Por Germán Ayala Osorio
A pocos días de las elecciones
regionales, aparecen en la escena electoral varios candidatos a alcaldías de
ciudades como Bogotá, Cali y Medellín, cuyas candidaturas están soportadas en “movimientos
ciudadanos” con los que, de manera engañosa, pretenden hacerle creer a propios
y extraños que sus aspiraciones están alejadas de los desacreditados partidos
tradicionales. Adicionalmente, se presentan como “independientes” de las
sempiternas maquinarias electorales y políticas y de los intereses siempre mezquinos
de los grandes contratistas del Estado. Con esas prácticas sinuosas, esos
movimientos ciudadanos y la democracia se vuelven como el papel, esto es, fácilmente
deleznable.
Miremos varios ejemplos. En Cali,
el candidato de la derecha, Alejandro Eder, inscribió su candidatura bajo el Movimiento
Revivamos Cali. En la campaña de 2019, el nombre de su pasajera microempresa
electoral se llamó Compromiso Ciudadano por Cali. De manera ladina, Eder
pretende ocultar que lo acompañan los partidos Cambio Radical, de Vargas Lleras,
una de las colectividades con más señalamientos por actos de corrupción cometidos
por políticos apoyados por esa empresa electoral e incluso, por sus militantes
y dirigentes. Varios de ellos condenados por homicidio y delitos contra la
administración pública. De la U y del partido Conservador también lo están apoyando.
Aunque lo negó en un reciente
debate, en los mentideros políticos se dice que cuenta con el respaldo de
varios políticos del Centro Democrático, partido desprestigiado por cuenta de
la sistemática pérdida del teflón mediático de su propietario, el expresidiario
y expresidente, Álvaro Uribe Vélez.
En la Capital del Cielo, el
contrincante político de Eder, Roberto Ortiz, también aplicó la misma fórmula. Su
movimiento se llama Firme con Cali. Al igual que Eder, el populista de
derecha, reconocido en la ciudad por el juego del chance llamado El Chontico, le
oculta a los votantes qué estructuras políticas y clientelares lo apoyan en su
aspiración, la tercera, de convertirse en alcalde de la capital del Valle del
Cauca. A Ortiz lo respalda el partido Liberal
y la U, de Dilián Francisca Toro.
Otro político que también hizo lo
mismo que Eder y Ortiz en Cali, pero en Medellín, es Federico Gutiérrez, quien presentó
su nombre a los paisas bajo su movimiento ciudadano, Creemos. Todos saben en
Antioquia y en Medellín, que “Fico” es el ungido, nuevamente, de Uribe Vélez, quien
insiste en seguir siendo un gran elector a pesar de que su figura se asocia a
la corrupción y a la violencia política institucionalizada. Hay que recordar
que el expresidente está imputado por los graves delitos de fraude procesal y
manipulación de testigos, más centenares de investigaciones en Fiscalía, Corte
Suprema de Justicia y Comisión de Acusaciones (Absoluciones) de la Cámara de
Representantes.
Y en Bogotá, otro candidato que
insiste en presentarse como “independiente” es Carlos Fernando Galán, hijo del
inmolado político, Luis Carlos Galán Sarmiento. Su candidatura la inscribió bajo
el emblemático partido Nuevo Liberalismo. Claramente, Galán quiere,
tardíamente, recuperar el buen nombre de esa colectividad, asociado, por supuesto,
a la imagen positiva que dejó su padre. Galán hijo, empezó su carrera política
en Cambio Radical, el mismo en el que estuvieron el criminal Kiko Gómez y la
controvertida política, Oneida Pinto. Incluso, Galán llegó a ser presidente de
esa malograda colectividad política (2011-2012). Detrás de Carlos Fernando Galán
están los amigos del “vendedor de buses”, Enrique Peñalosa y los contratistas
de siempre.
Así las cosas, todos los movimientos
ciudadanos por firmas no son otra cosa que una fachada y la estratagema política-electoral
de quienes creen posible engañar a los votantes, presentándose como
independientes, cuando los acompañan los vicios y las prácticas politiqueras que
convirtieron la democracia colombiana en una formalidad.
Como régimen de poder, la
democracia se ha servido de los partidos políticos no solo para mantener altos
niveles de legitimidad, sino para darle a la competencia electoral un carácter
institucional y formal, en aras de consolidar la idea de que esas asociaciones
trabajan para el bien del colectivo.
Es claro que hoy en el mundo los
partidos políticos tradicionales devienen en una profunda crisis identitaria,
asociada al debilitamiento de sus ideas y programas. Las dificultades que
enfrentan estas organizaciones políticas deben conectarse de manera directa y
clara con la “evolución” de las sociedades, cuyos miembros deambulan entre
llevar sus vidas ancoradas con rigor a lo que se conoce como el individualismo
posesivo y/o insistir en la defensa de lo público, esto es, lo que nos interesa
y conviene a todos. Al final, a los movimientos de Eder, Ortiz, Gutiérrez y
Galán, llegan ciudadanos imbuidos en el individualismo posesivo y por supuesto,
en la consecución de un puesto, una beca, un contrato.
El péndulo parece quedarse del
lado de la primera circunstancia, lo que explica aún más el debilitamiento de
los partidos y el surgimiento de microempresas electorales o sectas-partidos,
guiadas por líderes-pastores, como sucede con el Centro Democrático, Cambio
Radical y la U, entre otros tantos, que fungen más como mesías e iluminados,
que como dirigentes políticos defensores coherentes de una particular ideología
partidista y preocupados por el futuro de las grandes mayorías. Se trata de liderazgos ancorados a hombres
megalómanos que en lugar de formar cuadros para que los sucedan en un inmediato
futuro, insisten en que son los únicos capaces de gobernar, pero, sobre todo,
los únicos a los que se les pueden ocurrir las ideas de cambio que se necesitan
para reorientar la vida económica, social y política del país.
Hay que decir que las crisis de
los partidos políticos no es un asunto
exclusivo de la restringida democracia colombiana, aunque es posible que la
sostenida crisis de los partidos tradicionales, e incluso, su eventual desaparición
como estructuras legítimas y centros de pensamiento, se note más y tenga mayores efectos en un
país como Colombia en el que lo que más desprecian los operarios políticos es
aquello de fortalecer y respetar la institucionalidad, aunque en precisos y convenientes
momentos, salen a defenderla.
Imagen tomada de EL TIEMPO