Por Germán Ayala Osorio
Las concurridas manifestaciones del
6 de marzo de 2024, en Cali, Medellín y Bogotá, no pueden desestimarse. Por el
contrario, le corresponde al Gobierno y a sus defensores más fervientes,
escuchar los reclamos, miedos y las molestias, para responder, inicialmente,
con una estrategia de medios que tenga como objetivo erosionar la fuerza discursiva
de esas expresiones ciudadanas.
En general, las marchas en contra del gobierno
de Gustavo Petro y de sus propuestas de reforma al sistema de salud, al modelo
de pensiones y a las condiciones laborales, sirven para corroborar que no vivimos
en una dictadura como gritaban hace poco agentes políticos del uribismo. Todos y
todas regresaron a casa, sin haber sido violentados por el temido de Esmad de
hace tres años, que terminó sacándole los ojos a más de 60 jóvenes, torturando a otros tantos y violentando
sexualmente a varias mujeres; también
sirven las movilizaciones para confirmar que en el fondo de todas las marchas realizadas,
tanto por la izquierda, como por la derecha,
desde que arrancó la administración Petro, hay dos visiones irreconciliables de
lo que debería ser el país, una tensión creciente entre clases sociales y una
distancia muy grande entre quienes ya validaron el histórico ethos mafioso y
aquellos que a toda costa se oponen a que este siga naturalizando la corrupción
público-privada.
Más allá de si la derecha logró
llenar o no emblemáticas plazas de Bolívar o parques públicos, vale la pena intentar
categorizar a quienes recorrieron varios kilómetros en tres ciudades capitales,
para expresar sus molestias y preocupaciones en torno a temas sensibles como
las señaladas reformas, a lo que se suman los problemas de inseguridad en urbes
y en territorios rurales, asunto que desborda la capacidad del actual gobierno,
porque, justamente, expone la debilidad del Estado en su conjunto.
Hay que decir que las marchas de
hoy expresan en gran medida el pensamiento de sectores de la derecha
tradicional colombiana, sacudida por un gobierno progresista para el que jamás
se prepararon, lo que sin duda aumenta su desconcierto, rabia y desazón. Pero dentro
de ese amplio espectro, es posible encontrar validez en los reclamos, pero también
confusión en quienes, con un bajo capital cultural, consumen lo que a diario
cuentan los medios masivos que hacen parte de la Oposición.
En esa circunstancia de consumo
informativo nace la primera categoría: los Marchantes Mediatizados (en adelante
los MM), que son aquellos que consumen, sin contrastación alguna, lo que a
diario informan y comentan medios hegemónicos como los noticieros de televisión
Caracol y RCN; los programas radiales, La FM, La W y Blu Radio; y los diarios
El Colombiano, Semana, El Tiempo, El Heraldo y El País. De esos MM se suelen
escuchar versiones que indican que con la reforma a la salud vamos a regresar a
los perversos tiempos del Seguro Social (ISS), que no habrá más atención y que
los usuarios morirán por falta de atención en clínicas y hospitales. También se
les puede escuchar decir que, con la reforma pensional, los ahorros se perderán.
Con esas narrativas se lanzan a las calles sin reconocer que con la plata de
los cotizantes a fondos privados se apalancaron negocios privados de los hijos
del expresidente y expresidiario, Álvaro Uribe Vélez y se construyeron vías y
puentes, en beneficio del conglomerado de Sarmiento Angulo.
Luego vienen los Marchantes Politizados
(en adelante, los MP) de los que hacen parte congresistas, expresidentes,
exmilitares, voceros de partidos políticos tradicionales y operadores políticos,
concejales y diputados. Llama la atención que quienes hacen parte de los MP,
suelen presentarse como demócratas y defensores de las libertades ciudadanas,
pero gritan “fuera Petro” y amenazan con evitar que el presidente de la República
termine su periodo de gobierno. Los miembros de la Reserva Policial y Militar aducen
que su presencia se debe porque están “dispuestos a defender las libertades y
al país, porque vamos hacia el abismo”. Es decir, invocan circunstancias
inexistentes, para justificar su propia confusión política e ideológica por
tantos años de obediencia debida o simplemente, para ocultar que extrañan la
operación de unas fuerzas armadas, convertidas por el uribismo en “armas
letales que entran a disparar, para luego preguntar”.
Las razones que impulsan a estos
MP, o “viudos del poder”, se explican porque sienten que están perdiendo privilegios
políticos y de clase, asociados a las sempiternas cuotas burocráticas o a la
representación en Juntas Directivas de empresas estatales o de entidades
privadas que manejan recursos públicos. Además, se sienten maltratados por quien
gobierna, porque a este último no le interesa compartir vanidades en perfumados
clubes.
Se suman a los dos anteriores
grupos de marchantes, los Marchantes Seducidos por un Pago (los MSP). Es fácil
descubrir a quienes se movilizan bajo esa categoría porque normalmente no
pueden hilar ideas y razones que expliquen su presencia en las movilizaciones.
Sus argumentos, deleznables a la primera confrontación, los esgrimen sin asomo
alguno de vergüenza y lo que es peor, con el convencimiento de que lo que están
diciendo tiene sentido de veracidad y lógica. En muchas ocasiones, los llevan
engañados o aceptan participar a cambio de un kit compuesto por almuerzo,
gorra, bandera y 50 mil pesos.
En la sumatoria de los miembros
de los MM, MP y los MSP vemos a una parte importante del país. Si la derecha que
hoy se movilizó recupera el poder en el 2026, con algunos matices y ajustes,
estas categorías podrán servir para categorizar a quienes en ese año o en los
próximos, decidan protestar por las contrarreformas que de todas maneras harán
para revertir los “daños” que les dejará el gobierno de Gustavo Petro.
- Adenda: contrario a lo que muchos pueden pensar, las recurrentes movilizaciones de ambos espectros ideológicos no fortalecen la democracia en términos institucionales. Lo que sí garantizan es el crecimiento de las diferencias políticas y sociales, lo que podría impedir la construcción de consensos y, por esa vía, el respeto a quien piensa diferente.
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