Por Germán Ayala
Osorio
Nos ha sido tan esquiva la construcción de la paz, que su
enunciación genera sospechas en quienes se atreven a pronunciarla, a prometerla
o simplemente a anhelarla, pues a pesar de las dinámicas del conflicto armado
interno y de las múltiples expresiones y formas de violencia, aún, de acuerdo
con los testimonios de propios y extraños, Colombia es un “buen vividero”.
En la ceremonia de posesión el 7 de agosto de 2022, Gustavo Petro habló de paz a secas, sin
apellido y de su compromiso indeclinable de avanzar en la implementación del
acuerdo de paz de La Habana. Pasaron los días y en su primera alocución presidencial, ocurrida el 14 de septiembre, Petro habló de la Paz Total.
Hay que decir que ese concepto de Paz Total
no solo deviene con un inconveniente carácter maximalista, sino que ha sido
criticado por Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo, los artífices del
proceso de negociación con las Farc-Ep que derivó en la firma del fin del conflicto
entre el Estado y esa guerrilla.
La vida, al parecer corta, de esa noción de la paz concita
toda suerte de dudas y comentarios alrededor de las lecturas que de las
múltiples formas de violencias que se expresan en Colombia, vienen haciendo el
Comisionado de Paz, Danilo Rueda y el canciller Álvaro Leyva Durán. Es posible
que haya un corto circuito entre las ideas que cada uno de los funcionarios
traen en pro de construir la paz en Colombia, y las que el propio Petro
arrastra, en virtud de su pasado en el M-19 y las que les surgieron de los
debates que como congresista hizo sobre el fenómeno paramilitar y la
penetración paramilitar en el Estado y la captura mafiosa que esa organización
ilegal hizo del DAS, entre otras entidades estatales.
Este 15 de octubre, en Cali, el presidente Gustavo Petro, al
instalar mesas y el diálogo regional en la Universidad del Valle (sede
Meléndez) volvió a hablar de paz, pero lo hizo con un cambio de orientación que
bien podría confirmar que hay un corto circuito entre él y sus funcionarios en
torno al concepto de Paz y los caminos institucionales para alcanzarla; o
simplemente se trata de ajustes a un concepto que, en razón del conflicto
armado, quedó atrapado en la dimensión del poder político, alejándolo de la dimensión
social en la que el concepto se transforma o se expresa en términos de
convivencia y de la resolución pacífica
de los conflictos y de las diferencias.
Textualmente el presidente Petro dijo lo siguiente: “Es un diseño que, si nos va bien, podría
conducir de la mano del comisionado de Paz, Danilo Rueda, en medio de la
movilización popular y haciendo del territorio una conquista de las decisiones
de la gente misma, la mal llamada, en mi
opinión, ‘paz total’. Lo que queremos es la paz sin apellido”.
No se puede desconocer que se trata de un bandazo
presidencial en torno al manoseado concepto, a quien el propio mandatario le
puso el apellido Total. Invención o no de Petro o de Leyva Durán, el ajuste
conceptual deja entrever la enorme dificultad que como sociedad arrastramos
para pensar y lograr vivir en paz, en medio de un conflicto armado interno que
terminó eclipsando problemas de convivencia vistos por sucesivos gobiernos que
creyeron que para alcanzar la paz solo había dos caminos: insistir en eliminar
militarmente a las guerrillas o dialogar con los líderes de esas estructuras
armadas para cederles algo de poder (con la entrega de curules y proyectos
productivos), sin cambiar de fondo las co-relaciones de fuerza y las circunstancias
en las que cómodamente viene operando el régimen de poder de la mano de una
élite corrupta, mafiosa y violenta.
Lámase Paz Total o
simplemente Paz (sin apellido), en lo único que se mantiene firme Petro es en
la estrategia: los diálogos regionales y la participación de la
ciudadanía. Dijo Petro que “estos diálogos regionales que hemos
convocado quieren también convocar a quienes, estando armados, puedan
participar del diseño colectivo de su territorio; puedan saber que el que
mandan en ese territorio no es el fusil, no es la violencia, no es la masacre,
sino que es el pueblo”.
La estrategia no deja de ser interesante, retadora, exigente
y al final, desgastante, porque implica la aparición de líderes y lideresas
capaces de pensarse sus territorios, bajo la amenaza de grupos armados
envilecidos por variadas actividades ilegales (narcotráfico, secuestros
extorsivos, sicariato y contrabando).
Creo que necesario diferenciar en esos diálogos regionales,
aquellos territorios en los que la institucionalidad estatal históricamente ha
sido débil, lo que dio oportunidad para que irrumpieran toda suerte de actores para institucionales que terminaron
regulando las relaciones sociales, económicas y políticas. Al final,
remplazaron el Estado. Allí pueden brotar interesantes ideas de Paz Territorial con enfoques comunitarios gracias a
la presencia de comunidades campesinas, indígenas y afros. Pero hay espacios
urbanos, en ciudades como Cali y Medellín, en los que la paz como anhelo está
circunscrito a la superación de conflictos y problemas entre vecinos, prácticas
y expresiones racistas o clasistas, así
como la ocupación y el goce del espacio público, entre otros. En esos espacios,
la noción de paz debe presentarse en forma de convivencia social.
Quizás cuando aprendamos a resolver nuestras diferencias y
tramitar los “conflictos menores”, llamados así desde las lógicas del poder
político central, entonces estemos preparados para conectar la paz política que se asocia a las
negociaciones del Estado con los grupos guerrilleros, con el diario vivir de
millones de colombianos que no pueden vivir en paz porque no existen las
condiciones ambientales y económicas para hacerlo.
Quizás Gustavo Petro se dio cuenta de que al hablar de Paz Total generaba enormes expectativas
que no podrá cumplir en cuatro años. Es posible que también le hayan dicho que
ponerle apellidos a la paz, como lo hizo Iván Duque Márquez, cuando habló de Paz con Legalidad, lo iba a llevar por
caminos contradictorios y confusos.
Lo cierto es que pacificar el país, a través del sometimiento
de todas las estructuras armadas, con o sin estatus político, es una apuesta
ambiciosa que no se agota en las buenas intenciones de unos y otros. Por el
contrario, necesitará de esfuerzos mayúsculos por superar lo que es hoy la
realidad social, política y económica que genera violencia: en Colombia, el
Estado, con todo y su sistema político, de tiempo atrás viene siendo operado
por una élite criminal, mafiosa y corrupta a la que no le conviene que se hable
de Paz, porque, justamente, han sabido conectarse y apropiarse inclusive, de
las oportunidades de negocio que los conflictos armados abren: venta y
comercialización de armas, control de rutas del narcotráfico y el mantenimiento
de la onerosa y fracasada guerra contra
las drogas.
Mientras Petro intenta re-orientar la operación del Estado,
quizás es tiempo de dejar de manosear el concepto de paz, pues de tanto
hacerlo, se va vaciando de sentido por el cansancio que produce estar hablando
cada cierto tiempo de la instalación de mesas de diálogo con quienes poco o
nada han aportado al mejoramiento de la calidad de vida de millones de
colombianos.
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