Por Germán Ayala Osorio
Desde esta Tribuna he venido insistiendo en que el país necesita embarcarse en una "revolución cultural" que nos permita como Estado y sociedad avanzar hacia estadios de modernidad y civilidad. Una revolución de ese talante exige que proscribamos el ethos mafioso que se naturalizó entre el 2002 y el 2010 y cambiemos sustancialmente las relaciones entre nosotros y las establecidas con la Naturaleza, sometida esa última a un desarrollo económico sistémicamente insostenible.
Resulta esperanzador y placentero escuchar por primera vez en esta campaña electoral a un político hablar de una "revolución ética que nos lleve a una nueva cultura política y social". Lo hizo el precandidato presidencial del Pacto Histórico, Iván Cepeda Castro, quien se erige como un referente ético y moral en una sociedad que deviene confundida en estos fundantes y claves elementos de la vida humana.
Por supuesto que esa propuesta, por ahora gaseosa igual a la de hacer una "revolución cultural", requiere de un desarrollo conceptual y si se quiere de su escritura bajo las condiciones propias de un ensayo filosófico. Y que lo lean y relean todos los convencidos de que el país necesita con urgencia de esa revolución ética que, una vez lograda, nos llevará a los estadios civilizatorios que no hemos podido llegar por culpa del ethos mafioso, pero sobre todo por la mezquindad, ruindad y estolidez de quienes desde el ejercicio del poder político y económico convirtieron a Colombia en una moderna "cueva de Rolando" en la que la ética deviene acomodaticia y la inmoralidad es el faro que guía a sus líderes políticos, periodistas, militares, rectores de universidades, académicos y estudiantes.
Una vez logrado ese texto fundante, la planteada y soñada "revolución ética" deberá convertirse en un propósito individual y colectivo para luego consolidarse como una apuesta institucional y societal que venza las resistencias y obstáculos que ya tiene la sagaz y efectista propuesta del senador Cepeda. Los principales opositores a esa "revolución ética" son, de tiempo atrás, los referentes de éxito y felicidad de cientos de miles de colombianos: traquetos y sus modelos, empresarios corruptos y políticos torcidos que se pavonean por las cabinas de radio y otras instalaciones periodísticas para legitimar el ethos mafioso.
Bien por Cepeda por poner al país a hablar de esa urgente "revolución ética" en medio de la polarización política y crispación ideológica que desde el 2016 padecemos como sociedad. No creo que sea recogida ni por la fantasmal Comisión de Sabios, ni por las universidades y mucho menos por los agentes del Establecimiento responsables de la crisis y confusión moral y ética que arrastramos como colectivo. Quizás se necesite caer más bajo para poder comprender que necesitamos de esa revolución.
La revolución ética de la que habla Cepeda está ancorada a la verdad, pero especialmente al papel de las víctimas del Estado y de sus criminales agentes. Esto dice el senador: "...el poder de la verdad que poseen las víctimas es indispensable. Son ellas quienes, a través de su testimonio, su resistencia y su dignidad, nos devuelven la capacidad de sentir, de pensar y de actuar éticamente. Son quienes pueden reactivar la conciencia colectiva, poner en evidencia la verdad silenciada y, sobre todo, recordarnos que la vida humana jamás debe ser negociable. Esa es la semilla de la revolución ética que necesitamos: una transformación que no solo repudie la deshumanización, sino que también reencuentre el sentido profundo de nuestra humanidad compartida. El poder de la verdad de las víctimas no solo es capaz de derrotar la ignominia de la impunidad, hacer que la sociedad salga del letargo de la banalidad del mal, revivir la existencia de quienes fueron asesinados y desaparecidos, instaurar la memoria de los sufrimientos pero también de las luchas y conquistas que implicó su sacrificio; desenmascarar a los poderosos determinadores de los peores crímenes, sino que además puede llevar a una nación dividida por décadas de odio y violencia, como la nuestra, a la reconciliación y a la paz".
Quizás haya que recordar que si algo ha generado molestia y odio en sectores específicos de la sociedad es la búsqueda de la verdad. La animadversión hacia la JEP y a las víctimas de los falsos positivos y otros crímenes de Estado es el alimento ético y moral de quienes serán los primeros en oponerse a que ese propósito del senador sea concebido siquiera como una remota posibilidad de cambio. ¿Para qué cambiar el sistema cultural que a esos enemigos de la verdad les ha funcionado por tanto tiempo?
Mientras que Cepeda habla de "revolución ética", hay precandidatos presidenciales que proponen dar balín, de restablecer relaciones con el genocida Estado de Israel y seguir hincados ante el estólido convicto que hoy dirige los destinos de los Estados Unidos. Y lo que es peor: hay millones de colombianos convencidos de que esas acciones y decisiones son ética y moralmente correctas porque lo que el país y el mundo necesitan de una pureza étnica como fuente de la eticidad y de la inmoralidad de quienes gozan y hacen negocio con la muerte y la destrucción de los ecosistemas naturales. Termino con lo que dijo en su momento Eduardo Galeano sobre las guerras:
"Las guerras mienten. Ninguna guerra tiene la honestidad de confesar “Yo mato para robar”. Las guerras siempre invocan nobles motivos. Matan en nombre de la paz, en nombre de Dios, en nombre de la civilización, en nombre del progreso, en nombre de la democracia. Y si por las dudas, si tanta mentira no alcanzara, ahí están los grandes medios de comunicación dispuestos a inventar enemigos imaginarios para justificar la conversión del mundo en un gran manicomio y un inmenso matadero. En Rey Lear, Shakespeare había escrito que “en este mundo, los locos conducen a los ciegos”. Y cuatro siglos después, los amos del mundo son locos enamorados de la muerte, que han convertido el mundo en un lugar donde cada minuto mueren de hambre o de enfermedad curable 10 niños, y cada minuto se gastan tres millones de dólares, tres millones de dólares por minuto en la industria militar, que es una fábrica de muerte...".
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