra demostración
del precario sentido de la democracia que subiste al interior de partidos y movimientos
políticos lo da el Centro Democrático y su propietario, el expresidiario y
expresidente Álvaro Uribe Vélez.
Ante las peleas intestinas entre
sus cinco precandidatos presidenciales y después de eventos públicos en los que
cada uno de los aspirantes buscaba afanosamente agradar y seducir al Patrón, el expresidente
antioqueño, dueño de esa microempresa electoral, decidirá a dedo (dedocracia)
entre Abelardo de la Espriella
y Juan Carlos Pinzón
el candidato que representará los intereses de Uribe, del llamado uribismo y de
la derecha y la ultraderecha.
Las precandidatas Paloma Valencia,
María Fernanda Cabal y Paola Holguín deberán conformarse con haber cumplido el
rol de bastoneras, animadoras y fieles enamoradas del Gran Gamonal que
tiene una muy reducida comprensión del concepto de la democracia y unas evidentes
dudas de las capacidades de las mujeres para gobernar. La Dedocracia,
para ungir a su próximo títere, arrastra los negativos resultados económicos y
sociales del gobierno de Iván Duque Márquez; eso sí, ese mismo dedo con el que
finalmente investirá a su nuevo "juguete" le sirvió para estigmatizar a sus críticos
y perseguir a sus detractores durante sus aciagos ocho años de mandato. No importa si
proclama al “Tigre” o al “General sin soles” como su candidato presidencial
para recuperar a la Casa de Nari. Lo realmente importante es que se confirma
que su desprecio por la democracia se origina en su propia microempresa electoral.
[1] M-19 (Alianza Democrática M-19). Unión Patriótica (UP).
Partido Verde Oxígeno. Movimiento de Salvación Nacional. Laicos por Colombia /
Partido Nacional Cristiano. Movimiento Independiente de Renovación Absoluta
(MIRA). Partido Polo Democrático Alternativo (PDA). Partido Verde (original). Movimiento
Alas Equipo Colombia. Centro Democrático. Opción Centro (luego Alianza Verde). Fusión
de Progresistas y Verde. Movimiento Alternativo Indígena y Social (MAIS). Colombia
Humana. Fuerza Ciudadana. Pacto Histórico (coalición que se convirtió en
partido). Liga de Gobernantes Anticorrupción. Nuevo Liberalismo (recuperado),
En Marcha (de Daniel Quintero), etc.
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