Por Germán Ayala Osorio
Los escenarios apocalípticos que la
industria del cine ha recreado, poco a poco se tornan reales en un mundo que
cada vez más confunde e intenta borrar los límites entre lo real y lo irreal: ataques
con drones, la llegada de robot, la irrupción de la IA y por supuesto, la escasez
de agua y las guerras por el preciado líquido, todo enmarcado en una crisis
civilizatoria que solo deja espacio para la barbarie.
El racionamiento de agua que recién
comenzó a padecer la capital del país debería de suscitar la discusión
alrededor de las circunstancias y hechos fácticos que llevaron a vivir a los
bogotanos semejante situación. Centrarse en los padecimientos de la gente y en
las acciones estatales para mitigarlos constituye un error por cuanto la lupa
hay que ponerla en las maneras y formas como nos tenemos que adaptar todos los
colombianos a los efectos de una crisis climática que puede resultar inconmensurable.
Los negacionistas del cambio climático
normalmente hacen parte de los sectores de poder político y económico que
defienden a dentelladas el actual modelo de desarrollo, pero sobre todo, el
orden social y cultural basado en el consumismo y en una confianza desmedida en
que la ciencia, los técnicos y los científicos ayudarán a encontrar salidas a la
escasez del agua: imagino que ya tienen contemplado construir largas tuberías
que permitan bombear agua de caudalosos ríos de los departamentos como la
Orinoquia, Amazonia, Vaupés y Vichada, y hacerla llegar a Bogotá y otras
capitales que en lo consecutivo padezcan el mismo problema de abastecimiento de
agua.
El modelo de desarrollo debe morigerarse
en asuntos que tienen que ver con el consumo, la restauración y cuidado de los
ecosistemas y el urgente auto control de la natalidad. Ponerle límites a la
paridera es una medida que en el mediano plazo tendrá el mundo que empezar a
discutir. Claro, los amigos del desarrollo capitalista, del capitalismo salvaje
y del individualismo posesivo del que habla Macpherson se opondrán porque la
mano de obra barata, especialmente de países subdesarrollados, escaseará como
escasea hoy el agua en Bogotá y otras zonas del país.
La crisis ambiental, climática y
civilizatoria exige cambiar sistemas culturales, que incluyen las valoraciones
de la vida y el capital. Hay que descentrar el proyecto humano del valor del
dinero. En una anterior columna hice referencia a un factor que puede oponerse
a cualquier posibilidad de cambio en las lógicas con las cuales hoy dominamos
el planeta, convertidos en una especie depredadora y perversa: hablo de la finitud.
Sentirnos finitos nos hace potencialmente individualistas, lo que claramente
impide pensar en los intereses y el bienestar colectivo.
¿Será posible repensarnos como
especie? Si pienso con el deseo, creo que si lo es. Pero si lo hago examinando
lo ocurrido con las guerras y las maneras como hemos poblado el planeta, entonces
ya no soy tan optimista. Después de leer la columna de Julio César Londoño, “Desvaríos
de un genio rabioso”, quiero cerrar esta columna con las respuestas que
Fernando Vallejo le dio a las sabias e inquietantes preguntas del escritor
vallecaucano:
¿Cree que la inteligencia de las
máquinas superará la del hombre?
FV: No. Ellas jamás entenderán
cómo lo material produce lo inmaterial, ni cómo producen gravedad los planetas,
ni cómo las neuronas producen el alma, o la conciencia, o la mente, o como se
le quiera llamar. Y si algún día lo comprendieran, no podrán comunicárnoslo.
Para ellas y para nosotros, estas cosas serán siempre misterios impenetrables.
Son bobas, como nosotros.
JCL: ¿Está de acuerdo con la
afirmación de que la ciencia fracasó?
FV: La biología no. Ha triunfado
al mostrar lo que no pudo adivinar Cristo, porque el alma no le alcanzó: que el
hombre es un pobre animal como los otros, y que los otros animales también son
nuestro prójimo.
La toma de conciencia sobre el
cambio climático exige una gran dosis de desprendimiento de las comodidades y
del poder económico y político alcanzado; requiere, igualmente, una evolución cultural
significativa para reversar lo que le hemos hecho al planeta, a nosotros mismos
y a las otras especies.
Poco a poco los escenarios
apocalípticos que el cine sigue recreando terminarán siendo el espejo en el que
nos miraremos pronto como una especie estúpidamente inteligente. Y quizás sea así porque
no hay manera de cambiar la conciencia o las conciencias, porque esta es, como
respondió Vallejo, “un río turbio, entre imaginario y caótico. Sin piedras,
pero ruidoso. Caos interno que refleja el caos externo… eso es”. No hay manera
de consolidar una conciencia universal limpia y prístina, porque en el fondo
somos una especie de luces y sombras.