Por Germán Ayala Osorio
Nos han dicho, casi hasta la
saciedad, que somos un país pluricultural y naturalmente biodiverso. A pesar de
esa certeza y constatación, los colombianos no hemos aprendido aún a valorar
esa condición hasta el punto de que podría tener sentido las preguntas de qué
sirve y quién realmente se beneficia de que seamos biodiversos.
A pesar de que un colombiano promedio
puede dar cuenta de la existencia de esas condiciones y circunstancias, lo
cierto es que las responsabilidades que estas demandan no han sido incorporadas
a las prácticas cotidianas de quienes viven y sobreviven en este territorio.
Allí nacen los problemas que ambiental y culturalmente exhibe el país:
ecosistemas afectados gravemente por las actividades antrópicas y la
estigmatización de prácticas culturales y comunidades por cuenta del
centralismo bogotano y la mezquina concepción urbana que acompaña a los
capitalinos y a quienes viven en otras ciudades capitales.
Es claro que la clase política, el
empresariado y las élites tradicionales tampoco han incorporado esas
circunstancias contextuales a los proyectos políticos y económicos que lideran
y que logran imponer a través de disímiles formas y ejercicios del poder. Se
trata de una dirigencia que se ha formado fuera del país no para guiar a la
Nación, sino para someter esas condiciones naturales y culturales a una visión
moderna que mira con desdén las cosmovisiones [1] y mundos de campesinos, afros
[2] e indígenas.
Son varias las razones por las cuales
gran parte de los colombianos no valoran hacer parte de un país que ofrece
variados y frágiles ecosistemas naturales, así como una variopinta cultura que
da vida a una enorme diversidad regional. Propongo las siguientes razones para
explicar el desdén con el que cientos de miles de colombianos miran la
biodiversidad natural y cultural de su propio país: la primera razón es que a
pesar de los años que tenemos de República, no existe consenso aún en el tipo
de Estado [3] que esas condiciones contextuales demandan. Ello se explica
porque el Estado deviene históricamente capturado por una élite y una burguesía
[4] que poco o nada valoran las condiciones ambientales que ofrece el
territorio nacional.
La conciencia ambiental, que
involucra tanto el pensamiento como la acción, es una materia pendiente que
elites de poder, empresarios y burguesía tienen con el país y con ellos mismos.
Se han prestado para el saqueo y para la consolidación de un proyecto de
desarrollo extractivo convertido de tiempo atrás en enemigo de la biodiversidad
cultural que encarnan por ejemplo indígenas y afrocolombianos que sobreviven en
zonas de especial valor ambiental. Por ello resulta apenas lógico que el
proyecto paramilitar, en su dimensión política, económica y social, haya
buscado desplazar a indígenas, afros y campesinos, instalados de tiempo atrás
en zonas y territorios que ofrecen ventajas comparativas en materia ambiental.
Se trató, sin duda, de un proyecto de aniquilamiento cultural y de sometimiento
ambiental de ecosistemas a las lógicas del monocultivo (caña de azúcar y palma
africana, por ejemplo) y a los intereses del gran capital nacional e
internacional. Y la segunda razón es que el medio ambiente y las diferencias
culturales jamás fueron consideradas como un patrimonio nacional.
Por el contrario, una educación
hegemónica anclada a valores de una élite “blanca” [5] y a un proyecto moderno
arrasador, acostumbró a los colombianos citadinos a desconocer los territorios
en donde de manera rabiosa la biodiversidad cultural y ambiental solía y suele
fundirse. Por ello creció un enorme abismo entre un país rural biodiverso, pero
poco valorado y un país urbano que se avergüenza de ese otro país al que
considera premoderno, salvaje y poco civilizado. Todo lo anterior tiene sentido
en un país en el que la política y su ejercicio público han sido ensuciados por
mafias de diversos pelambres, apoyadas a su vez en un ethos mafioso y
clientelista que exhiben tanto particulares como funcionarios públicos.
Al no pensar y defender unos modelos
de Estado y de sociedad que recojan, respeten y reconozcan esas especiales
condiciones contextuales, los colombianos nos acostumbramos a la desidia
estatal, a su debilidad manifiesta y generada por quienes le han capturado, al
egoísmo y a la mezquindad de agentes privados que históricamente cooptaron y
capturaron el Estado para el beneficio de unos pocos, eso sí, siguiendo a pie
juntillas las imposiciones del Fondo Monetario Internacional y del Banco
Mundial.
Hoy esa Colombia biodiversa está
amenazada no solo por las condiciones que impone el Cambio Climático, sino por
las enormes presiones que ejercen organismos multilaterales que aprovechan la
enorme inconciencia ambiental de los colombianos, dirigentes políticos, clase
dominante y pueblo en general, para que el país consolide un proyecto de
desarrollo extractivo que camina de la mano de la privatización de valiosos
ecosistemas naturales. El control de las fuentes hídricas [6], por ejemplo,
hace rato está dentro de los objetivos de empresas y corporaciones.
Imagen tomada de Prezi
[1] Véase:
http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2014/07/la-paz-en-un-pais-de-regiones.html
[2] Véase:
http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2015/06/conflicto-armado-interno-en-perspectiva.html
[3] Véase:
http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2013/01/modelos-discrecionales-de-estado.html
[4] Véase:
http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2014/10/choco-biogeografico-debilidad-estatal-y.html
[5] Véase:
http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2015/05/egos-institucionalidad-poder-y.html
[6] Véase: http://elpueblo.com.co/a-proposito-del-documental-colombia-magia-salvaje/
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