Por Germán Ayala Osorio
El intercambio de rehenes y prisioneros
entre Israel y Hamas
es un alivio para las familias de los israelíes y palestinos, víctimas de los
bandos combatientes que impulsados por sentimientos religiosos y patrióticos
estuvieron siempre dispuestos a infringir el mayor dolor y humillación
posibles a los privados de la libertad. Unos en las cárceles del Estado de
Israel y los otros en túneles y quizás en cuevas cavadas por los propios
miembros del grupo extremista Hamas.
Las imágenes de televisión dejan
ver al convicto presidente Trump como un “pacifista” merecedor del próximo Nobel
de Paz, justo después de dos años de haber apoyado de manera irrestricta las
prácticas genocidas perpetradas por el ejército sionista de Netanyahu contra el
pueblo palestino. Y a Netanyahu como un “Héroe” y un ejemplar guerrero que
llevó a su ejército a la victoria y al descrédito internacional por los vejámenes
a los que sometió a cientos de civiles palestinos, en particular a niños, niñas
y mujeres. Sugerir, como lo hizo Trump, que Netanyahu sea indultado es un
mensaje claro: los delitos de corrupción constituyen una nimiedad frente a un
hombre que fue capaz de guiar a su ejército a la gran victoria: diezmar al pueblo
palestino como venganza a la cruel masacre perpetrada por Hamas ese 7 de octubre
de 2023; y asegurar la gentrificación
de Gaza, ojalá sin gazatíes.
El plan de paz de Trump y su
discurso ante el parlamento israelí dejan dudas sobre su solidez en el tiempo
porque el presidente estadounidense en su intervención evitó nombrar a los
palestinos y a la imperiosa necesidad de reconocer a Palestina como Estado. Esa
es la razón fundamental de un conflicto étnico-cultural y político que lleva
años consolidando a la franja de Gaza como un polvorín. Se trata de una paz
imperfecta y hecha a la medida de las potencias que se demoraron en reconocer
políticamente a Palestina como Estado y en rechazar las prácticas genocidas de
Israel. La mecha de la guerra se apagó momentáneamente. Los Señores de la
Guerra necesitan vender sus letales mercancías.
También quedarán para la historia
universal los instantes en los que varios ciudadanos israelíes, familiares de
los rehenes devueltos a sus hogares, lloraban de felicidad con la bandera de
Israel enrollada en sus cuellos en señal de victoria.
Se trata de un gesto que en
momentos de tanta alegría después de dos largos años de sufrimiento debería de
permitirle a todos los seres humanos en el mundo reflexionar en torno al
sentido de las identidades patrióticas atadas a una nacionalidad y a banderas
que, para el caso particular de Israel fue usada por sus soldados para defender
al “pueblo elegido de Dios”, que no es otra cosa que la patente de corso para violar los derechos humanos y
burlarse del DIH.
De esa escena cargada de alegría y
patriotismo me surgen dos preguntas: ¿Era posible recibir al pariente recién liberado
sin la bandera de Israel? ¿Qué tipo de deidad es esa que desaprueba la existencia
de otro pueblo, considerado impío y bárbaro, y ordena su aniquilación?
Las familias palestinas también
tuvieron su momento de felicidad al recibir a sus hijos que el régimen de
Netanyahu encarceló a unos por delitos de terrorismo y a otros por el solo
hecho de ser palestino y simpatizar quizás con la existencia de Hamas. Ellos no
agitaron la raída bandera de Palestina, sino la kufiya palestina, símbolo de
resistencia e instrumento político y cultural de la causa palestina: que el
mundo entero reconozca a Palestina como Estado soberano y libre de la ocupación
israelí.
Mientras que la bandera de Israel
se asocia al genocidio en Gaza, el pañuelo palestino está conectado a una lucha
étnico-cultural en oposición al odio supremacista de sionistas como Netanyahu. Todas
las banderas que devienen atadas a las ideas de soberanía estatal, popular y
territorial resultan sombrías y peligrosas cuando son agitadas en conflictos
armados y guerras, e incluso en justas deportivas.
Y como no existe una bandera oficial
que defienda los intereses de la Humanidad, las guerras y los conflictos
armados seguirán apareciendo en este colosal degolladero de animales humanos y
no humanos en el que convertimos el planeta. Frente a los sentimientos
patrióticos y la defensa de las banderas que a todos nos enseñan en casa y en
la escuela, les dejo este pasaje de la canción Vagabundear, de Serrat: No
me siento extranjero en ningún lugar, donde haya lumbre y vino tengo mi hogar. Y
para no olvidarme de lo que fui, mi patria y mi guitarra las llevo en mí, una
es fuerte y es fiel, la otra un papel…”
Termino con dos frases de Eduardo
Galeano: “Nos han acostumbrado al desprecio de la vida y a la prohibición de
recordar”; “Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de
los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre las
conciencias de los hombres”.
Adenda: capturar, secuestrar, aprender o encarcelar civiles para usarlos como escudos humanos e instrumentos para negociar ceses al fuego es a todas luces una conducta practicada por cobardes que se hacen llamar combatientes.
Imagen de AFP
Esta paz es puro aire!
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