Por Germán Ayala Osorio
Las relaciones bilaterales entre
Washington y Bogotá siempre estuvieron soportadas en el sometimiento de la
soberanía, la dignidad
nacional y nuestros intereses a las condiciones arbitrarias adoptadas
por los presidentes de los Estados Unidos, fueran estos demócratas o republicanos
en torno a las maneras como sucesivos gobiernos de Colombia deberían acatar y
responder a los deseos del Departamento de Estado, de la CIA o de otras
agencias americanas con injerencia y presencia en el país. Desde los tiempos
del proceso 8.000 y la intrusión de los Estados Unidos en los asuntos internos
del país y el acorralamiento al que fue sometido el presidente de entonces,
Ernesto Samper Pizano, no se advertía una tensión diplomática entre los dos
países.
La primera
tensión diplomática y política se dio en enero del año en curso por cuenta
de la negativa del presidente Petro de recibir dos aviones militares
procedentes de USA con 160 colombianos deportados, lo que derivó en amenazas
arancelarias de Donald Trump y en una respuesta similar por parte del
presidente Petro. Es decir, hay un pulso personal, ideológico y político entre
los dos
mandatarios. Se trata un enfrentamiento entre dos líderes mundiales que dan
cuenta de dos posturas irreconciliables. Mientras que el presidente gringo
lidera procesos de “sionización
y limpieza étnica” dentro y fuera de su territorio, el jefe del Estado
colombiano confronta el orden mundial y le apuesta al respeto de los migrantes,
un “nuevo” orden mundial y un cambio
drástico en las relaciones entre el ser humano y la naturaleza.
La nueva tirantez
política y diplomática entre Trump y Petro se produce por las sospechas y
las insinuaciones hechas por el mandatario colombiano alrededor de la posibilidad
de que congresistas americanos conocieron de las intenciones golpistas del
excanciller Álvaro
Leyva Durán. Ante semejante insinuación, Marco Rubio llamó a consultas al
embajador acreditado en Bogotá, para revisar ese asunto y quizás otros de la
agenda bilateral, como la lucha contra el narcotráfico y la certificación que
Estados Unidos pronto entregará a Colombia. La respuesta de Petro, cargada de
dignidad, no se hizo esperar: también llamó a consultas a Daniel García-Peña,
embajador colombiano en Washington.
Mientras que la decisión de hacer
regresar al embajador John T. McNamara está basada en las graves insinuaciones
y sospechas del presidente Petro en torno a los devaneos
golpistas de Leyva Durán y de otros agentes políticos y económicos de la
sociedad civil colombiana, el presidente Petro en cuenta de X dejó
entrever que ese asunto en particular no le preocupa. Y es así porque expuso en
su trino siete temas, a saber: “descarbonización de la economía y
transición energética; revitalización de la selva Amazónica; ataque decidido a
los capos del narcotráfico; tratado sobre la inmigración; colaboración del
gobierno de los EE. UU. en la construcción de una reforma del sistema
financiero mundial; juntar nuestros esfuerzos en la construcción de la paz
regional, salidas políticas y dialogadas a los conflictos de Venezuela, Cuba y
Haití y la realización de la cumbre EEUU/CELAC”.
Aunque no se cree que la tensión
de ahora lleve a un rompimiento de las relaciones bilaterales, habrá muy seguramente
consecuencias inmediatas como la descertificación o la certificación parcial de
los Estados Unidos por la lucha contra los cultivos de uso ilícito y otras de
largo plazo que tocarán el escenario electoral de 2026. Sobre estas últimas, la
derecha local, dispuesta o no a apoyar los sueños golpistas de Leyva Durán, estará
siempre dispuesta a jugársela por regresar a los tiempos en los que los
presidentes colombianos viajaban a Washington con las “rodilleras
puestas” para someterse sin chistar a las imposiciones “imperiales” de los
representantes del Tío Sam. Muy seguramente, en el año electoral, Trump y Rubio
y las bancadas demócratas y republicanas exigirán a los candidatos presidenciales
colombianos a que se comprometan, por ejemplo, a echar para atrás todo lo concerniente
con la presencia china en el marco de la Nueva Ruta de la Seda. Es decir, la
dignidad y la soberanía nacionales serán temas electorales cruciales para los
gringos y los agentes de la derecha que temen perder el infantil privilegio de
poder visitar a Mickey Mouse.
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