Por Germán Ayala Osorio
No se necesitaría hacer una
investigación académica para constatar que cientos de miles de colombianos
confunden los conceptos de Estado y Gobierno, o para probar que esos mismos
connacionales son incapaces de reconocer cuándo una acción administrativa o la
implementación de una política pública obedecen a una decisión de Estado o de
gobierno. Por supuesto que dentro de esos confundidos colombianos hacen parte
miembros de la clase política y empresarial (la élite), militares, y lo más
asombroso, expresidentes de la República cuyas actuaciones y decisiones como
jefes de Estado se quedaron atadas a intereses de gobierno.
El presidente Gustavo Petro, a través
de sus balconazos y de los duros
cuestionamientos morales al propio Estado colombiano, viene dejando claro no
solo las diferencias entre Estado y gobierno, sino su postura frente a esa
forma de dominación u orden político, social, cultural y económico que, según
el mandatario, deviene criminal.
No se propone aquí hacer una
disquisición a partir de las definiciones tipo diccionario que se encuentran en
la red internet. No. Lo que se quiere poner de presente es que la discusión que
propone Petro gira en torno a valoraciones de tipo moral, ético-político y en
clave civilizatoria. El presidente de la
República asume el Estado moderno como una forma de dominación legítima, guiada
por la razón pública y la discusión democrática de los asuntos y de las
problemáticas propias de la convivencia humana.
Si nos tomásemos el tiempo suficiente
para examinar los actos de habla de Petro, comprenderíamos las diferencias
entre Estado y Gobierno, pero sobre todo, haríamos conciencia de la confusión
conceptual que acompañó a presidentes como Duque, Santos, Uribe y Pastrana,
cuyas administraciones sirvieron para confirmar que efectivamente, como presidentes,
fueron incapaces de separar los intereses de sus gobiernos, con los que deben
guiar la operación del Estado. Uribe Vélez es quizás el mayor exponente de esa
situación por cuanto las decisiones que tomó en sus aciagos ocho años, se
sustentaron en una nula comprensión de qué es el Estado. Es más, buscaron
anular cualquier concepción de Estado. Los falsos positivos y la operación
corporativa de agencias estatales confirman no solo la confusión conceptual del
exmandatario, sino su propensión a restarle al Estado cualquier responsabilidad
política, judicial y moral.
“Colombia
es un Estado criminal” y “nos han
gobernado criminales” son dos sentencias que el presidente Petro soltó
públicamente y que sirven para dar cuenta de su claridad conceptual en torno a
los dos conceptos. Con la primera frase, el presidente de la República
responsabiliza a todos y cada uno de las y los colombianos, así como a los tres
poderes públicos por los crímenes cometidos, que son responsabilidad del
Estado. Con el segundo juicio de valor, Petro separa momentáneamente la responsabilidad
de un Gobierno, de las que el conjunto del Estado debe asumir. Que hayan
gobernado criminales es responsabilidad de presidentes y de sus ministros, así
como de los colombianos que con su voto eligieron en su momento al presidente y
al vicepresidente. Sin embargo, las violaciones de los derechos humanos
perpetradas durante los gobiernos de Pastrana, Uribe, Santos y Duque terminaron
en sentencias condenatorias contra el Estado, por la dimensión simbólica de los
hechos acaecidos y las valoraciones de jueces, nacionales y extranjeros (la
CIDH condenó al Estado por las masacres de la Granja y El Aro), que creyeron
profundamente en que ese orden establecido al que llamamos Estado, tiene unos
límites morales y civilizatorios que jamás debieron traspasarse o eliminarse.
Otro presidente en ejercicio que
jamás entendió las diferencias entre Estado y gobierno fue el fatuo e infantil
de Iván Duque Márquez. Este presidente-títere atacó la política de paz de
Estado, que nació fruto del Acuerdo de Paz de La Habana, con su política de
gobierno, Paz con Legalidad. Además, en varias ocasiones desconoció los
protocolos firmados por el Estado con el ELN y ante países garantes, con los
que se daban garantías a los plenipotenciarios de esa agrupación guerrillera.
Cuando se rompió la mesa de diálogo, Duque pidió a Cuba la expulsión de los
líderes del ELN, asunto que no podía el régimen cubano hacer porque estaba
comprometido el Estado cubano y otros países garantes.
Convendría que en colegios,
universidades, partidos políticos, en el mismo Congreso y en las campañas
electorales se insistiera en la comprensión de las diferencias entre Estado y
gobierno, pero sobre todo, a comprender que su aplicación dependerán de las
concepciones que sobre uno y otro tienen los políticos que aspiran a ser jefes
de Estado y de gobierno, al mismo tiempo.
Imagen tomada de Conexión Capital.
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