Por Germán Ayala Osorio, comunicador social
–periodista y politólogo
Entre los múltiples daños
que Uribe le hizo al país con el ethos
mafioso que irradió e inoculó en las prácticas políticas e
institucionales, entre el 2002 y el 2010 y luego, entre 2018-2022, está el
haber provocado divisiones al interior de las Fuerzas Militares en torno al
tratado de paz firmado en La Habana. En particular, al interior del Ejército,
existe una fractura que deja dos islas incomunicadas: una, en la que conviven
una oficialidad que tempranamente desconoció lo pactado en La Habana entre el
Estado y las antiguas Farc-EP; y en la otra, en la que deambulan sin mayor
atención por parte de la cúpula, unos ya pocos oficiales que ven en lo pactado
en Cuba no una rendición militar, sino el mejor escenario para dar tributo a
los caídos y mutilados durante más de 50 años de estéril confrontación interna.
Las razones que
tuvieron los oficiales leales a Uribe oscilan entre las ideológicas y
político-militares, esto es, el odio visceral contra los alzados en armas y a
todo lo huela a izquierda y las que aluden a intereses por el manejo
discrecional de los millonarios recursos económicos destinados a combatir a los
grupos al margen de la ley. Ese manejo facultativo del presupuesto, está destinado
a mantener la guerra como un lucrativo negocio que debe extenderse en el
tiempo, lo que supone una apuesta política para que el proceso de paz fracase,
al tiempo que se espera que las disidencias farianas y el ELN crezcan en número
de efectivos y se consoliden en los territorios en los que hoy operan, para
insistir en la aplicación de la doctrina del enemigo interno y su extensión a
todos aquellos que piensen diferente y critiquen al régimen político.
Al final, los militares
que se hincaron ante Uribe, entendieron que, con tal de mostrar resultados
operacionales, así fuera a través de macabras puestas en escenas como los Falsos
Positivos, tendrían al entonces presidente y luego al senador
y expresidente, como un aliado político interesado en tapar la corrosiva
corrupción que por largos años se ha extendido al interior de las fuerzas
militares, en particular, en lo que tiene que ver con la contratación para la
compra de pertrechos, carros blindados, aviones y demás. Desde el primer
momento en que Uribe se proclamó como el “primer soldado de Colombia”, la
unidad de mando empezó a resquebrajarse, para dar vida a los dos bandos que hoy
subsisten y medianamente conviven al interior del Ejército nacional.
Las primeras grietas se
abrieron por el acoso que Uribe lideró para que “se produjeran más y mejores
resultados operacionales”. Es decir, bajas, a como diera lugar. Y en un segundo
momento, cuando el propio Uribe, durante las negociaciones de paz en Cuba, cuestionó
ferozmente lo acordado entre las partes y dio inicio a la campaña del NO al
plebiscito y los consecuenciales ataques a la JEP. En su momento, señaló:
“Este proceso premia al terrorismo al
negar cárcel a los máximos responsables de delitos atroces, en un país con más
de 100 mil presos por delitos menores que los de FARC; premia al terrorismo con
elegibilidad política que no tienen esos presos, ni los paramilitares, ni los
políticos que han perdido la investidura; premia al terrorismo con la
aceptación del lavado de dineros de narco tráfico, delito sin castigo en cabeza
de FARC, el mayor cartel de cocaína del mundo”.
Así entonces, es
evidente que al interior del Ejército subsisten dos sectores, dos bandos: los
que están con Uribe, y la extensión en el tiempo de las circunstancias
institucionales y contextuales que les conviene al mantener vigente la doctrina
del enemigo interno, a pesar de que el conflicto armado como tal mutó y se
transformó con la salida de las Farc-Ep de la confrontación armada. Y del otro
lado, está aquella oficialidad que viene gozando de las condiciones de una
relativa paz, lo que les permitió el disfrute de la vida al lado de sus
familias, sin la zozobra que les producía operar en las condiciones difíciles y
apremiantes generadas por las temerarias incursiones y sangrientos ataques de
las antiguas Farc-EP.
El reciente retiro del
coronel Rojas Guevara, quien adujo
haber perdido la confianza en el alto mando, porque “hay una evidente división
y crisis de liderazgo” es apenas la expresión de lo que está
aconteciendo al interior del Ejército y en general, en las fuerzas armadas de
Colombia. El hecho de que el general Zapateiro no esté comprometido con sacar
adelante la transformación del Ejército, en el marco de la doctrina Damasco,
constituye una muestra clara de que dentro de la fuerza hay líderes que no
reconocen lo acordado en La Habana, y mucho menos están comprometidos con la
transformación de sus manuales y prácticas, a todas luces ancladas a un
conflicto armado interno que con la desmovilización de las Farc-EP, cambió el
ajedrez político-militar. El mismo coronel Rojas, director del Centro de
Doctrina del Ejército, explicó
que “con la doctrina Damasco se comenzará
a cerrar una brecha histórica que el Ejército Nacional de Colombia estaba en
mora de consolidar, en el sentido de pensar en una doctrina enfocada a diseñar
una verdadera capacidad de disuasión, frente a las potenciales amenazas
internas y externas, antrópicas y no antrópicas. La doctrina como componente de
capacidad, condiciona la organización, el material y el equipo, el personal, la
infraestructura, el liderazgo, la educación y el mantenimiento, por ello la
doctrina Damasco se constituye en el eje articulador del plan de transformación
institucional”.
Sin duda, el general
Zapateiro y la alta oficialidad que sigue atada ideológicamente a Uribe están
asegurando un inconveniente y peligroso ambiente al interior de las filas, que
bien puede terminar en deserciones y salidas intempestivas de más oficiales
como Rojas Guevara. Y no se trata de suponer que el Ejército debe ser una
estructura monolítica. Lo que está aquí en juego es la obediencia debida al
poder civil y específicamente, el respeto al proceso de implementación del
Acuerdo de Paz. Con el actual gobierno de Duque no existió, ni existirá
inconveniente alguno en la línea de mando por cuanto la cúpula militar sabe y
reconoce que el actual presidente no está comprometido con sacar adelante el
proceso de implementación. El problema con el respeto al Ejecutivo aparecerá si
el próximo presidente decide jugársela toda para asegurar la consolidación de
una paz estable y duradera.
Por ello, si el próximo
gobierno no sacude las toldas del Ejército y las de las otras fuerzas, y nombra
una cúpula que se la juegue por la paz, la presencia del Ejército en
departamentos convulsionados como el Cauca, continuará estando asociada al
interés institucional de los sectores militares uribizados, de generar
incertidumbre, miedo y terror en campesinos, indígenas y afros, al permitir la
operación libre de narcos y paramilitares, responsables del sistemático
asesinato de líderes sociales, campesinos reclamantes de tierra y amigos de la
sustitución de cultivos de uso ilícito, así como defensores del ambiente y por supuesto, los
integrantes de los pueblos ancestrales.
Contra la construcción
de una Paz estable y duradera se cierne un enemigo que anda de camuflado. Y no
es la guerrilla del ELN o las disidencias de las Farc.
Imagen tomada de Kienke