domingo, 30 de julio de 2023

MURIÓ MALCOM DEAS

 

Por Germán Ayala Osorio

El mundo académico lamenta la muerte de Malcom Deas, uno de tantos extranjeros que estudió los fenómenos de violencia del país.  En 2014, el lúcido historiador dijo lo siguiente: “… Uribe era un presidente que necesitaba Colombia. Después de él hay un antes y un después…sí, yo creo que hay momentos para la guerra y para la paz. En 2002 el momento era para una política como la seguridad democrática, ahora el país vive otro momento”.

Desconozco si Deas alcanzó a escuchar a los militares responsables de los crímenes de Estado llamados falsos positivos, que vienen reconociendo ante la JEP que asesinaron civiles para hacerlos pasar como guerrilleros caídos en combates, a cambio de permisos, bacanales, arroz chino y ascensos. De haberlo hecho, es posible que se hubiera retractado de lo que dijo de Uribe y de su política, quizás la más nefasta y criminal política de seguridad, después de la aplicación del Estatuto de Seguridad durante el gobierno de Turbay Ayala (1978-1982).

No sé hasta dónde un país puede necesitar de periodos largos de violencia, militar y política, para esperar y sentir que se ha avanzado. ¿Hacia dónde avanzó Colombia después de Uribe? Muchos responden la pregunta, señalando que gracias a Uribe y a los resultados operacionales de su Política Pública de Defensa y Seguridad Democrática (PPDSD), las Farc se sentaron a negociar en La Habana el fin del conflicto con el Estado, durante el gobierno de Santos. Es posible que los duros golpes propinados a las Farc hayan incidido en la decisión de la cúpula fariana de dialogar con ese gobierno. Pero también pudieron tomar la decisión por cuestiones humanas, especialmente por el inexorable envejecimiento de sus principales cuadros. Y ese natural envejecimiento y cansancio no se debió, exclusivamente, al liderazgo político-militar que Uribe ejerció sobre los militares.

De igual manera, pudieron las Farc llegar a esa instancia decisiva por la confianza que generaba en sus comandantes tanto el propio presidente, como su equipo negociador, en particular Humberto de la Calle Lombana, especialmente si tenemos en cuenta -y recordamos- que la extradición de los jefes paramilitares hacia los Estados Unidos, por parte de Uribe, puede entenderse en las filas de las Farc como una traición, entendido así en el marco del proceso de negociación que el Gobierno de Uribe estableció con los líderes de los paramilitares.

De cualquier modo, señalar que Uribe resultó benéfico para el país es aceptar que su paso por la presidencia era un mal necesario, una especie de pesadilla, de malos sueños repetidos, para luego gozar, no de un plácido sueño, pero sí de una relativa tranquilidad para conciliarlo. La opinión del reconocido académico pareciera que justifica y legitima la violación de los derechos humanos, fruto de las ejecuciones conocidas como falsos positivos. Además, se aplaudirían los evidentes procesos de desinstitucionalización que puso en marcha el líder populista, tanto en materia ambiental, castrense y política.

Resulta inaceptable escuchar que fue necesario que el Estado violara los derechos humanos, o que una persona, desde la presidencia, manejara los asuntos público-estatales, desde sus intereses privados y desde su pernicioso carácter mesiánico y autocrático.

No es esta la manera para enfrentar la debilidad del Estado y la precariedad de sus instituciones. Después de los dos periodos de Uribe Vélez, el país podrá aplaudir que las Farc firmaron el armisticio, pero no podrá hacer lo mismo por el ethos mafioso que se instauró durante ocho años, en donde los procedimientos reglados fueron subsumidos por un espíritu voluntarioso, que claramente se legitimó y se institucionalizó, al tiempo que rompía y obviaba la importancia de tener instituciones fuertes y transparentes, en aras de proyectar la idea de que sólo existe un único Estado, y no la imagen de que ese Estado tiene un doble funcionamiento o una cara oculta, a la que los ciudadanos deberían de temer.

El profesor Deas olvidó que Uribe buscó, por todos los medios, instaurar lo que él mismo llamó un Estado de Opinión, que no es más que un régimen político que funcionaría exclusivamente alrededor del poder de encantamiento de su menuda figura mesiánica, con el claro concurso de una prensa que fue cooptada y sometida, por el miedo y por la entrega de pauta, hasta el punto en el que se consolidó un fuerte unanimismo ideológico y político.

¿Qué hizo, entonces, Uribe para que académicos de la talla de Deas, vieran en él y en sus acciones de Estado como ejemplo de un quiebre histórico en el devenir del país? Liderar la lucha contra las guerrillas, usando a las fuerzas militares como un ‘ejército privado’ al servicio de unas élites que creyeron ciegamente en que se podía aniquilar a las Farc, no puede considerarse como una virtud, y mucho menos como un factor de fortalecimiento del Estado. Por el contrario, el respeto por la institucionalidad se perdió, en medio de la creencia colectiva de que por fin el Estado colombiano se acercaba a la condición moderna por hacerse al monopolio legítimo de la violencia.

Creo que Uribe Vélez no fue más que un terrible experimento de una derecha que asumió la tarea de patrocinar de manera directa a las fuerzas militares y paramilitares, al tiempo que buscaba cerrarles espacios democráticos a sectores de izquierda, liberales y progresistas. Unas poderosas élites regionales, guiadas por la élite bogotana, auparon a Uribe y le dieron todo el juego institucional posible, hasta cuando sintieron su profundo desprecio, dado por su origen emergente, al que finalmente no pudo renunciar o transformar, a pesar de alcanzar la investidura presidencial. Siempre fue un vulgar ganadero, un patán; y lo sigue siendo. 

Paz en la tumba de Malcom Deas, quien recibió la ciudadanía colombiana en el gobierno del entonces presidente Álvaro Uribe Vélez. Quizás Deas dijo lo que dijo en agradecimiento por ese gesto que tuvo Uribe con él.  



Imagen tomada de El Colombiano. 

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