domingo, 2 de junio de 2024

LA PESADA CARGA DE LLEVAR EL APELLIDO GALÁN


Por Germán Ayala Osorio 

 

Ahora que Carlos Fernando Galán funge como alcalde de Bogotá, arrecian las críticas y las caricaturas contra él y su hermano Juan Manuel por no actuar políticamente como su padre, el inmolado excandidato presidencial, Luis Carlos Galán Sarmiento. Tildan a los Galán de traicionar los ideales de su padre, por aliarse o acercarse a políticos uribistas como los exalcaldes de la capital, Enrique Peñalosa y Claudia López Hernández, responsables directos de la crisis socio ambiental y en la movilidad que exhibe Bogotá de tiempo atrás.  

Las críticas que recaen hoy sobre el alcalde Mayor de Bogotá hacen pensar en que es muy pesada la carga que sobre sus hombros llevan los hijos de Luis Carlos Galán, en un país como Colombia urgido de líderes capaces de enfrentarse a doscientos años de ignominia gracias a gobiernos de derecha a los que jamás les interesó modificar un ápice sus lógicas de apropiación mafiosa del Estado y el envilecimiento político de gran parte de la sociedad.  

Lo cierto es que ellos tienen derecho a tener sus propias convicciones políticas, así estas no estén alineadas con las de su papá. Ni más faltaba. Luis Carlos Galán era un liberal radical, mientras que sus Carlos Fernando ha dejado ver claramente que se siente cómodo en la derecha tradicional, así se presente como liberal. Su militancia en Cambio Radical da cuenta de su ligereza a la hora de hacer política, pues poco le importó la historia de corrupción que acompaña a esa colectividad. Tanto Carlos Fernando como Juan Manuel demostraron el interés de acercarse a quienes representan lo más retardatario del "viejo" régimen de poder. Esa fue su elección y los seguidores del Galán asesinado deben respetarla. El inmolado líder político no se "revuelca" en su tumba porque sus hijos no se parecen en nada a él.

Se les cuestiona el no haber sacado el liderazgo, el talante, la oratoria y la capacidad para defender las ideas de su recordado progenitor. Y lo que es peor:  haberse aliado con la derecha responsable en buena medida del crimen de Luis Carlos Galán. Se les fustiga por no alzar sus voces en contra de la inmoralidad que rodea a quienes representan lo más vil del régimen de poder que Galán cuestionó y enfrentó políticamente en los años 90.  

Para hacerse a una idea de la trascendencia de los sueños del Galán inmolado, debemos remitirnos a la campaña presidencial del 2022. En un debate con el entonces precandidato, Juan Manuel Galán, Gustavo Petro le dijo lo siguiente: “qué es lo que quiero yo, lo mismo que quería su papá: que el liberalismo levante las banderas de Alfonso López Pumarejo, que levante por fin las banderas de Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán que sea capaz de defender una Revolución en Marcha y proponerle a Colombia, como lo hicieron ellos, un pacto entre obreros y empresarios para industrializar el país; una modernización agraria sobre la base de la democratización de la tierra; su papá lo defendió y habló conmigo de eso; luego, ese liberalismo, el de las banderas populares, no el desteñido, no el que terminó confabulado con la mafia, no el que terminó arrodillado al uribismo, sino el liberalismo de la Revolución en Marcha, lo quiero aquí con nosotros, el progresismo, para transformar a Colombia. ¿Usted en cuál de los dos está? Si Usted está en el liberalismo de la Revolución en Marcha, bienvenido”. 

Al final, Juan Manuel Galán, en ese momento precandidato presidencial de la Coalición Centro Esperanza, declinó a su aspiración, en medio del sinsabor que debió sentir después de escuchar las palabras de Gustavo Petro, con las que le enrostraron el ideario de su padre.  

Lo cierto es Juan Manuel Galán y Carlos Fernando Galán no están obligados a seguir las ideas que defendió su padre y por las que fue asesinado. La muerte violenta de su progenitor, cuando apenas eran unos adolescentes parece ser suficiente freno a cualquier intento por parecerse políticamente al carismático candidato presidencial, asesinado por sicarios pagados por narco paramilitares y políticos que lo vieron en aquel momento como un riesgo para quienes les había costado consolidar el ethos mafioso que finalmente sirvió para sacar de la carrera presidencial a Galán Sarmiento. 

Algunos los tildan de cobardes, otros, de jugar políticamente con esas fuerzas oscuras del régimen de poder para alcanzar algún día la presidencia de la República. Finalmente, es posible que ellos se asuman como “delfines” que están haciendo la carrera política para llegar a la Casa de Nariño, es decir, están en su derecho de aspirar a dirigir el país por llevar el apellido Galán. Es posible que el régimen de poder los quiera poner en el Solio de Bolívar como una forma de pago por el sufrimiento que significó el cobarde asesinato de su aguerrido padre.  

Cobardes o hábiles jugadores de póker, sobre los hijos del sacrificado político siempre recaerán las exigencias de quienes aún sienten la frustración de no haber podido verlo como presidente de la República. Lo que sí es evidente es que les falta exponer algo de la rebeldía de Luis Carlos Galán cuando fundó el Nuevo Liberalismo, al notar el declive del partido Liberal, convertido en un nido burocrático y alejado de las ideas liberales.    

Exigirles a los hijos del sacrificado líder que levanten su voz en contra de esos sectores de poder económico, social y político que Luis Carlos Galán señaló y combatió es exponerlos a que tengan la misma suerte de su progenitor. Carlos Fernando y Juan Manuel saben muy bien de lo que son capaces el Establecimiento y en particular los agentes señalados de haber participado del crimen de su padre, con tal de evitar que ellos asuman el proyecto político del excandidato presidencial inmolado. Eso sí, las críticas que reciben a diario son válidas en la medida en que los seguidores y admiradores del sacrificado líder del Nuevo Liberalismo los asumen como obligados herederos del ideario político del difunto.  

El error entonces está en las expectativas creadas por quienes creen que basta con ser hijo de Luis Carlos Galán para que sus ideas sigan vivas y haciendo parte del sueño de esa parte de la sociedad que vio al sacrificado político como la posibilidad de cambio en la convulsionada época de los 90.  




Imagen tomada de Red más noticias

ESTADO, NACIÓN, DERECHA E IZQUIERDA

 Por Germán Ayala Osorio 

 

Como Nación, Colombia arrastra históricos problemas atados todos a equivocados ejercicios del poder social, económico, eclesiástico y político. A su vez, dichas praxis devienen atadas a erróneas concepciones alrededor de lo que debe ser el Estado, la ciudadanía, la civilidad e incluso del valor que deberían de tener los procesos de socialización, así como el significado que tiene estar, como especie, en lo más alto de la cadena trófica.  

El tránsito de la Colonia hacia la consolidación de la República se hizo traumático porque no hubo ideas revolucionarias que permitieran pensarnos como pueblo autónomo, como una Nación con un relato unificador, basado en el respeto a las diferencias; una Nación guiada por una narrativa inclusiva que sirviera para reconocer y respetar nuestra diversidad étnico-cultural, así como la inquietante biodiversidad con las que nos tocó vivir, no se sabe si por suerte o por maldición divina. Es más, hemos crecido de espaldas y en contra de esa biodiversidad como expresión clara de la confluencia de todos los problemas aludidos.    

Nos ha dominado una pobreza cultural enorme, solo vencida por algunos eruditos, tímidos intelectuales y solitarios literatos; en esa precariedad cabe que nos avergonzamos de nuestros procesos de mestizaje porque creímos de manera temprana que ser civilizado era vivir en ciudades en medio de un desarrollo económico pensado para segregarnos territorialmente: allá los pobres, los negros, los campesinos, los indígenas y en otro lado, distante, los que siempre se creyeron blancos o de mejor familia. Hemos crecido odiándonos, despreciándonos, y viviendo de triunfos de deportistas o de reconocimientos de artistas y escritores, que los asumimos con orgullo, pero que no nos alcanza para superar la pobreza cultural que nos impide superar esos atávicos problemas.   

Y cuando las ideas liberales emergieron, entonces los conservadores sacaron su visión premoderna de la vida y de lo que debía ser el país, la Nación y la impusieron como un derrotero a seguir con la bendición de Dios. Entonces, extendimos en el tiempo la dominación y transformación de los ecosistemas, y de la mano, el sometimiento de la Mujer a disímiles formas de violencia, simbólica, psicológica y física. La godarria como actitud de vida y el ser godo como modo de estar en el mundo son quizás las más grandes taras que arrastramos como sociedad, de ahí nuestra condena a vivir en la premodernidad, en la oscuridad.   

Bajo esas circunstancias, las élites citadinas, en particular la bogotana de los siglos XVIII, XIX y XX, coadyuvaron en gran medida a consolidar un país sin un proyecto de Nación. Más bien, con sus espejos regionales, construyeron el país de regiones pobremente autonómicas, ancoradas todas a ese relato que les sirve a muchos para ocultar la histórica incapacidad para edificar una Nación moderna, fruto del actuar ético y moralmente correcto de una verdadera República.   

La educación fue, ha sido y es aún el gran factor con el que insistimos en la segregación cultural, étnica, territorial e identitaria. Eso sí, con una salvedad, esa educación hace referencia al prestigio, a los altos costos y al relato excluyente y violento de quienes por arte de birlibirloque se convirtieron en la élite por el solo hecho de ser los dueños de los medios de producción, incluidos en estos a las empresas mediáticas, universidades, colegios y la iglesia católica como factor clave para validar la mezquindad y la ruindad de los procesos de socialización echados a andar.  

Entonces, de prestigiosas universidades privadas de Bogotá egresan los que llegarán con el rótulo de “técnicos expertos” que harán parte de una tecnocracia enemiga de la diversidad cultural y de la biodiversidad. Las decisiones en torno al tipo de desarrollo económico que conviene a comunidades y ecosistemas alejados de los centros de poder político y económico las toman desde la arrogancia y la estulticia que les impide salir de sus oficinas a conocer a la Colombia que su costosa educación les negó reconocer.  

La llegada del primer gobierno de izquierda y de la mano de un exguerrillero del M-19 podría hacer pensar que hemos crecido y “madurado” como sociedad civilizada, moderna y preparada para semejante cambio de paradigma. Por el contrario, los viudos del poder de la enquistada derecha dejaron salir su naturalizada aporofobia, indicador claro de que solo les sirven los pobres en elecciones, pero no empoderados e inquietos políticamente como desea dejarlos el presidente de la República, Gustavo Petro.  

Lo más probable es que si la derecha recupera el Estado en las elecciones de 2026, asumido previamente como su botín, sus más retorcidos representantes se dediquen a “reestablecer el orden” en aquellos territorios urbanos y rurales en los que haya calado el relato reivindicante que el progresismo y la izquierda democrática vienen consolidando.  

La crispación ideológica que se advierte desde el 7 de agosto de 2022 tiene en la historia de la Nación colombiana a su más fuerte y prístina fuente. Hay un evidente cansancio de millones de colombianos con las maneras como las élites, bogotana y regionales, vienen ejerciendo el poder social, económico y político. Hay una toma de conciencia que difícilmente podrá ser combatida con los mismos dispositivos ideológicos del pasado.  Eso sí, resulta quimérico pensar que en cuatro años se pueda construir un relato de Nación. Por el contrario, quizás necesitemos la mitad del tiempo que le llevó a la derecha y a la godarria consolidar una democracia restringida, un Estado privatizado y criminal y una sociedad dividida y atropellada con el ejemplo de una élite que ostenta una incontrastable pobreza cultural, fruto de su individualismo, clasismo, racismo y su auto proclamación como referentes morales y éticos, en medio de una confusión generalizada en esas dos dimensiones humanas.  

Y lo peor de todo es que no vale de nada gritar “Dios salve a Colombia” porque fue en su nombre que unos pocos impidieron e impiden aún la consolidación de una Nación moderna, altiva, orgullosa, responsable y sostenible desde una perspectiva sistémica.




Imagen tomada de Vatican News


¿ASAMBLEA NACIONAL CONSTITUYENTE O CAMBIO CULTURAL?

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