Por Germán Ayala Osorio
“Nacimientos en Colombia cayeron más del 13 % en 2024, según el DANE” fue el titular de una nota publicada por el diario El Espectador el 10 de julio el año en curso. Ya en el pasado inmediato, los periodistas Luis Carlos Vélez y Juan Lozano culparon a Petro del “bajonazo” en la tasa de natalidad en el país.
Lo cierto es que estamos ante una
realidad sistémica que toca a un conjunto de variables con disímiles impactos.
En esta columna expondré 7 elementos que podrían servir para explicar la
aparición de semejante fenómeno. El primero de esos elementos tiene que ver con
la crisis de la narrativa religiosa que presionaba y obligaba socialmente
a las mujeres a reproducirse, lo que permitió el surgimiento de familias numerosas
de 5, 8 y más hijos por núcleo familiar. Ese relato de la iglesia católica venía
ancorado a los principios y las exigencias mismas de una sociedad machista y patriarcal
que le impuso a la mujer el único rol que podía desempeñar: ser madre, atender
al marido y criar los hijos.
El segundo elemento está atado a
la globalización como realidad que hizo posible conocer las decisiones
adoptadas en países del viejo continente en los que fue disminuyendo la
reproducción humana, lo que motivó que dichas naciones formularan políticas
migratorias que atrajeran a parejas de países del Sur global, con hijos o en
edad de reproducirse, para repoblar dichos países. Por supuesto que la
globalización facilitó la circulación de ideas y discursos que les permitieron
a las mujeres cuestionar el rol impuesto por aquella multinacional de la fe, de
la mano de sociedades machistas en las que el macho proveedor de todo en el
hogar mantuviera su rol dominante.
Luego vendría la entrada de la
mujer al mercado laboral circunstancia que fue animando a más mujeres a aplazar
esa forma de “realización en la vida”. Fue tan fuerte esa narrativa religiosa que
aquellas mujeres que, en los años 50, 60 y 70 optaron por no tener hijos fueron
cuestionadas. No es necesario repetir aquí los epítetos usados para descalificar
semejante “actitud desafiante” de quienes llevan la carga social y natural
(biológica) de tener que reproducirse por el bien de la especie.
Luego vendrían otros elementos. El
tercero bien podría ser los cambios en las concepciones de la institución
familia y el ingreso de los animales no humanos (llamados mascotas) a la
ecuación, lo que significó que estos seres sintientes fueran asumidos como “hijos”
contrariando a la iglesia
católica que niega y rechaza que perros y gatos sean considerados como
parte de la familia. Y ni para qué hablar de la insistencia del Vaticano en la
idea de que la familia está únicamente compuesta por papá, mamá e hijos.
Un cuarto elemento podría estar
relacionado con el sentido de la vida más allá del cumplimiento de los
roles de padre y madre. El individualismo como características de las nuevas
generaciones y el interés en vivir sin ataduras como las que representa traer
hijos al mundo, están asociadas a esas nuevas maneras de asumir la vida, cuya
finitud, por supuesto, seguirá siendo un factor de reflexión especialmente para
aquellos que no están dispuestos a asumir semejante responsabilidad.
Como un quinto elemento podría
mirarse lo que llamo aquí la sobre estetización del cuerpo femenino, muy
de la mano por supuesto del “invencible” machismo y la cosificación de la mujer
como objeto sexual para exhibir en público. Los cambios físicos (estéticos) que
generan los embarazos bien pueden ser alimentar la resistencia de las mujeres a
tener hijos o a no tenerlos en la cantidad deseada por quienes ven en el descenso
de la natalidad problemas futuros para la sostenibilidad fiscal del sistema de
aseguramiento (pensional).
Un sexto elemento se pueda
asociar a las guerras y a las condiciones internas de un país como
Colombia, en particular los problemas que aún exhibimos como sociedad: disímiles
formas de violencia, prácticas primitivas que nos atan a un pasado premoderno e
incivilizado que parece insuperable.
Y quizás el séptimo elemento esté
asociado a todo lo que se desprende de la consolidación del feminismo como
discurso y las formas estéticas y éticas de estar en el mundo que se
desprenden de ese movimiento o las que algunas mujeres ven en este sin que necesariamente
militen y compartan sus luchas. La confrontación y el rechazo a las formas de
dominación masculina bien pueden estar impulsando a las jóvenes, feministas o
no, a no repetir el rol jugado por sus madres: traer hijos, criarlos y seguir
atendiendo a los maridos.
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