Por Germán Ayala
Osorio
Desde ayer circula un audio en
Twitter en el que el narco-chofer de la UNP (Unidad
Nacional de Protección), Manuel Antonio Castañeda señala que que el general Zapateiro habría entregado armas a alias Matamba, para que
se defendiera de quienes buscaban asesinarlo para callarlo, quizás los mismos que participaron de su fuga-extracción de la cárcel. De resultar cierta
la connivencia altos oficiales del Ejército y la Policía con actividades
criminales adelantadas por miembros del Clan del Golfo, estamos ante la
confirmación de lo que en otras oportunidades he señalado: en Colombia opera un
“doble” Estado.
O mejor, hay un Estado visible al
que se accede cotidianamente a través de las instituciones desplegadas en los
territorios a los que llega ese Estado legalmente constituido; y subsiste, de
manera paralela, un Estado Invisible, que daría cuenta de actividades ilegales,
pero legítimas en zonas del país en las que los procesos civilizatorios
devienen mutilados o fallidos. El Clan del Golfo, por ejemplo, opera en
territorios en donde la barbarie impera gracias al apoyo de altos oficiales del
Ejército y de la Policía, en coordinación con políticos que son socios de
negocios como el narcotráfico, la comercialización de armas y la concentración
de la tierra arrebatada a campesinos por los narco-paramilitares del Clan del
Golfo.
No habrá paz en Colombia mientras
que dentro de las instituciones castrenses haya oficiales de alta graduación
inmersos en actividades criminales. Desmontar ese “doble” Estado será un
imposible mientras haya una Fiscalía permeada por intereses mafiosos y
politiqueros. El gobierno del presidente Petro debe convocar cuanto antes la
comisión internacional que prometió en campaña, con la que se investigarían los
casos más sonados de corrupción público-privada como Reficar, Odebrecht y las
relaciones mafiosas entre el Clan del Golfo y políticos y militares.
Hacerlo antes de que se vaya el
actual fiscal general bien podría servir para que los magistrados de la Corte
Suprema que escogerán el remplazo del inefable y fatuo fiscal general,
Francisco Barbosa, entiendan que no pueden volverse a equivocar. El país
necesita de un fiscal que conozca el tema penal y que esté alejado de las
intrigas del poder político; además, que no sea cercano o cercana al uribismo. Y
que tampoco sea un entrañable amigo del actual presidente de la República.
Nadie puede negar que el más
grande problema del país es la corrupción público-privada. La narrativa que
señala que hay un ethos mafioso que guía las vidas de millones de colombianos
se consolida y naturaliza, lo que hace prácticamente imposible acabar con la
corrupción.
Los diversos carteles de la
corrupción que el país conoce, como los de la Toga, de la Contratación en
Bogotá y otras ciudades capitales y el de la hemofilia, entre otros, dan cuenta
de la dimensión de lo que estamos hablando. Estamos ante una verdadera
descomposición moral y ética, pero quizás la corrupción más preocupante e insultante
es que la se viene conociendo a cuentagotas, al interior de las fuerzas
armadas. Y es así por dos razones: se compromete la seguridad nacional y se afecta
la confianza de los ciudadanos en el Estado.
En su calidad de candidato
presidencial, Gustavo Petro señaló que “mientras los soldados son
asesinados por el clan del golfo, algunos de los generales están en la nómina
del Clan. La cúpula se corrompe cuando son los politiqueros del narcotráfico
los que terminan ascendiendo a los generales.” El entonces general
Eduardo Enrique Zapateiro Altamirano se sintió aludido y contestó: “A
ningún general he visto en televisión recibiendo dinero mal habido”,
recordando el magro episodio del video en el que aparece Petro recibiendo
dinero en una bolsa de papel. Huelga recordar que la Corte Suprema investigó
esos hechos y no encontró mérito jurídico para investigar a Gustavo Petro.
De probarse la connivencia de
altos oficiales de la policía y el Ejército con el Clan del Golfo, lo primero
que debe proscribirse es el grito de ¡Ajúa!, puesto que los conceptos a los que
hace referencia la expresión (Arrojo, Justicia, Unión, Abnegación) se habrían
vaciado de sentido.
Adenda: hay soles que brillan más por efecto del brilla metal, que por el honor y la gallardía de quien los lleva en las charreteras.
Imagen tomada de las 2 orillas.