Por Germán Ayala Osorio
Bajo la "amenaza" de una gran marcha desestabilizadora este 21 de abril en contra del gobierno de Gustavo Petro y en medio de una confusa
declaratoria presidencial de día cívico dos días antes, es decir, el 19 de
abril, bien vale la pena tomarnos un tiempo para pensar de dónde viene tanto repudio
entre la izquierda y la derecha, entre colombianos. O de dónde proviene tanto
desprecio hacia ese exguerrillero pobre que dejó las armas y que, jugando con
las reglas de la democracia institucional, le arrebató el poder a una clase
política y económica que por años se acostumbró a poner en la Casa de Nariño a
presidentes de su misma estirpe.
Los niveles de crispación social,
ideológica y política agudizados en el país desde el triunfo electoral de Gustavo
Petro en 2022 han ido llevando la discusión privada y pública de asuntos públicos,
a unos niveles de violencia verbal y física que, además de estar atados a un inocultable
clasismo y racismo, son el resultado de una realidad que se ha mantenido
oculta: nos odiamos entre los colombianos y aborrecemos el país en el que nos
tocó vivir.
Los privilegiados, porque les toca irse de vacaciones a Miami o a Europa, porque acá no pueden ostentar lo que tienen; y los poco
favorecidos, porque a pesar de esforzarse, al final saben que la única forma de
alcanzar una anhelada vida de lujos y vanidades es “coronando un viaje de droga”
o prestarse para otro tipo de torcidos. Y cuando los privilegiados les toca
quedarse a vivir, lo hacen construyendo verdaderos búnkeres que sirven de
fronteras invisibles entre los que tienen mucho y los que no tienen nada.
Miembros de comunidades pobres o
empobrecidas en los últimos años debido a la consolidación del modelo
neoliberal sienten una inocultable animadversión hacia todo aquel que exhibe posesiones
como un vehículo de media o alta gama, una finca, así sea pequeña, o el uso de
joyas o cualquier otra muestra de poder adquisitivo. Del otro lado, el
sentimiento es el mismo: “el pobre es pobre porque quiere” o “usted no sabe
quién soy yo” suelen ser las frases que con mayor claridad dejan ver los resquemores
de aquellos “privilegiados”, frente a aquellos individuos minimizados por un
modelo de sociedad fundado en un burdo y violento clasismo.
Una parte de la clase política y
empresarial odia a todo aquel que agite banderas reivindicativas en asuntos laborales
y más aún, a aquellos interesados en exponer los matutes que suelen consolidar
congresistas, alcaldes, presidentes de la República y gobernadores, con empresarios,
en particular con los contratistas del Estado. Así entonces, la única salida
para superar las diferencias entre unos y otros no pasa por escucharse, sino
por dejar de denunciar y exigir mejoras laborales, en un sistema mundo
capitalista que tiende cada vez más a la precarización laboral, en particular
en actividades económicas soportadas en el modelo de las maquilas. El regreso al
viejo régimen de la esclavitud se abre paso en una sociedad clasista y racista
como la colombiana.
La perspectiva ambientalista también
es un factor de división y generador de odios entre grupos de poder y aquellos
que, desde una genuina preocupación por las crisis climáticas que confluyen en
lo que se conoce como el Cambio Climático, exigen controles a las empresas que
contaminan el aire y los ríos, o ajustes al modelo de la gran plantación sobre
el que se sostienen los sempiternos monocultivos de caña de azúcar y palma
africana o aceitera; o límites a una ganadería extensiva de baja productividad,
usada como mecanismo de especulación inmobiliaria en zonas periféricas con
ecosistemas frágiles y valiosos como selvas. También, claro está, como avanzada
para que los narcos puedan cultivar la coca y construir sus laboratorios para
el procesamiento de la pasta de coca, para finalmente entregarle al mercado la
cocaína, fortalecido por el propio sistema financiero.
Creo que llegó el momento de
reconocer que nos odiamos. Que odiamos los controles a nuestras pulsiones y deseos,
salidos de esa perspectiva de vida moderna llamada por Macpherson individualismo
posesivo. Odiamos las reglas cuando estas se oponen a nuestros deseos de acumular
más y más o, simplemente, en un ataque de superioridad moral y de clase cuando aquellas
me impiden llegar a tiempo a una cita.
No hemos podido construir una
nación en la que nos aceptemos todos en las diferencias étnico-culturales que algunos
preferirían ocultar o de las que se avergüenza dentro y fuera del país. Y es
así, porque nos encanta la uniformidad, fruto de la hegemonía de una clase que
se cree blanca, que a pesar de que desdice de sus procesos de mestizaje, no
puede ocultar que en el ADN de sus miembros hay genes de gente negra e indígena.
Hablamos,
entonces, de que somos un “país de regiones” con ánimo auto comprensivo y la
falsa idea de que nos aceptamos en las diferencias regionales, cuando no es
así.
Lo que sí hicimos bien fue la tarea
de consolidar narrativas que dan cuenta de regiones diferenciadas y que
terminan naturalizando formas de dominación o discursos desarrollistas e
insostenibles ecológica y socio ambientalmente, porque devienen atados a
expresiones heroizantes como “pueblo berraco que venció los obstáculos de una
naturaleza hostil”. Entonces, la Antioquia Federal y el discurso que reivindica
al arriero y la colonización antioqueña emergen como paradigma para “sacar
adelante a Colombia”, a pesar de la pobreza, el clasismo y el racismo que devienen
estructurales.
Más allá de la crispación ideológica
que soportamos desde el 7 de agosto de 2022, lo que deberíamos de revisar y
aceptar es que nos odiamos entre nosotros y nos avergonzamos de nuestros orígenes
étnico-culturales.
Adenda: Felipe
Zuleta Lleras, un opinador privilegiado, llamó “plaga” a la congresista María José
Pizarro, hija del asesinado comandante del M-19, Carlos Pizarro León-Gómez. Las plagas, sean roedores o zancudos, entre
otros, suelen eliminarse con dolorosas trampas o mortales venenos. ¿De acuerdo
con el apelativo usado por el nieto del expresidente de la República, Alberto
Lleras Camargo, la señora Pizarro y toda su familia debe ser exterminada? Resulta
apenas lógico el silencio del programa radial y sus directivas frente al claro
desprecio, el odio que profesa este opinador, de otro ser humano. ¿Será así,
porque nos odiamos?
Imagen tomada de Diario del Sur