Por Germán Ayala Osorio
El juicio que enfrenta el
expresidente y expresidiario Álvaro Uribe Vélez y las transmisiones de los Consejos
de ministros que viene haciendo el gobierno de Gustavo Petro son ejercicios dialécticos
diferenciados ética, moral y políticamente que dicen mucho de lo que somos como
sociedad.
En las audiencias, el país ha
escuchado a exmiembros de las estructuras paramilitares defender la honorabilidad
de Uribe, la misma que quedó expuesta al escrutinio público cuando el mismo político
antioqueño le dijo a su abogado “proceda doctor Cadena que usted hace las
cosas bien hechas”. Esa autorización, a juzgar por los hechos jurídicamente
relevantes que dieron lugar a su llamado a juicio, deviene inmoral y dañina
para la dignidad presidencial: se le procesa por manipulación de testigos y fraude
procesal. Es decir, delitos no políticos. Ese mismo permiso que dio Uribe ética
y políticamente exhibe problemas porque supone una fétida comprensión de lo que
es el poder.
En el caso judicial más
importante del siglo en Colombia, las prácticas argumentativas y contra argumentativas
devienen contaminadas por mentiras, medias verdades, versiones acomodadas, el olvido
de detalles y las abismales diferencias culturales (discursivas) entre los
testigos que han ofrecido sus versiones y los agentes políticos enfrentados en
el juicio: el senador Cepeda Castro y el expresidente de la República, Álvaro
Uribe Vélez. El primero, un político aplomado que suele controvertir muy bien los
ataques de los que ha sido víctima, así como construir textos bien logrados
desde el punto de vista argumental; el segundo, también político, el país lo
reconoce como un hombre poco aplomado, vulgar y más cercano a resolver las
diferencias políticas a través del uso de la violencia discursiva.
La instalación de una valla
publicitaria en Medellín en la que se declara que “Uribe es inocente” y la
defensa que hacen del expresidente las bodegas y sus alfiles del Centro Democrático
confirman que, por fuera del juicio, esos ejercicios dialécticos no se
compadecen con las características reconocidas universalmente a la dialéctica como
método de razonamiento. Por encima del propósito de resolver las contradicciones
a través del uso de la palabra, tesis explicativas y argumentos, se ponen las
emociones de quienes creen en la inocencia de Uribe más por intereses
personales y los propios del poder partidista.
Entre tanto, los Consejos de ministros, incluido el primero que resultó polémico, cumplen con los elementos propios de las disertaciones políticas que vienen recubiertas de una naturalizada legitimidad porque quien habla y conduce es el presidente de la República. Como país presidencialista, lo que diga el jefe del Estado suele asumirse como una verdad inobjetable. En el pasado inmediato, y a pesar de narrativas contrarias, presidentes de la República se aprovecharon de esa condición para engañar a las grandes mayorías.
En el caso de los Consejos de ministros
que se vienen transmitiendo en horario prime time y a pesar las molestias de las
empresas mediáticas y los partidos de oposición, la validez de los
señalamientos e interpretaciones del presidente Gustavo Petro, en particular en
los dos últimos episodios, son el resultado de dos circunstancias sociopolíticas
complementarias: de un lado, el desprestigio de la clase política y empresarial
que el mismo jefe del Estado usa a su favor y del otro, la decisión de Petro de
usar la dignidad presidencial y su figura para destapar las finas relaciones
políticas y los intereses corporativos, de clase e individuales que explican,
por ejemplo, la crisis del sistema de aseguramiento en salud, así como las
decisiones políticas y no tan solo técnicas que viene tomando la Junta del
Banco de la República en torno a las tasas de interés.
Con la transmisión de los Consejos
de ministros, Petro rompe el molde y desecha los protocolos que los anteriores
presidentes en ejercicio juraron respetar y mantener por el bien del régimen de
poder. Gaviria, Pastrana, Samper (con todo y el proceso 8.000), Uribe, Santos y
Duque jamás hicieron lo que el actual presidente ha hecho: usar el poder
presidencial y sobre todo información privilegiada a la que tiene acceso para
confrontar a las fuerzas políticas y económicas que le apostaron a que le vaya
mal al país para evitar que el proyecto progresista se afiance como alternativa
de poder.
A pesar de las controversias del
pasado, generadas por ejemplo con la permanencia de Benedetti en el gobierno,
el presidente Petro está desnudando la hoguera de las vanidades de una clase
política tradicional empeñada en extender en el tiempo la operación privatizada
del Estado, esto es, el Estado al servicio de conglomerados económicos, siguiendo
así el carácter inmoral de la doctrina neoliberal aplicada en Colombia desde finales
de los años 80.
Por ese camino, Petro instaló en
el país un tipo de pedagogía política inversa: en lugar de usarla para mantener
las hipócritas y mafiosas relaciones del poder político tradicional, las está
desnudando de tal manera que puede terminar invitando al electorado y quizás al
pueblo a que vote masivamente la consulta popular y por esa vía intentar
cambiar la conciencia colectiva de millones de colombianos históricamente engañados
y sometidos a las falsas premisas de los discursos de una derecha empresarial y
política que usa a sus medios de comunicación para evitar que las audiencias
hagan ejercicios críticos, identifiquen falacias y reconozcan manipulaciones y
tergiversaciones.
CONSEJOS DE MINISTROS DE PETRO - Búsqueda Imágenes
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